19 de diciembre 2023, El Espectador
Difícil decir feliz navidad cuando en 10 semanas han sido asesinados 19.000 palestinos, el 85% de la población de Gaza se ha tenido que desplazar, y el estado de Israel insiste en que no parará los ataques hasta lograr el exterminio de Hamás. Netanyahu califica de “terrible tragedia” (y lo es) que sus propios soldados hayan matado por error a tres rehenes que ondeaban una bandera blanca… pero no le parece una atrocidad que, por tierra y aire sus tropas les hayan quitado la vida a 8.000 niños y hoy haya más de 50.000 palestinos heridos y 7.000 cuerpos bajo los escombros.
Difícil decir feliz navidad cuando los Estados Unidos no paran de darle oxígeno bélico y político al primer ministro israelí, y gobiernos como los de Inglaterra y Alemania siguen respaldando a quien dirige el genocidio contra el pueblo palestino. Más de 100 funcionarios de Naciones Unidas han muerto por los bombardeos; periodistas, médicos, refugiados, mujeres y niños han sido masacrados por un hombre y un ejército que han ignorado de manera canalla los códigos del derecho internacional humanitario.
Por supuesto que el ataque perpetrado el 7 de octubre por Hamas contra Israel fue una atrocidad; nunca debió cometerse una infamia que dejó en un día 1200 víctimas y tomó cerca de 130 rehenes. Lo hemos dicho en todos los tonos: el terrorismo –venga de donde venga– es una crueldad y un fracaso de la inteligencia; la peor afrenta contra el amor a la vida, y un síntoma de degradación humana.
Pero lo que ha hecho Israel al bombardear población civil, hospitales, centros de refugiados y asentamientos de desplazados internos, con el pretexto de combatir el terrorismo, es una ignominia que traspasa todos los límites.
Los organismos internacionales y la diplomacia han fracasado; el humanismo se lamenta, escribe cartas, pinta y compone canciones, pero no ha logrado que el gobierno de Israel entienda que este genocidio –así como el padecido por el pueblo judío a manos de los nazis- también es una vergüenza, un acto de brutalidad física y de miseria espiritual.
Difícil decir feliz navidad, cuando las ayudas humanitarias llegan con cuentagotas, no paran los bombardeos y la UNICEF declara que Gaza se convirtió en “un cementerio para los niños”. Naciones Unidas afirma que en la franja “9 de cada 10 personas no pueden comer todos los días”, y niños y adultos deben ser operados sin anestésicos.
Esta invasión despiadada ha generado un nuevo término jurídico: el “domicidio” que se refiere a la destrucción total y masiva de las viviendas, para que los pobladores no tengan casa, ni territorio, ni nada.
¿A qué horas nos degradamos tanto? ¿Por qué no fuimos capaces de seguir el ejemplo de los estibadores de Barcelona que decidieron impedir el tránsito de cargamentos de armas? ¿Por qué la muerte nos sobrevuela tan bajito y fueron desatendidos los radares del humanismo y la política, cuando todavía era evitable la tragedia?
Termino de escribir esta columna el domingo 17 de diciembre. Hoy hace 37 años asesinaron a Guillermo Cano. Lo recuerdo todos los días… cuando escribo, cuando veo su fotografía en mi ex Twitter, cuando el narcotráfico arranca otra vida…
Minutos antes de enviar este Pazaporte, sintonizo el cierre del 5º ciclo de negociaciones entre el gobierno nacional y ELN, y celebro de corazón y convicción el anuncio del ELN de suspender a partir de enero lo que ellos llaman “retenciones con fines económicos”; superada la crisis, y gracias a la mesa y a los anfitriones, el proceso sale fortalecido, y la perspectiva de libertad y la consolidación del camino a la paz, serán nuestro mejor regalo de Navidad.