Hablar en estos días en el Estado español de amnistía es arriesgarse a que la conversación termine de golpe o derive en una discusión, en la que nadie escucha a nadie y las posiciones resultan cada vez más enfrentadas.

Esta situación se da –como todos bien sabemos– dentro de un contexto mundial de polarización creciente. Por aquí hoy es la amnistía, en otros lugares el sí o no a una constitución, en los puntos más “calientes” la defensa de la vida o la muerte inmediata… Y en todos, está en juego un sistema viejo y violento que se resiste a desaparecer y que desde el comienzo sirvió a los intereses de una minoría que se esconde tras el relato de que beneficia al conjunto de la ciudadanía. Al mismo tiempo que avanza otra cultura que pone en el centro la vida y la liberación del ser humano, por la cual apostamos muchos pero no tantos como sería necesario para torcer la balanza y dar un pequeño giro a la dirección en la que vamos.

Aquel viejo sistema se enraíza en un modelo que tiene miles de años y que nació cuando el rey babilonio Hammurabi (1792-1750 a.c.) dictó el Código que lleva su nombre. En aquel momento, supuso un avance importante frente a la costumbre de la época, que era tomarse cada cual la justicia por su mano. Sin embargo, no podemos olvidar al menos dos cosas: que se apoya en la venganza, es decir, que quien hace algo en contra de la comunidad o de otro según la ley ha de pagar por ello, con algún tipo de sufrimiento o perjuicio, y que en aquel Código se basan las religiones del Libro (judaísmo, cristianismo e islam) y, por tanto, la cultura occidental extendida por todo el planeta.

Consecuentemente, ello no ha quedado en el ámbito personal de cada uno, sino que ha conformado un sistema de creencias, un modo de relacionarnos, un marco jurídico… que resuelve los conflictos o problemas que se presentan en base al castigo, es decir, en base a la venganza –nos guste o no la palabrita–, aunque se justifique en nombre de la legítima defensa o con argumentos parecidos. Por cierto, la venganza no busca ir a la raíz del problema para resolverlo definitivamente, antes o después vuelve la reacción a tal medida alimentando la máquina de la violencia.

Para que las poblaciones aceptaran tal modelo, se hubieron de reconocer en él y hacerlo suyo. Eso implicó que en su momento se incorporara como forma mental que hoy sigue moldeándonos, y desde la cual permanentemente juzgamos, culpamos, condenamos y esperamos que quien haya cometido un error o un delito pague por ello. Es un modo de pensar, sentir y actuar del cual no tenemos conciencia porque lo hemos mamado desde que nacemos. Y es porque lo tenemos incorporado en la médula de nuestras creencias, que sentimos que nos tocan algo muy “íntimo” y saltamos como resortes cuando se busca resolver ciertos problemas de convivencia o de otro tipo a través del diálogo y la reconciliación, especialmente después de que se haya estado azuzando a la ciudadanía en contra, con argumentos interesados y no pocas veces mentirosos.

En estos momentos de polarización, tensión y violencia crecientes, parece que puede resultar de interés preguntarnos si nos conviene seguir tensando la cuerda hasta que se rompa sin que podamos predecir todas las consecuencias, o bien apostar por el diálogo y, apoyándonos en lo que nos une, buscar soluciones y comprender la importancia personal y social de la reconciliación para construir otro futuro común.

Pero volvamos al tema de la amnistía para los implicados en el procés (2017) y que ha sido condición de los independentistas catalanes (ERC y Junts) para apoyar la investidura de Pedro Sánchez, una amnistía que no han entendido buena parte de los votantes, tanto de derechas como de izquierdas.

Recordemos que con la aplicación del artículo 155 de la Constitución Española en el 2017, creció el independentismo en Cataluña como nunca lo había hecho, y lo hizo entre quienes están en contra de la independencia pero reivindican el derecho del pueblo catalán a decidir sobre su futuro.

No olvidemos además que ha sido el Gobierno anterior, progresista y presidido también por Pedro Sánchez, quien ha ido abriendo espacios de encuentro y calmado las aguas revueltas que dejó el Partido Popular ejerciendo la fuerza sin saber cómo seguir después.

Es hora de preguntarnos ¿a dónde nos lleva y dónde estamos dispuestos a llegar si no hay amnistía? ¿Qué soluciones se ven si no es el diálogo y la reconciliación entre posiciones para poder avanzar y encontrar salidas pacíficas, especialmente si es que apostamos por convivir juntos?

Si realmente queremos vivir en paz (lo que implicaría un futuro más posibilitario que el que nos ofrecen quienes nos engañan cada día con argumentos de que España se rompe, este gobierno es ilegal, etc.), hemos de dar pasos en tal dirección, abriendo espacios de comunicación, de diálogo y reconciliación.

Por cierto, no basta con el perdón –expresión utilizada por algunos defensores de la amnistía–, ya que ello implica una mirada de superioridad moral de quien perdona sobre quien recibe tal beneficio, haciendo que éste se pueda sentir humillado, lo que no parece buena condición de partida.

Necesitamos ir más allá, mirarnos de igual a igual, re-conocernos, saltar por encima de los pre-juicios, atrevernos a ir a la raíz del problema, buscar y alimentar lo que nos une y entregarnos a experimentar la liberación de tensiones, y todas las consecuencias siempre positivas, que produce todo proceso de reconciliación tanto a nivel personal como colectivo, si es que queremos construir otro futuro.

 

Nota aclaratoria: Para no abrir otro “melón” hoy, no hemos tocado el tema de referéndum/s pero sigue abierto y tendremos que abordarlo antes o después.