Restauradores de la obra del pintor británico Joshua Reynolds comprobaron con sus propios ojos que el diablo, literalmente, puede esconderse en los detalles.
El cuadro ‘La muerte del Cardenal Beaufort‘, pintado en 1789 por el británico Joshua Reynolds, ocultaba un demonio de aspecto aterrador bajo muchas de capas de pintura y otras seis de barniz. La criatura infernal asomó el rostro durante los recientes trabajos de restauración llevados a cabo por los expertos del National Trust.
Al examinar la pintura de cerca, los restauradores no tardaron en ver que Reynolds no había sido el único en pasar el pincel por el lienzo, y, tras quitar todas las capas añadidas, descubrieron que, en efecto, los demás ‘autores’ ejercieron como censores de la época.
El cuadro, que Reynolds pintó por encargo de la Galería Boydell Shakespeare, representa la escena de la segunda parte de ‘Enrique VI‘ de William Shakespeare en la que el rey es testigo de la muerte del cardenal Beaufort e implora a Dios que su tío abuelo descanse en paz, con estas palabras: «derrota al demonio ocupado y entrometido que asedia el alma de este desgraciado».
Fiel a la descripción shakespeareana, el pintor incluyó en su obra al demonio, que acechaba en la almohada detrás del cardenal moribundo. Sin embargo, no muchos apreciaron tanto realismo.
Cuando el cuadro se exhibió por primera vez en la Galería Shakespeare en 1789, el demonio generó demasiada controversia, más que cualquier otra obra expuesta, explicó John Chu, curador nacional senior de pintura y escultura del National Trust. «No encajaba con algunas reglas artísticas de aquellos tiempos el tener una figura retórica poética representada tan al pie de la letra en esta figura monstruosa», sostiene.
Emily Knight, curadora de propiedades en Petworth House and Park en Sussex Occidental (Inglaterra), donde se exhibe ‘La muerte del Cardenal Beaufort’, confesó a The New York Times que la restauradora Sophie Reddington tardó seis meses en destapar al demonio y dar vida al resto de la pintura, volviéndola más vibrante y recuperando los colores originales, escondidos bajo las capas del barniz amarillento.
Becca Hellen, conservadora del National Trust que participó en el proyecto, señaló a finales de octubre que restaurar las obras de Reynolds «siempre es difícil debido a la forma experimental en que trabaja» y a que «la zona del demonio fue especialmente difícil».
«Por estar en la sombra, fue pintada con colores marrones tierra y tonos oscuros que siempre se secaban más lentamente, provocando efectos de encogimiento. Dado que los medios y pigmentos resinosos y cerosos de Reynolds no ayudaban al secado de la pintura, no sorprende que el área del demonio fuera un desafío», indica la experta, que define como «un lío de interpretación errónea y múltiples capas de pintura», añadidas por los primeros restauradores.