15 de noviembre 2023, El Espectador

Les dirijo esta carta cuando faltan pocos días para iniciar en México el 5º ciclo de negociaciones entre el gobierno de Colombia y el Ejército de Liberación Nacional.

Luego de 60 años desangrándonos en combates fratricidas, bombardeos, tomas, secuestros y emboscadas, la paz de Colombia no es una opción sino una obligación ética, de supervivencia colectiva. No tenemos tiempo de dilatar más el fin de la violencia: cada día perdido significa más vidas apagadas y más rencores acumulados; el reloj tiene límites, y al punto final del conflicto hay que llegar durante este gobierno.

En estas semanas se han cometido acciones que violan el derecho internacional humanitario y/o que van en contravía de lo acordado en la mesa. La línea de menor resistencia —pedida por varios sectores— es abandonar el espacio de diálogo, dejando a Colombia enclaustrada en vaya uno a saber cuántas más décadas de confrontación armada. Los ejércitos legales e ilegales han demostrado ser incapaces de terminar el conflicto, sus causas y efectos. Es preciso entonces seguir en la mesa, con firmeza pero sin prepotencia; no se trata de cuál ego brilla más, sino de cuál resultado conjunto es más útil para salvar vidas. La participación ciudadana (corazón del proceso) ha sido robusta y clara: urgen acción humanitaria en los territorios, transformaciones sociales, y no más guerra.

A ustedes, negociadores de ambas delegaciones, tenemos mucho por agradecerles; si los escogieron para la tarea es, entre otras cosas, porque no son proclives a la claudicación y —venga de donde venga su historia— las partes consideran que sabrán deponer egoísmos y obstinaciones, en aras a la paz.

Ustedes no pueden fracasar. Lo que está en juego no es la credibilidad del gobierno o la fuerza de una insurgencia: aquí nos estamos jugando la esperanza, y el respeto a la vida en un país hastiado de violencia.

A los negociadores, comandantes y combatientes del ELN les pido oír al pueblo que en un principio quisieron defender; liberen a las personas que tienen en cautiverio y comprométanse a terminar con la práctica del secuestro. Comerciar con seres humanos como fuente de financiación no es aceptable ni aceptado por el derecho internacional humanitario ni por la sociedad colombiana. El secuestro vulnera dignidad, libertad y vida de quienes lo padecen, incluidas sus familias; no pretendan que el pueblo los respalde, si en cada secuestro le quitan horizonte y aliento. Sé —como lo dijo alguien en quien confío para recorrer este camino— que el ELN no es el único responsable “de todos los males”; es cierto, pero es fundamental que ustedes den ejemplo de real voluntad de paz a otros grupos armados, y dejen de cometer un delito rechazado con vehemencia por Colombia y el mundo.

Les ruego a los negociadores y a quienes representan, no renunciar a su compromiso por la paz y no darle portazos a lo construido; mantengan la mente dispuesta a nuevas soluciones que quizá hoy no están en el radar; y no nos dejen sin argumentos a quienes defendemos las instancias de negociación, porque sin esas instancias todos perdemos.

A la delegación del gobierno le pido una firme sensatez en las exigencias, y absoluto rigor en el cumplimiento de lo acordado.

De ambas delegaciones espero que traigan de México avances en la construcción de confianza y acuerdos logrados. No será fácil, pero humanamente nada sería más difícil que seguir enterrando colombianos.

Ningún gobierno será tan generoso como éste en términos de paz; no cometan el error histórico de dejarlo pasar.

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