Por Maxine Lowy

Por una rendija amarilla anaranjada, un ojo de color sepia de una época pasada observa sin pestañear a
la escena que transcurre abajo. Mira a la nueva generación de este mundo universitario, celulares en las
manos, y pareciera interrogarles: “¿Te acuerdas de mí?”.
Activar un encuentro permanente con la memoria es el propósito de un mural de grandes proporciones
creado por el artista Francisco “Kochayuyo” Maltez, que se inauguró el 25 de octubre en el patio de la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile (FACSO). Es una colaboración entre el Centro de
Estudiantes de Sociología, el Núcleo de Historia Social Popular, y quienes fueron compañeros y
familiares de estudiantes cuyas vidas fueron arrebatadas por la dictadura civil-militar, impulsado
especialmente por el Centro Cultural 119 Esperanzas 1 . El proyecto cuenta con el patrocinio del Consejo
de Vicedecanos del Campus Juan Gómez Millas.

Al abrir la ceremonia inaugural, ante 200 personas sentadas en el Auditorio Julieta Kirkwood, la Decana
de FACSO Teresa Matus expresó “el compromiso inalterable” de la Universidad de Chile con la verdad y
la justicia. La Decana también citó al héroe francés Georges Danton antes de ser asesinado en abril del
1794: ‘No estamos solos, ni vamos a morir porque seremos recordados, y no estamos solos, aunque
quienes nos acompañarán aún no han nacido.’ Las palabras de Danton resonaron para muchos de los
presentes,
Las imágenes de manifestantes que enfilan por la parte superior de la obra pictórica con banderas rojas
en las manos y, más abajo, un soldado sin rostro, retratan dos visiones de sociedad que chocaron. Fue
una confrontación de ideas y poder que tuvo consecuencias brutales, persistentes, tanto a nivel
individual, como también en la fibra misma de la Universidad de Chile. La historia de lo sucedido en la
Escuela de Sociología ejemplifica lo que aconteció en sus escuelas hermanas de las ciencias sociales
antes y después del 11 de septiembre de 1973.
Por ambos costados inferiores del mural, que se alza a 12 metros de altura, un listado de 72 nombres
enmarca la imagen de un joven muerto con vendas sobre los ojos. El número 48 y el 50 son los nombres
de Jaime Robotham Bravo y de Claudio Thauby Pacheco, respectivamente, ambos de 24 años de edad,
estudiantes de sociología y militantes del Partido Socialista. Los dos amigos caminaron como hombres
libres por última vez la noche del 31 de diciembre de 1974.
Jorge Robotham, hermano mayor de Jaime y representante del Centro Cultural 119 Esperanzas, ha sido
el motor principal tras esta iniciativa. Señala: “Mi hermano tenía gran conciencia social. Creo que la
mayoría de la juventud de la época lo tenían. Eligió la carrera de sociología porque le importaba el
análisis crítico que hacen los sociólogos con respecto a la sociedad en que estamos viviendo”. 2
Cuando Robotham se dio cuenta que en el recinto del ex Pedagógico (hoy la Universidad Metropolitana
de Ciencias de la Educación, UMCE) no había vestigio de la memoria de quienes perdieron sus vidas a
manos de la dictadura, se acercó en agosto del 2022 al Centro de Estudiantes para proponerles la
creación de un memorial. Debido a la complejidad de la gestión y del acceso a fondos públicos,
finalmente el Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales y el Núcleo de Estudios Populares se pusieron a
recaudar los recursos económicos para realizar un mural en el campus de Juan Gómez Millas.

“Es lindo que fue un proyecto estudiantil que sacamos adelante”, comenta Pablo González,
representante del Centro de Estudiantes de la Facultad de Sociología. 3 Pablo llegó a sentir un vínculo
especial con Jaime Robotham. Para él que también tiene un hermano menor, le “emociona ver los
esfuerzos de Jorge para situar a su hermano en la memoria de todos”. Agrega: “Probablemente más allá
de lo política, compartimos una cultura con esa generación.” La del 1973 con sus mini faldas, pantalones
pata elefantes, profesores de corbata y colores opacos pareciera tener poco en común con los
estudiantes de hoy. Pero Pablo está convencido de que “se traspasó una cultura de libertad, de justicia
social, la búsqueda por la igualdad y equidad en la sociedad”.
El asedio contra el pensamiento crítico
Sociología, la carrera que une Jaime y Claudio con la generación actual de estudiantes, empezó a
desarrollarse en Chile como profesión a comienzos de los años ’60, explica el académico Rodrigo Baño. 4
En 1970, Baño fue uno de los primeros en titularse como sociólogo en nuestro país, luego de recibirse de
abogado. “Las posibilidades laborales para quienes estudiaban sociología eran fantásticas,” señala,
porque se estableció el requisito que la sociología era indispensable para todas las carreras de la
universidad.
Por aquellos años, la ex alumna Catalina Palma escuchó una clase magistral sobre el racismo impartida a
toda la facultad que le cambió el rumbo de su vida. “Esto es lo mío,” se dijo. 5 Estudiaba pedagogía en
matemáticas, pero esa conferencia le impulsó a cambiarse a sociología. Su profesor de ramos generales
de primer año fue el destacado dirigente del Partido Socialista Clodomiro Almeyda, director de la
escuela de sociología y, más tarde, Canciller del gobierno de Salvador Allende. “Éramos muy imbuidos
con la efervescencia de la UP y del pensamiento socialista”, recuerda Catalina, quien entró al Partido
Socialista en esa época. “Sociología te daba una visión de sociedad distinta. Te daba herramientas
analíticas desde una capacidad crítica. Empiezas a pararte de otra forma ante el mundo”, afirma.
La reforma universitaria de 1968 y la inauguración del gobierno de la Unidad Popular trajeron tiempos
álgidos dentro del campus y fuera de su perímetro. Entre su trabajo y las actividades políticas, Catalina
pasaba poco en el campus del Pedagógico donde estaba sociología. Durante un tiempo trabajó
realizando encuestas, bajo la coordinación del Claudio Jimeno, profesor de sociología y asesor
presidencial, que permanece desaparecido desde su detención el día 11 de septiembre del 1973.
Catalina participaba también en trabajos voluntarios en el campo y en los cités de Ñuñoa. En
septiembre del 1973 fue a muchas reuniones, pero “no me recuerdo estar conscientes de que venía un
golpe. Nunca me imaginé el horror que venía. Éramos muy ingenuos”.
Tres meses después del golpe, el profesor Baño fue citado para comparecer ante un fiscal civil. Era un
sumario sobre su carrera, y el oficial tenía sobre el escritorio un expediente con toda su biografía
política. A Baño, militante del Partido Socialista, se le informó que no pudo seguir en la universidad. En
respuesta a una expresión de rebeldía suya, el fiscal le pidió que mirara por la ventana. En frente vio que
subían gente a un camión militar. “Tú eliges”, le dijo el oficial. “Estoy agradecido de solo haber perdido
la pega, que era el mal menor”, dice Baño.
Igual que el profesor Baño, más de 3.800 personas, entre académicos, funcionarios y estudiantes fueron
expulsados en una purga de personas consideradas incompatibles políticamente. En 1974 Catalina
Palma, Jaime Robotham, Claudio Thauby y gran parte de sus compañeros de sociología fueron
expulsados, y luego sociología fue cerrado durante unos años.

Los sumarios y las expulsiones no se limitaron a los primeros años de la intervención militar en la
Universidad de Chile. En 1980, Bernardo Amigo, hoy profesor y ex vicedecano, fue expulsado como
estudiante por su activismo político. Las primeras movilizaciones habían empezado ese año desde el
campus del Pedagógico, que albergaba las ciencias sociales. “Se nos percibía como una amenaza- y
tenían razón”, puntualiza Amigo. Al reactivarse el movimiento estudiantil, también se reactiva la
represión y los sumarios. En medio del Pedagógico funcionaba una oficina de la policía secreta, la
Central Nacional de Informaciones (CNÏ). Amigo fue detenido, y, en noviembre del 1986, su hermano
José Amigo, estudiante expulsado de filosofía en 1973, murió en un enfrentamiento.
En 1981 la dictadura consolidaba sus políticas neoliberales. En el ámbito de la educación superior esto
se tradujo en el decreto Ley General de Universidades, que cambiaría para siempre al alma de la
Universidad de Chile. Se abrió la universidad al mercado, quitándole sus sedes en provincias,
fragmentándola y fusionando carreras. En el Pedagógico, estaba no solo pedagogía, sino todas las
licenciaturas, como sociología, periodismo y trabajo social. La facultad de ciencias sociales fue cerrada y
sus carreras fueron incorporadas a la facultad de humanidades, relegada a un lejano campus en La
Reina.
Las consecuencias para la Escuela de Servicio Social (así se le denominaba en esa época) fueron
especialmente severas. Fue trasladada a la Universidad Tecnológica en el centro de Santiago, separada
de Ciencias Sociales. Después, la Ley 18.962 que establece las carreras universitarias la dejó como
carrera técnica. No fue hasta el 2015 cuando se reabre la escuela en la Universidad de Chile, después de
casi 40 años. “Ha sido una larga lucha,” dice Victoria Baeza, expulsada en 1974, quien, a pesar de ser
dirigente del colegio de servicio social, tuvo que esperar hasta el año 1992 para recibirse a través de un
programa de reparaciones. 6
Con la reestructurización universitaria y la demolición de algunos edificios como el de sociología, el
Pedagógico se convirtió en la nueva Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE).
Esta reorganización tuvo como fin el de despolitizar la universidad. Durante la ceremonia inaugural del
mural, la Rectora de la UMCE Elisa Araya expresó que todavía existe “dolor por la separación” de dos
instituciones de “caminos enlazados”.
Según el profesor Baño, “La Universidad de Chile fue desarmada completamente y nunca volvió a
resucitar como antes”.
Pamela Fernández, licenciada en historia e integrante del Núcleo de Historia Social Popular dice, “En el
momento en que nos encontramos en el mundo los y las pensadores, veo que mis compañeros tienen
menos sueños y menos esperanza que los de los ‘60. Es una de las grandes diferencias de hace 50 años”.
Al mismo tiempo subraya lo positivo, “Los pensadores del siglo 19 pensaron críticamente al mundo. En
el siglo 20 también y hoy también. Hemos abierto nuevos campos de investigación, por ejemplo, el de
género que ya tiene su propio espacio”. 7
A visibilizar la memoria
Francisco Maltez, quien se auto-bautizó Kochayuyo (un alga comestible común al sur de Chile) para
denotar cierta identidad orientada a la marginalidad y del “underdog”, ha dejado sus huellas pictóricas
en muchos muros del país. Sin embargo, el proceso de crear este mural fue sobresaliente, en parte por
su potente mensaje social pero también por el gran apoyo que recibió de parte de los y las gestores.

JKP.  Jorge Robotham, Francisco «Kochayuyo» Maltez, y Pablo Gonzaléz
Foto: Viviana Cardenas

Kochayuyo tiene cariño para el lugar porque estudió pedagogía en arte en la UMCE, hasta dedicarse al
arte urbano y enseñarlo a otros. Espera que el mural logre evocar el espíritu de lucha de aquellos años,
el impacto sobre la comunidad universitaria y la posibilidad de proyectarse. “Considero muy importante
visibilizar la memoria, el dolor, y tener una postura clara frente a los discursos negacionistas”, dice. “Si
bien los edificios son nuevos y se ve como universidad moderna, este espacio, esta tierra tiene un
montón de historia. Han pasado un montón de pies acá. Muchas personas que caminaron por acá ya no
están con nosotros y es necesario marcar un precedente para las generaciones actuales y futuras”.
Si bien, a primera vista, domina un aire de pesadumbre, uno va detectando luces de esperanza. Las
espuelas de galán, que son flores con propiedades regenerativas, y los claveles que van abriendo,
sugieren un suelo fértil y la capacidad de sanar el dolor.
Desde una esquina del mural ondea una bandera chilena destartalada sin estrella. “La estrella no es de
los militares sino de nosotros”, explica Maltez. Esa intención coincidió con la letra de una conocida
canción de Victor Jara, elegida por estudiantes de sociología para completar el mural: La estrella de la
esperanza continuará siendo nuestra.
Al contemplar el mural, a Catalina Palma lamenta que el espanto que vivenció sea tan marcado en el
mural. Al mismo tiempo, los nombres de Jaime, de Claudio, y de tantos otros entrañables compañeros y
compañeras transmiten el recuerdo de un momento de alegría, expectativas y la capacidad movilizadora
que caracterizaba la época anterior al golpe militar. “Es mi vida. Mi identidad. No sería lo que soy hoy
día sino tuviera esta historia.” Tantas veces, Cata, que fue detenida en Argentina, se ha preguntado,
“¿Por qué estoy viva yo?” Ahora responde a sí misma: “Estoy acá como denuncia en carne y hueso.
Pienso en ellos siempre”.
1 El Centro Cultural 119 Esperanzas es una organización de familiares de detenidos desaparecidos cuyos nombres fueron
utillizados en un montaje de inteligencia chilena y argentina en julio 1975 que alegó que los desaparecidos se habían matado
entre si.
2 Jorge Robotham Bravo, 19/10/2023
3 Pablo González Pérez, 17/10/2023
4 Rodrigo Baño, 20/10/2023
5 Catalina Palma Herrera, 20/10/2023
6 Victoria Baeza, 26/10/2023
7 Pamela Fernández, 18/10/2023