“La necesidad es la que hace saltar al sapo” es el dicho popular con  el que Luis Cassiano Silva, explica su decisión de plantar un jardín en el techo de su casa en el Parque Arará, una favela dela ciudad brasileña de Río de Janeiro, hace 13 años. Una iniciativa que cambió su vida.

Logró notoriedad con su movimiento Techo Verde Favela, imparte charlas en escuelas e instituciones sociales, se convirtió en un activista ambiental con audiencia en muchas partes y es objeto de reportajes en diarios y la televisión.

En 2021 una galería de arte exhibió en Berlín su video sobre el techo verde como resistencia al “desarrollo” antiambiental en Brasil, un país de 203 millones de habitantes, de los cuales 84,4 % vive en urbes y de ellos, 18 millones en favelas.

A los 53 años, Cassiano lleva 30 años en la favela, conocida también como Villa Arará, en el entorno de Benfica, un barrio de pasado industrial de la Zona Norte de Río de Janeiro. Casas de varios pisos, pegadas unas a otras y sin ventilación, con tejados metalizados o de cemento, exacerban la temperatura local, ya usualmente elevada.

“Viví antes en São Conrado (un barrio costero en la Zona Sur), al lado de bosques, por eso sentí la falta acá de la naturaleza. Tengo afecto por las plantas y siento mucho calor, sudo mucho y no me gusta el aire acondicionado”, subrayó Cassiano a IPS durante una visita a la favela.

Así explica la rapidez con que decidió hacer realidad la idea que le sugirió un amigo.

Cuando la temperatura alcanza los 40 grados centígrados, como suele ocurrir en el verano boreal carioca, en Arará supera los 50 grados, señaló el activista, también conocido por el apodo Sanduba en su trabajo como productor cultural.

En esos 13 años de la experiencia, en que contó con la ayuda de investigadores universitarios, absorbió técnicas que facilitan la siembra en el tejado y su mantención, con mejores resultados térmicos.

Mario Osava / IPS

Hasta 19 grados menos
Mediciones hechas por especialistas registraron en su techo verde una temperatura inferior a la de su vecino en 19 grados centígrados. Comparaciones en otras ciudades, como Belém, capital del norteño estado de Pará, la región de la Amazonia Oriental, apuntaron 15 grados de diferencia.

Arará es un barrio muy hacinado de cerca de 20 000 habitantes que surgió en los años 60, cuando las industrias abandonaban áreas vecinas y el gobierno local desalojó las favelas de áreas centrales de Río de Janeiro, cuya población total alcanza 6,2 millones de habitantes.

La nueva favela, en terreno llano, ocupó las orillas de un arroyo, como suele ocurrir cuando esos barrios pobres no se asientan en las pendientes de los cerros, donde están las favelas más conocidas de la ciudad.

A los pobres les tocan los “valones”, lamentó Cassiano, refiriéndose a lo que literalmente significa grandes hoyos, pero que en realidad define a las tierras inundables y sin valor en el mercado inmobiliario.

El arroyo sirve también como alcantarillado por la ausencia de saneamiento, en desmedro de la salud pública. Muchas casas están encimadas o incluso colocadas sobre el cauce. Una de ellas aprovechó los rieles de un antiguo ferrocarril como lsus pilares. Por todo ello, el agua queda casi invisible.

No hay espacio para árboles o áreas de vegetación. Es “una selva de piedra”, definió el ambientalista, con muchas manifestaciones artísticas, como el grafiti, el video y la pintura.

En un colindante depósito de combustibles, remanente de la antigua Refinería de Manguinhos, ocurrió un gran incendio en diciembre de 2018, con varias explosiones que aterrorizaron la población vecina, como la de Arará.

Mario Osava / IPS

Lenta multiplicación
Hasta ahora no se instalaron otros techos verdes similares en la favela, como sueña Cassiano. Pero si se reprodujeron en otros barrios y en algunas coberturas de Benfica, como las de  una parada de autobús y algunas marquesinas.

“Mi sueño es multiplicar los techos verdes no solo en esta favela, mostrar que es posible diseminar esa técnica en otros barrios y a la vez empoderar los ‘favelados’, para que se beneficien, se especialicen en esa práctica, estudien. Eso contribuye no solo al medio ambiente, sino que mejora la calidad de vida de todos”, declaró Cassiano.

El ambientalista celebra los pájaros y las mariposas que visitan su techo, el placer de disfrutar la naturaleza que logró recuperar en su casa de tres pisos, apretada entre las vecinas, en un callejón.

Para alcanzar el techo se sube 47 peldaños en total, divididos en cuatro escaleras internas. En esa casa Cassiano vive con su madre de 93 años.

Su tejado tiene solo 16 metros cuadrados donde sembró vegetación baja, algunas flores y hierbas medicinales. Un depósito, también con su tapa sembrada, almacena el agua para el riego.

El manto bidim, un geotextil de fibras sintéticas, mayormente propínelo, se demostró que era ideal para la siembra en el tejado, sin necesidad de mucha tierra y por lo tanto liviana, adaptable a cualquier techo.

Mario Osava / IPS

Renaturalizar la ciudad
“El Techo Verde Favela es un laboratorio en marcha y en la vida real. Su importancia aumenta en la oleada de calor que vive Brasil y otros países, especialmente en la Zona Norte de Río de Janeiro, de elevadas temperaturas”, evaluó Cecilia Herzog, paisajista y profesora de urbanismo y paisajismo ecológico en la Universidad Católica de Río de Janeiro.

Se trata de una tecnología social que genera un ambiente más saludable, benéfico al clima y accesible a la población de bajos ingresos, acotó en una entrevista con IPS por teléfono desde Lisboa, donde vive actualmente.

Cassiano obtuvo visibilidad gracias a su carisma y estableció comunicación con varias redes, incluso algunas universitarias, y su casa recibe frecuentes visitas de interesados de muchas partes del mundo.

Lo que falta es que el techo verde, así como otras prácticas ecológicas urbanas, se convierta en política pública.

Mario Osava / IPS

Un movimiento por reincorporar la naturaleza en las ciudades ya suma varias tecnologías como los jardines de lluvia (infiltrantes del agua pluvial), la recuperación de nacientes y arroyos en general sepultados en las metrópolis, parques lineales que son áreas verdes que acompañan las avenidas o cursos de agua, además de los huertos urbanos.

Ese conjunto de acciones ofrece tres beneficios principales: reduce las islas de calor urbano, evita o disminuye las inundaciones y beneficia la salud de la población, resumió Herzog.

En Brasil faltan estudios sobre los efectos del calor excesivo en la salud. No se informa, por ejemplo, de muertes provocadas por el calentamiento creciente, que si son registradas en países europeos y otros de clima templado en el hemisferio Norte, apuntó la paisajista urbana.

El activismo comunitario de Cassiano ayudó a la revitalización de una plaza central de Benfica, con la plantación de nuevos árboles, ajardinamiento, instalaciones infantiles y asientos para la convivencia de los pobladores. Casi todo se pintó de verde.

Las iniciativas ecológicas, como el techo verde, sirven también al rescate de la convivencia humana, afectada en Río de Janeiro por la violencia, la pandemia de covid-19 y también por el aumento del calor a causa del cambio climático y la escasez de vegetación.

 

El artículo original se puede leer aquí