Por: Roberto Pizarro Hofer |
En la crisis de las ideologías que se vive en Chile y en el mundo resulta fundamental renovar el pensamiento transformador. Sin un pensamiento sólido y una ideología ajustada a los tiempos que vivimos resulta difícil desafiar a una extrema derecha en alza, protectora de las desigualdades e injusticias, la que incluso se atreve a instalar su ideología conservadora en la nueva propuesta constitucional, que descaradamente apunta a la involución de derechos sociales, junto al retroceso de la misma democracia.
Los desafíos del tiempo presente exigen a las cuatro fuerzas aglutinadas hasta ahora en el Frente Amplio deponer pequeñas diferencias y potenciar sus coincidencias para construir una sola organización política, capaz de responder con mayor eficacia las demandas transformadoras de nuestro pueblo.
El proceso de transición a la democracia fue incapaz de atender las exigencias de igualdad y justicia social, entregando al mercado las decisiones sobre educación, salud y previsión. Al mismo tiempo, el Estado subsidiario y la decisión de una apertura radical a la economía mundial, redujo la industria a una mínima expresión, lo que debilitó al movimiento obrero, destruyó la industria, generalizando el empleo precario y la informalidad.
La tesis del “crecimiento con reducción de la pobreza” (de derecha y del “socialismo democrático”) multiplico la riqueza del 1% de los grandes empresarios y, lo que es más grave, subordinó a gran parte de la clase política a sus intereses, incluyendo a la izquierda tradicional.
Así las cosas, la misma generación que gobernó con Allende y que llevó a cabo el tránsito de la dictadura a la democracia no tuvo voluntad para terminar con el neoliberalismo, aceptando injusticias y desigualdades.
A partir del 2011, la política tuvo un viraje trascendente y de naturaleza generacional. Los jóvenes universitarios encendieron la chispa de las transformaciones. Fue el inició de la lucha contra el modelo neoliberal. Las movilizaciones en favor de una educación gratuita y digna se extendieron rápidamente a demandas feministas, medioambientalistas, territoriales, contra las AFP y por una salud decente.
En medio de crecientes movilizaciones, que alcanzaron su culminación en la rebelión del 18-O, surgió un nuevo liderazgo en la política chilena, al que se plegaron paulatinamente disidentes de los partidos de la izquierda tradicional, especialmente provenientes del Partido Socialista, insatisfechos con una transición que no respondía a las demandas ciudadanas ni a sus propios principios y programa histórico.
Los jóvenes de Revolución Democrática (RD) y Convergencia Social (CS), nacidos en las universidades, formaron el Frente Amplio (FA), al cual posteriormente se pliega Comunes y recientemente Plataforma Socialista (PFS). Estas cuatro organizaciones tienen ideas similares, una identidad socialista y también la voluntad de transformación de la sociedad chilena, y son el sostén principal del gobierno del presidente Boric.
Sin embargo, esas ideas de transformación, contenidas además en el programa de gobierno han sido sistemáticamente bloqueadas por una derecha, agrandada con los “republicanos”, quienes además han construido recientemente una propuesta constitucional que profundiza el neoliberalismo y que instala un inaceptable retroceso conservador en el ámbito cultural. Lamentablemente, la derecha ha recibido, en algunos casos, el apoyo de sectores del “socialismo democrático”, principalmente senadores, que no vacilan en cuestionar iniciativas gubernamentales.
En consecuencia, la iniciativa de formar un partido único de la izquierda y del Socialismo aparece como una respuesta indispensable en defensa de las propuestas de transformación planteadas en el programa de gobierno del presidente Boric y en defensa de las amenazas conservadoras de la ultraderecha, que intenta terminar con los derechos conquistados por la ciudadanía. También un partido sólido de izquierda, con dirección única, debiera ser un freno al centrismo desmovilizador del “socialismo democrático” y al oportunismo del Partido de la Gente (PDG).
La tarea de construir una izquierda sin fragmentaciones no es sólo un asunto coyuntural, sino también (como lo hizo el PS en el año 1933), debe ser capaz de definir principios y un programa de izquierda y socialista, capaz de superar el capitalismo neoliberal, asegurar el establecimiento de un Estado social y democrático de derecho, que ofrezca garantías sociales universales, y tener capacidad para impulsar una economía industrial en que el desarrollo productivo termine con la informalidad y asegure trabajo decente a chilenas y chilenos
En la crisis de las ideologías que se vive en Chile y en el mundo resulta fundamental renovar el pensamiento transformador. Sin un pensamiento sólido y una ideología ajustada a los tiempos que vivimos resulta difícil desafiar a una extrema derecha en alza, protectora de las desigualdades e injusticias, la que incluso se atreve a instalar su ideología conservadora en la nueva propuesta constitucional, que descaradamente apunta a la involución de derechos sociales, junto al retroceso de la misma democracia.
La escasa voluntad política de la Concertación, el binominalismo y los enclaves contra mayoritarios de la Constitución Pinochet-Guzmán impidieron realizar los cambios económicos, sociales, medioambientales, territoriales y en el mundo del trabajo, indispensables para avanzar al desarrollo. Esas tareas deben estar en el centro de esta nueva izquierda y socialista unificada. A todo ello se debe agregar hoy un compromiso inclaudicable con el feminismo y el término de toda forma de opresión sobre las mujeres y la diversidad sexual.
Sólo una izquierda unida, en diálogo con el mundo social, podrá asegurar las transformaciones que exige nuestro país y, al mismo tiempo, enfrentar sin vacilaciones a la extrema derecha y al populismo oportunista. Construir una nueva formación política de izquierda y socialista es la tarea del momento; es la garantía de un sólido apoyo al presidente Boric y a la agenda transformadora del gobierno.