La historia lo reitera. Estados Unidos se consolidó como un estado terrorista en 1945 cuando descargó dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagazaki, causando la muerte de centenares de miles de personas y una destrucción pavorosa que tuvo efectos radioactivos por muchos años. Little boy fue bautizada irónicamente el primer y mortal artefacto lanzado desde el aire por instrucción del presidente Harry Truman.
Las explosiones llevaron a la rendición de Japón sin que nunca, después, se haya juzgado a quienes ejecutaron tal genocidio. Más bien lo que vino fue una carrera armamentista mundial que ya tiene como propietarios de bombas atómicas a varios otros estados. Entre ellos a Israel, por supuesto, convertida en la principal potencia bélica de todo el Medio Oriente y cuyo poder de fuego le ha servido para ocupar los territorios palestinos y tener bajo la mira al conjunto de naciones árabes que la rodean.
Ciertamente que en las últimas décadas hemos visto surgir y actuar a un sinnúmero de grupos de carácter terrorista que, con intenciones que parecen nobles e incluso justas, hasta aquí solo han ocasionado miles de muertos y más poblaciones arrasadas, dándole argumentos al sionismo para ejecutar el tipo se acciones que hoy tienen estupefacto al mundo entero. Como ahora aquellos bombardeos sobre la frágil franja de Gaza, territorio palestino sitiado por Israel por varias décadas y que ahora sería muy posible añadiera a su territorio establecido por la fuerza y el apoyo irrestricto norteamericano sobre las ancestrales tierras árabes.
En pocos días, el gobierno de Nicolás Netanyah ha puesto en práctica una guerra de exterminio sobre los efectivos de Hamás, agrupación que, como se sabe, se impuso democráticamente en Gaza derrotando a la Autoridad Nacional Palestina, cuyo gobierno quedó circunscrito a Cisjordania. Como también hoy se sospecha que los propios israelíes ayudaron a triunfar electoralmente en Gaza a fin de dividir a los palestinos y tener distantes y enemistadas a sus dos principales fracciones políticas.
El mandamás israelí ha asegurado que esta será una larga guerra que no acabará hasta tener muertos a todos los combatientes de Hamás, al precio ¡qué importa! de los millones de hombres, mujeres y niños que habitan en esta franja bloqueada en sus salidas por el propio Israel y Egipto que colindan con el territorio más densamente poblado de la Tierra.
A poco más de 10 días de estallado este nuevo conflicto muchos temen que pueda detonar una guerra más amplia y que comprometa a naciones, entre otras, como la libanesa, las de Irán, Siria y Arabia Saudita. Respectivamente acicateados por Estados Unidos y otras Naciones cuya principal fuente de ingreso son las guerras y la venta de armas. Todo ello sin descartar el riesgo de que la propia China y Rusia puedan intervenir en la zona, ya atemorizada por dos gigantescos portaviones estadounidenses en el Mediterráneo.
Más allá de la tragedia que todos observamos y afrontamos en sus consecuencias económicas y comerciales, no podemos dejar de constatar el cinismo de los Estados Unidos, potencia autoerigida como gendarme de la Humanidad para combatir lo que llama organizaciones terroristas y a aquellos gobiernos que supuestamente los amparan. Un “Eje del Mal” que incluye a Cuba, Siria, Bielorusia y a los países que se les antoja según sean los puntuales o estratégicos intereses imperialistas.
Como nuevamente se demuestra, lo cierto es que el poderío de Israel, la sumisa Comunidad Europea y otros adláteres en todos los continentes solo se explica en la vocación terrorista de Estados Unidos que alimenta conflictos para fortalecer su industria bélica y aplastar a aquellos regímenes que no sean propicios al modelo neoliberal, capitalista y salvaje que quieren imponer universalmente.
Los ejemplos son nutridos en cuanto a invasiones, crímenes y golpes de estado propiciados por la Casa Blanca en todo el mundo, como el bombardeo y magnicidio de La Moneda. Un trágico evento que ahora, después de medio siglo, el gobierno de Joe Biden pretende cínicamente esclarecer, desarchivando los documentos celosamente escondidos desde entonces y que dan cuenta de los políticos y agentes que digitaron la dictadura de Pinochet desde sus inicios. Lamentablemente hemos comprobado un show que ha contado con la anuencia y aplauso de nuestras las serviles autoridades que concurrieron como ovejas a Washington y la Embajada norteamericana en Chile.
Es preciso que todas las protestas mundiales respecto del actual genocidio ejecutado por Israel serán solo palabras al viento si no incluyen un severo rechazo a la acción de Estados Unidos, la complicidad de sus potencias aliadas y la pusilánime posición de las Naciones Unidas, cuya vigencia se hace cada día más inútil. Lo que correspondería realizar es un repudio sustantivo a Israel y a su principal aliada terrorista, propiciando las más severas sanciones. De la misma forma en que lo hacen contra Rusia, Corea del Norte y otras naciones.
Lo demás solo se convertirá en las falsas lágrimas de cocodrilo, un feroz animal que, como sabemos, llora cuando devora a sus presas.