“Nuestra constitución política no sigue las leyes de las otras ciudades, sino que da leyes y ejemplo a los demás. Nuestro gobierno se llama democracia, porque la administración sirve a los intereses de la masa y no de una minoría. De acuerdo con nuestras leyes, todos somos iguales en lo que se refiere a nuestras diferencias particulares. …Nadie siente el obstáculo de su pobreza o inferior condición social, cuando su valía le capacita para prestar servicios a la ciudad. …No existe el recelo en nuestras relaciones particulares, …sobre todo obedecemos a las leyes que defienden a los oprimidos, aunque no estén dictadas, …En lo que se refiere a la generosidad, …procuramos adquirir amigos dispensándoles beneficios antes que, recibiéndolos de ellos, pues el que hace un favor a otros está en mejor condición que quien lo recibe para conservar su amistad…”[1]
Estas palabras fueron pronunciadas por un gobernante que describía la cultura de su pueblo hace 2.454 años atrás.
¿No sería lógico suponer que luego de todo el tiempo transcurrido hasta hoy, nuestra sociedad muestre una evolución cultural que nos haya transformado en un paraíso, donde las relaciones interpersonales sean de bondad, colaboración comunitaria y felicidad.? Teniendo presentes los valiosos aportes que desde entonces hemos recibido de: Sócrates, Platón, Aristóteles y toda la filosofía del siglo de las luces, de movimientos como el Renacimiento, el Romanticismo, el Impresionismo y el Modernismo, con el desarrollo de muchas religiones y sistemas de creencias, con el extraordinario progreso en el campo de la ciencia y la tecnología, con el aumento en la interconexión y la interdependencia, sin precedentes, entre las diferentes culturas del mundo.
Y entonces… ¿Cómo es nuestra cultura contemporánea?
Nuestra cultura enfrenta desafíos urgentes; a veces promueve un individualismo extremo, donde los intereses personales a menudo se anteponen al bien común, a menudo fomenta un enfoque excesivo al consumo y la acumulación de bienes materiales, en algunos casos la cultura contemporánea puede promover la intolerancia y la polarización, donde las diferencias de opinión se enfrentan con agresividad en lugar de fomentar el dialogo y la comprensión mutua.
Es esencial reconocer, no obstante, que hay muchos movimientos y esfuerzos para corregir estos problemas y que hay un potencial para el cambio positivo en el futuro. Todo parte, por fomentar una cultura de no violencia en la sociedad de este siglo XXI, y para promover la paz y la armonía, se debe comenzar con una educación que fomente la comprensión de los principios de no violencia desde una edad temprana que pueda sentar las bases para una cultura de paz. Esto incluye la enseñanza de habilidades de comunicación efectiva, resolución pacífica de conflictos y empatía.
El arte, la música y otras formas de expresión cultural pueden ser poderosas herramientas para promover la paz y la no violencia.
Enseñar habilidades como la gestión de emociones, la autoconciencia y la empatía emocional puede ayudar a las personas a interactuar de manera más positiva y pacífica.
Promover la empatía hacia los demás y cultivar la compasión es esencial para construir relaciones y comunidades saludables.
Hay muchas organizaciones dedicadas a promover la no violencia y la resolución pacífica de conflictos. Apoyar su trabajo y participar en sus iniciativas puede marcar una diferencia significativa.
Cada individuo tiene un papel importante en la promoción de una cultura de no violencia.
A través de la educación, la acción y la promoción de valores pacíficos, podemos trabajar juntos para construir comunidades más pacíficas y armoniosas y hacer de nuestra cultura algo digno de lo que soñaron nuestros antepasados hace 2.454 años.
Nelson Hidalgo Concha
La Serena, Chile, Año 2023.
[1] Tucídides: Historia de la guerra del Peloponeso. Discurso fúnebre de Pericles, 431 A.C.