“Majamama” es un modismo coloquial chileno reconocido ya por la Real Academia de la Lengua y que tiene por significado los términos enredo, confusión, falta de concierto y claridad. Una expresión que calza justo con lo que acontece con el actual proceso constitucional de nuestro país y respecto del cual, de seguro, los ciudadanos poco o nada entienden y muy difícilmente podrían ejercer un voto libre e informado cuando por segunda vez deban concurrir a las urnas para aprobar o rechazar una nueva propuesta de Carta Magna.
Después de varios meses de deliberaciones del Consejo Constitucional elegido para redactar esta nueva propuesta, la propia clase política se ha encargado de desacreditar el trabajo de los integrantes de este organismo en que la derecha tiene amplia mayoría sobre el oficialismo y los partidos de centro e izquierda. Una situación muy distinta de lo que aconteció con la anterior Comisión Constitucional en que la mayoría izquierdista “paso máquina” para aprobar un texto que resultó ampliamente rechazado por los millones de electores convocados a sancionarlo electoralmente.
Cuando ya se augura que en diciembre próximo la ciudadanía pudiera volver a rechazar el nuevo texto, desde La Moneda y el Parlamento se espera que la Comisión de Expertos nominada a dedo por los legisladores pueda hacerle modificaciones y concluir en un texto lo más consensuadamente posible para evitar que nos siga rigiendo la Constitución de 1980 de la Dictadura, aunque con algunas reformas aprobadas posteriormente para mitigar en algo su carácter autoritario.
Si tanto enredo ha caracterizado este proceso constituyente, ello se explica en los profundos desacuerdos que existen entre la extrema derecha y la izquierda más radical, como también por el deseo solapado de muchos de darle continuidad a la Carta Magna actual, con la cual los poderes del Estado han podido desempeñarse sin mayores contratiempos durante los largos años de posdictadura .Tiempo en que la Constitución como muchas leyes autoritarias han consolidado nuestra democracia acotada tanto como el modelo económico y social neoliberal que ha terminado seduciendo a no pocos actores de la política. A quienes, años atrás, incluso juraban pasarle una retroexcavadora al orden impuesto por el régimen cívico militar que se extendiera con todos sus horrores por diecisiete años.
En esto de los quórums establecidos para convenir los múltiples acápites del nuevo texto es muy posible que el Consejo Constitucional no alcance los tres quintos que se requiere para que éste pueda ser plebiscitado y, así, sin más, se prolongue la vigencia de la Constitución de Pinochet, incluso en caso de que los “expertos” designados por el Congreso Nacional alcancen alto grado de acuerdo. Ya se sabe que los polos políticos representados por el Partido Republicano y el Comunista pueden finalmente rechazar un texto que omita o contradiga de algunos de sus postulados más ideológicos y emblemáticos.
En diciembre próximo los incordios políticos debieran despejarse, pero ya se teme que queda muy poco tiempo para que la ciudadanía pueda concurrir a votar después del triste espectáculo brindado por las dirigencias políticas en que lo que ha primado es la majamama y la incertidumbre. Tal como en la oportunidad anterior en que la ciudadanía rechazó la propuesta constitucional, se cree que otra vez los chilenos demuestren su escaso interés en aprobar una Carta Magna y prefieran propinarle un NO a toda la clase política que no ha estado a la altura de las reales preocupaciones de la población. Esto es en ponerle atajo a la creciente delincuencia e inseguridad y se ocupe de mejorar, entre otras demandas sociales, sus remuneraciones, el bochornoso sistema de pensiones, cuanto abolir un régimen privatizado de salud en que el afán de lucro provoca todos los días la muerte de miles de personas por falta de atención médica.
Como se ha reconocido ampliamente, la ausencia de información es pavorosa por la falta de diversidad mediática en que las lacras del narcotráfico, del crimen organizado y los episodios de corrupción que ahora comprometen a las nuevas autoridades son las noticias más relevantes. Realidad que fomenta, finalmente, el desinterés de los chilenos en la política, su aversión transversal a los partidos y, crecientemente, su desprecio por la propia democracia. Aunque quienes nos gobiernan nos repitan majaderamente que” los problemas de la democracia se deben combatir con más democracia…”
Una apatía que lo que hace más previsible es un nuevo y severo estallido social y el surgimiento de caudillos que, como ya ocurre en otros países de la Región, puedan imponerse por sobre los atascos de un país en que todavía gravita demasiado el legado pinochetista.
Lo seguro, en todo caso, es que Chile no resiste una tercera oportunidad para darse una Constitución, por lo que es muy probable que del rio revuelto resulten ganadores los que prefieren los acuerdos cupulares antes que arriesgar la voluntad soberana del pueblo.