Así es una incógnita la llegada de los primeros habitantes en llegar al Nuevo Mundo, otros pasaron sin dejar huella palpable: los escandinavos o vikingos, otros apoyan la teoría que fueron los chinos los primeros en arribar a este continente, otros tantos desde la polinesia o por puentes cubierto de hielo escapando del hambre y la muerte.

En nuestro calendario gregoriano, destaca una fecha, 12 de octubre, se recuerda como en cada año, una nueva fecha, marcada en la memoria de todos nosotros, porque hace más de cinco siglos, quinientos treinta y un años para ser exactos, dos visiones de mundos se reconocieron: cara a cara. Aún a través de los siglos, podríamos ser capaces de visualizar perfectamente como se produjo «La llegada» entre estas dos nuevas culturas.

Los pies de una familia están marcados en la arena y sus huellas muestran un largo camino que va, desde las aguas del mar hasta el palmeral más próximo. Estuvieron, según creo, pescando o mariscando. Una red, unas cuerdas vegetales trenzadas y otros utensilios de pesca, quedaron olvidados entre las rocas, lo que me hace suponer que el grupo salió rápidamente del lugar. A lo lejos, se puede ver al padre liderando la caminata y más atrás, a la madre, una mujer delgada y quemada por el sol, se apresura a alcanzarlo en compañía de sus dos hijos pequeños. Están sorprendidos, no asustados. Cada cierto trecho, voltean la mirada para registrar detalladamente lo que ven, para luego, continuar apresuradamente su camino. Mientras ambos padres estaban sumergidos en el agua salada, capturando algunos peces o mariscos para el almuerzo.

Los pequeños Moa (espiga) y Yamanik (esmeralda) se divertían jugando con montículos de conchas marinas y haciendo agujeros en la arena húmeda. De pronto, Yamanik, el más inquieto de los niños, observó una nube oscura a los lejos. Al principio no le dio importancia, pero luego, se percató que esa figura, no era una nube…era algo que no había visto nunca en su vida. Se acercó a su hermano Moa y lo forzó a mirar. Los hermanitos cruzaron sus miradas y comprendieron sin hablar, que debían decírselos a sus padres. Moa, el mayor de los hermanos, con el rostro agitado, comenzó a indicar con gestos y sonidos de su lengua, a los padres, la extraña figura que se aproximaba a la costa. Sus enormes ojos de un negro aterciopelado no podían dejar de otear a la distancia, para tratar de descifrar lo que se aproximaba directo hacia ellos. Intentaba comunicarse con los padres, pero ambos, continuaban concentrados en su tarea de pesca, sumergidos en las aguas color turquesa, saliendo a respirar de vez en cuando. Moa, agarró entonces, unas conchas y las lanzó al sector donde se encontraban sus progenitores.

El padre, de rostro angulado, curtido por el sol y el mar salado, levantó la mirada mientras el agua chorreaba de su larga cabellera. Yamanik, le hacía gestos para que viera lo que se aproximaba a sus espaldas. Naayari, el padre y jefe de la familia, se quedó absorto y maravillado, observando el objeto que se acercaba a la costa. Le pareció que era una especie de pájaro gigante que se deslizaba ágilmente en las aguas. La estructura, tenía muchas alas blancas que se agitaban suavemente con el viento y algunas marcas rojas que se destacaban en ellas. – ¡Guabairo! -musitó el hombre sin poder creerlo, como convenciéndose a sí mismo. ¡Guabairo! – Repitieron los niños. La madre, que había emergido a respirar, sorprendida también, se paró al costado del hombre y luego salió del agua para acercarse a sus hijos y abrazarlos en forma protectora sin dejar de observar al guabairo (pájaro).

El grupo familiar, continuó observando por mucho tiempo, ensimismado lo que acontecía en el mar, hasta que el guabairo, se detuvo a unos cientos de metros de la arena y de su cuerpo aparecieron otros guabairos menores, que fueron montados por unas figuras con extraña forma humana, que llevaban la cabeza y el cuerpo cubierto y algunos objetos que destellaban con el sol. Entonces, Naayari, reunió a su familia y decidió que era tiempo de regresar con su gente para contarles lo que estaba sucediendo. Tal vez ellos, podrían explicar quiénes eran esos seres extraños que se dirigían a la playa. En sus corazones, que latían con fuerza, había una mezcla de sentimientos. Por un lado, sentían curiosidad y deseaban quedarse cerca de las aguas, para ver mejor de qué se trataba esta singular visita. Y por otra parte, esperaban llegar rápidamente hasta su gente para contarles las buenas nuevas y que supieran que allá, en el mar azul, calmo y sereno, estaban arribando estos extraños seres con objetos destellantes, que habían salido de un guabairo gigante y majestuoso.

¿Qué les depararía el futuro con la llegada de estos nuevos individuos? ¿Acaso era alguna señal de los dioses? ¿Serán estos seres, las luces de sus antepasados, que regresan a buscarlos montados en un gran guabairo? ¿Estaremos preparados y seremos dignos de su encuentro? Todas estas interrogantes, atravesaban los pensamientos del hombre, mientras caminaba al campamento junto a su amada familia.

Más allá, su gente que ya estaba enterada de todo, desconcertados, alterados por los nuevos acontecimientos, murmuraban entre ellos buscando explicaciones, leían las piedras intentando descifrar lo que ocurría y atizaban nerviosamente las llamas de una fogata para hacerla de mayor tamaño, como para darse fuerzas. Desde lo alto, podían ver que la playa, se llenaba de estas nuevas figuras que se sentaban en la arena y se dispersaban por los alrededores. Naayari, su familia y la gente del poblado, se preparaban, agrupándose en una gran comitiva para bajar todos juntos, unidos, como era su costumbre, como lo hacían siempre que era necesario, a un contacto decisivo con los recién llegados…Esta llegada no era como los anteriores…era especial…era extraordinario…Era un encuentro… con lo desconocido.

Audio exclusivamente para personas con discapacidad visual

Olga Balladares y Gladys Mendoza

Miembros de Convergencia de las Culturas