12 de octubre: Fiesta Nacional de España, «Día de la hispanidad»
Por Olalla Castro Hernández/El Saldo diario
Los griegos llamaban “bárbaros” a aquellos cuya lengua no entendían (y que en sus oídos sonaba a barboteo). El término bárbaro, irónicamente, definía la ignorancia de los griegos (solo a quien desconoce un lenguaje puede este sonarle a balbuceo) y no la de los extranjeros a los que con tal apelativo se pretendía inferiorizar. Más tarde, el saber/poder occidental utilizó la palabra “barbarie” para definir el estadio evolutivo de las sociedades que consideraban incivilizadas, pero, del mismo modo que ocurrió con el vocablo griego, fue su propio salvajismo y no el de los demás lo que con esta palabra alcanzaron a nombrar. La oposición civilización/barbarie fue utilizada cada vez por quienes llegaban desde lejos a por las tierras de otros, a por el oro de otros, a por los cuerpos de otros; los que embestían en nombre de la fe, de la verdad, de la razón. Por eso Benjamin afirmó que “no hay documento de civilización que no sea al tiempo un documento de barbarie”. Y por eso reflexiona así el protagonista de El país de la canela, de William Ospina, recordando la atroz invasión del imperio incaico por parte de Pizarro: “Como si solo nuestra barbarie pudiera abrirle camino a nuestra civilización”. Ninguna lengua inventa la palabra para su propia tara, para decir su mancha, para condenar su error.
La “nación” a la que rendís homenaje cada 12 de octubre está hecha de huesos y de llamas, de todo lo que se mató y lo que se quemó para que podáis hoy afirmar vuestra españolidad.
El año que comenzaba la invasión de Abya Yala terminaba la conquista castellana de Al-Andalus. Fueron los mismos reyes (tan católicos como genocidas) los que, a golpe de espada y de cruz, obligaron a Boabdil a entregar el reino nazarí (firmando unas capitulaciones que empezaron a incumplirse poco tiempo después) e iniciaron la colonización americana. Mis ancestras moriscas habían sido ya asesinadas, expulsadas u obligadas a la conversión cuando descendió de su barco Colón (y después de él Pedro de Mendoza, Diego de Almagro, Francisco Pizarro, Hernán Cortés) y los conquistadores extendieron el odio que en mi tierra habían ensayado más allá del océano. Avanzaron sobre los cadáveres de quienes ya estaban allí (el progreso occidental consiste en ir hacia adelante dejando a otros atrás) y llamaron “descubrir” a arrebatar la tierra, prohibir la lengua, robar las riquezas, quemar el saber, del mismo modo que llamaron a lo otro “reconquistar”. Como nos enseñó Boaventura de Sousa, el epistemicidio (borrar, ocultar y estigmatizar los saberes del colonizado) es esencial en el proceso de colonización. Lo sabía el cardenal Cisneros cuando en 1501 quemó más de cuatro mil manuscritos andalusíes en la plaza Bib-Rambla y lo sabía también Diego de Landa cuando en 1562 redujo a ceniza en Maní los códices mayas, junto con miles de vasos y estatuillas rituales. En uno de los códices que sobrevivió al fuego los invasores son descritos como “magulladores del mundo”: “Los que lo estiran todo hasta romperlo”. Esa es la herida de la que os sentís tan orgullosos. Esa es la herida que os empeñáis en celebrar.