Tras el hasta ahora fracasado proyecto inicial de acorralar, ahorcar y destruir Rusia (convirtiéndola en la próxima Ucrania) y después de la transformación final de Europa occidental en una colonia, el Gobierno estadounidense, desde hace décadas siendo controlado por las empresas transnacionales, no se detiene ante sus logros.
En la guerra contra Rusia había cinco objetivos principales: dominio total de sus riquezas naturales; control militar sobre el territorio con acceso a la frontera norte de China y todo el Cáucaso; a través de tecnologías mediáticas probadas con éxito en Ucrania, convertir a los rusos en carne de cañón para la futura guerra con China; reducción, es decir «optimización» de la población, según las exigencias y los intereses del mercado; y borrado definitivo de la memoria histórica del pasado soviético.
Hoy, como un plan B, se está incendiando Oriente Medio desde distintos flancos como se prende un pajar. El argumento propagandístico de la «defensa de Israel» es tan falso como el de la «defensa de Ucrania». El imperio necesita masas engañadas dispuestas a matar y morir por sus intereses, y el colapso de países y economías extranjeras para reformatear el mundo para sus propios fines, tratando de restaurar su perdida y muy añorada supremacía.
Lo que más horroriza no es solo la terrible muerte de cientos de civiles en un hospital de Gaza. Tampoco son de extrañar las torpes excusas de los dirigentes israelíes, pues hace falta un gran valor civil e integridad humana para admitir la responsabilidad de algo así. Aunque haya ocurrido ‘por accidente’. Sin embargo, cualquier lógica elemental sugiere que, en el caso de bombardeos masivos a barrios urbanos de forma indiscriminada, las muertes masivas no serían ‘un accidente’, sino el lógico resultado, mejor dicho, el que se espera.
Llama la atención y produce asombro, sobre todo la indiferencia masiva de los israelíes y los palestinos hacia las víctimas civiles del «otro bando». Lo único que parece importarles es la imagen de su propio bando y las correspondientes pérdidas en la guerra de la información. No hay ni una sola letra de lamento por los muertos, que esta vez, definitivamente no son miembros de Hamás. Las víctimas son una ocasión informativa, una herramienta de propaganda, biomaterial, parte de la demografía de la población enemiga, cualquier cosa menos personas despedazadas. La compasión humana por los asesinados se convierte en algo inaceptable y censurado, casi como una especie de complicidad con la propaganda del enemigo.
Los principales ingenieros de la guerra en Oriente Medio, un gran equipo de profesionales, formado por Estados Unidos, Israel, Hamás y muchos otros gobiernos y grupos militares árabes vecinos, son idénticos en su absoluto desprecio por las vidas civiles convertidas en ingredientes de un odio sostenido
Amar al prójimo se ha convertido en algo indecoroso y la simpatía o simple empatía, en una muestra inaceptable de estupidez y debilidad para los valientes. Convertir a poblaciones enteras en turbas de fanáticos agresivos y despiadados resulta más fácil y barato que cualquier otro negocio político. Basta con despojar a la historia de todos sus colores y matices y recortar de ella solamente todo lo que ayude a la tarea de deshumanizar al otro y sacralizarse a uno mismo.
Llamar a todos los enemigos juntos «fascistas» o decir «antisemitas» a todos los críticos de la política del Gobierno de Israel me recuerda a un viejo chiste: hay un niño que escucha de los adultos la palabra ‘prostituta’ y pregunta qué es eso, le responden que «es una mala mujer». Feliz de haber aprendido la nueva palabra, el niño, que está enojado con su abuela por haberle negado algo, utiliza la nueva palabra: «¡Abuela, eres una prostituta!».
Encubrir los intereses personales con montañas de cenizas de su propio pueblo no solo es abominable, sino también muy poco inteligente, porque siempre se nota.
La verdadera historia, persistente y desafiantemente negada por el Israel oficial (igual que las múltiples resoluciones de la Asamblea General de la ONU), se ha convertido en la tragedia de su propio pueblo, que realmente no entiende las razones del odio de sus vecinos hacia ellos, y todo el odio recíproco que cierra el círculo de la violencia.
Algunos no se dan cuenta de que, si su sueño de convertir a Gaza en un Luna Park se hiciera realidad, la vida de los israelíes no solo no sería la más segura en el mundo, sino que sucedería todo lo contrario. Esta es la única lógica de la venganza, algo mortífero y contagioso, lo que tantos siglos intentamos infructuosamente superar, contraponiéndole los valores de la civilización y de la cultura.
El monstruo Hamás fue deliberadamente alimentado por las políticas del Estado israelí y planeado con el apoyo de sus servicios de inteligencia. En un país sin muros, sin ‘apartheid’ absoluto y sin el odio mutuo, interno, omnipresente y de Estado, que se convirtió en la norma, no sería posible ningún Hamás.
El movimiento Hamás es un espejo negro de la sociedad israelí moderna que ningún bombardeo puede romper. Para lograr la paz en Oriente Medio y salvar a todos los niños, palestinos y judíos, basta con mirarse en él con algo de honestidad.