Este 16 de septiembre de 2023 se cumplieron 50 años del asesinato del cantautor, compositor, poeta y director de teatro chileno Víctor Jara. No fue ningún «error» ni un «exceso» en medio del caos represivo después del golpe. Los que conocen el Ejército chileno entenderán que es una máquina perfecta que funciona con absoluto orden o mando vertical, sin la mínima posibilidad para realizar cualquier improvisación.
«…¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera
Sin importarles nada
La sangre para ellos son medallas
La matanza es un acto de heroísmo…»,
escribía Víctor en las últimas horas de su vida desde el Estadio Chile, en el centro de Santiago, convertido por los militares en un campamento de reclusión y tortura. Él era uno de los símbolos artísticos del gobierno de la Unidad Popular, militante comunista, uno de los más talentosos directores teatrales de su generación en América Latina y el embajador cultural de Chile de Salvador Allende.
Tenía que ser uno de los primeros objetivos militares de los golpistas. Después de varios intentos de investigación de su asesinato —la más seria y efectiva fue realizada por el equipo de los periodistas del canal Chilevisión, a cargo de mi amigo Pedro Azocar—, por fin se pudo dar con los autores materiales y varios de ellos terminaron presos casi medio siglo después. Pero todavía no sabemos los nombres de los autores intelectuales ni los detalles del mecanismo de muerte que fluía en aquellos trágicos tiempos, entre Pinochet y los verdugos con uniforme en los centros de tortura y exterminio que funcionaban por todo el país.
El Ejército chileno sigue manteniendo sus macabros secretos y los asesinos siguen muriendo de viejos orgullosos de su «misión» cumplida. A cambio, la generación que en aquellos tiempos cumplía servicio militar continúa alcoholizándose y con graves trastornos sicológicos.
El asesinato de Víctor Jara, al igual que el saqueo del museo de Bagdad bajo la vigilancia de los militares norteamericanos o la destrucción de los monumentos y libros soviéticos por los nazis ucranianos, fue un operativo militar dirigido contra el corazón del enemigo: su cultura.
En 1970, después del asesinato en una manifestación del joven comunista chileno Miguel Ángel Aguilera, Víctor escribió una de sus más tremendas canciones; ‘El alma llena de banderas’ decía:
«Ahí, debajo de la tierra
No estás dormido, hermano, compañero
Tu corazón oye brotar la primavera
Que, como tú, soplando irán los vientos».
Mucho se habló de la profecía de varios de sus textos (‘Soldado, no me dispares’, etc.). No lo creo, era una lógica simplemente racional frente a la cruda realidad de una lucha a muerte, sin necesidad de adornos literarios sobre lo «místico», «los presentimientos» o los «destinos». Víctor, igual que sus compañeros del arte popular y políticamente comprometido, entendía perfectamente a qué se exponía. Fue un combatiente, no una víctima, visto desde esta perspectiva. Simplemente hasta el final cumplió con lo que cantó, igual que el presidente Allende.
Me parece muy escandaloso e increíble que lo que más impresiona a la gente sea la capacidad de los artistas o los políticos de ser consecuentes. Si lo que nos enseñaron como tan normal era cambiarse muchas veces de chaqueta cuando nos convenga, adaptar nuestros discursos «para evitar problemas», o después de escribir más de década sobre los crímenes de la dictadura en Chile, en los tiempos la Unión Soviética, después en la época de Yeltsin pedir luego entrevista a Pinochet para presentarle las disculpas públicas por criticarlo «siendo joven e influenciado por la propaganda comunista»; como lo hizo un conocido periodista ruso y luego, orgulloso, contárselo a sus lectores. Lamentablemente, no fue el único. ¿Cuántos artistas y políticos hicieron últimamente las mismas o peores cosas? En el caso de Chile al revés, muchos ex pinochetistas se arrepintieron y condenaron la dictadura porque hablar bien de Pinochet se hizo oficialmente un mal negocio. En este extraño mundo vivir y morir según lo que cantas o lo que dices parece ser lo más increíble y raro.
Hablar de Víctor Jara hoy no es solo recordar la tragedia de Chile de hace 50 años, es tocar la esencia de la gran construcción antiimperialista nacional y a la vez muy internacionalista latinoamericana del siglo pasado, una urgente búsqueda de la identidad propia y una cultura auténtica, arraigada en nuestras tierras y nuestra sangre. El arte de Víctor y el de los que como él han sido el antídoto a las modas enajenantes que nos imponen, un instrumento de profunda transformación humana:
«…Que no es guitarra de ricos
Ni cosa que se parezca
Mi canto es de los andamios
Para alcanzar las estrellas
Que el canto tiene sentido
Cuando palpita en las venas
Del que morirá cantando
Las verdades verdaderas
No las lisonjas fugaces
Ni las famas extranjeras
Si no el canto de una lonja
Hasta el fondo de la tierra…»
El mes de septiembre es primavera en Chile. Igual que las semillas de las flores del Atacama, que largos años pueden dormir bajo la arena del desierto, despertando cuando las nubes del Pacífico les traen agua, el corazón de Víctor un día escuchará brotar la primavera de Latinoamérica y del mundo. Con tantas letras, tantas notas y tantas vidas sembradas en el mapa musical del mundo, los hijos humanos del futuro descubrirán este sólido y tan necesario continente de sueños, el continente llamado Víctor Jara.