El megaproyecto en construcción en la Península de Yucatán, el “mal llamado Tren Maya, porque de maya no tiene nada”, como lo llaman las comunidades de la región en resistencia, está lejos de detonar el progreso que verdaderamente se necesita. Por el contrario, agudiza problemas de despojo, deforestación, acceso al agua, contaminación, discriminación, división, pobreza e incluso crimen organizado, coincidieron representantes de estas comunidades, así como investigadores y una investigadora que participaron en la elaboración del volumen 1 del libro Territorios Mayas en el Paso del tren. Riesgos previsibles y posturas independientes sobre el Tren Maya.
Señalaron también que la parte turística —de la que se espera sea masiva y destructiva, además de costosa— es en realidad secundaria, pues lo que verdaderamente se persigue es el impulso a la conectividad para el transporte de carga y el intercambio comercial, especialmente ante la sequía que ha afectado el flujo en el Canal de Panamá. Ello se dijo en el conversatorio El tren va… ¿Y nosotr@s a dónde?, durante la Semana del Tren Maya en la IBERO —del 28 al 31 de agosto—, un espacio de reflexión organizado por el Observatorio de Conflictos Socioambientales (OCSA), el Centro Transdisciplinar Universitario para la Sustentabilidad (Centrus) y los Programas de Interculturalidad y Asuntos Indígenas (PIAI), Universitario para la Sustentabilidad y de Asuntos Migratorios (PRAMI).
El Tren Maya convierte la cultura en un producto turístico comercial
Con este proyecto del gobierno federal que atraviesa los estados de Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo, “nuestra cultura se presenta como valiosa, siempre y cuando sea un producto turístico. Ya no se necesita ir a un parque temático para ver que vuelva nuestra cultura a un espectáculo, sino que la gente ya de la comunidad empieza a tener esas mismas formas de mirar nuestra cultura”, lamentó la Lic. Wilma Esquivel Pat, bióloga maya macehual, feminista comunitaria territorial de Felipe Carrillo Puerto en Quintana Roo.
Agregó que el turismo masivo es totalmente destructivo, acabador y depredador. “¿Quiénes somos nosotros y nosotras como pueblo en ese turismo, en una ciudad que no es para nosotras y nosotros? Somos la servidumbre”. Además de la venta y la expropiación de tierras, las juventudes también están siendo desplazadas, dijo, pues en ciudades como Tulum o Bacalar —con el tipo de desarrollo que las comunidades en resistencia no quieren— es muy difícil que una joven o un joven pueda pagar una renta.
En el aspecto ambiental hay una deforestación tremenda, la Reserva de la Biosfera de Calakmul está siendo destrozada, aseguró Sara López González, mujer maya nacida en Candelaria, Campeche, defensora de los pueblos indígenas, el campo y la vida. “Cuando caminamos y viajamos a esa parte, nos duele el alma, nos duele el corazón, porque ves toda la deforestación por donde van a pasar las vías”.
Por su parte, la Dra. Alba Margarita Campos Buendía, investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en México (FLACSO) y autora de uno de los capítulos del libro Territorios Mayas en el Paso del tren, señaló que en la Península del Sur-Sureste se encuentran 49 zonas arqueológicas, 15 Áreas Naturales Protegidas federales y 20 estatales, 24 humedales, 24 áreas de conservación y una reserva ecológica municipal —la reserva de Cuxtal—, que surte el 50% del agua a Mérida, Yucatán. “Es la zona geográfica en donde más acuíferos subterráneos tenemos, ahí se encuentra la mayor cantidad de agua subterránea disponible en el planeta”.
Agregó que en 2015 la actividad turística fue el proceso productivo que trajo un mayor deterioro ambiental a la Península y para 2019, este deterioro tiene que ver sobre todo con el desarrollo de proyectos hoteleros y de proyectos de infraestructura, entre ellos el Tren Maya.
El verdadero objetivo es la conectividad para el comercio regional
La Dra. Campos Buendía, al igual que el resto de las y los participantes en la charla, señaló que el Tren Maya es más que las vías: es una puerta de entrada hacia el comercio e integración regional y global. “Al Estado le interesa sobre todo abrir la puerta a estos capitales por medio del Tren, sobre todo en términos de intercambio comercial. La parte turística es el plus”.
Eduardo Martínez Romero, Maestro en Ecología y Ciencias Ambientales por la UNAM, señaló el problema de la sequía en el Canal de Panamá en Centroamérica, el cual ha reducido el flujo de bienes y servicios, “todo el transporte marítimo está volteando a la Península de Yucatán y al Istmo de Tehuantepec”.
De ahí la importancia para el gobierno de construir estos circuitos de comunicación, con el Tren Transístmico y el circuito del tren en la Península de Yucatán, Tabasco y Chiapas, dijo el también autor de uno de los capítulos del libro.
La idea de la conectividad en el Sur-Sureste no es nada nueva
El Dr. Miguel Ángel Díaz Perera, investigador del Colegio de la Frontera Sur, consideró que el Tren Maya es un proyecto de desarrollo muy convencional que no tiene nada de nuevo. Mencionó toda una serie de proyectos similares que se llevaron a cabo durante el siglo pasado, como el que después se llamó Ferrocarril del Sureste, a finales del siglo XIX y principios del XX.
Éste era en realidad un proyecto integrador entre el Ferrocarril Nacional de Tehuantepec y Ferrocarriles Unidos Yucatán. El académico señaló que en el siglo pasado persistió la idea de conectar el Ferrocarril Nacional de Tehuantepec y darle la vuelta a la Península de Yucatán, como una herradura. De hecho, el proyecto del Ferrocarril del Sureste fue bandera del presidente Lázaro Cárdenas.
Incluso cuando el proyecto presente retoma el uso de tramos de vías antiguas, el Dr. Díaz Perera destacó que en éste y en todos los proyectos anteriores se manejaron narrativas que buscan romper con el pasado, como si antes de ellas no hubiera existido nada, y “ha sido constante la idea de la narrativa de superar el rezago, la idea de la narrativa de la esperanza”.
“Desde que nos invadieron, a los pueblos originarios nos han tenido tutelados, han pensado que nosotros no tenemos la capacidad de decidir sobre nuestra vida”, denunció la Lic. Esquivel Pat, también poeta y Vicepresidenta del Centro Comunitario U kúuchil K Ch’i’ibalo’on. Lamentó que se ha pensado que el conocimiento de los pueblos no tiene valor. “Yo tengo formación como bióloga pero, con toda honestidad, la razón de vida y de plenitud yo la encuentro en la sabiduría de mi pueblo”.
Por su parte, Sara López enfatizó: “Nosotros y nosotras decimos no al Tren Maya, no porque no queramos el desarrollo, no porque no queramos el progreso de la comunidad, pero eso no es el progreso de la comunidad”. Lo que quieren en realidad —dijo— es vivir su propia autonomía, “con nuestros usos, con nuestras formas, con nuestras costumbres, con nuestra forma de ser, y eso nos lo han arrebatado”.
Si te interesa apoyar a estas comunidades en resistencia, la activista nos recomienda seguir la información que difunde el Congreso Nacional Indígena (CNI), la Red de Resistencia y el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA) —en relación con los amparos que las y los pobladores han interpuesto ante los despojos—, así como visibilizar estas acciones en la defensa del territorio, “para que todo el mundo sepa lo que estamos viviendo”.
Como parte de la Semana del Tren Maya, también se llevó a cabo la experiencia inmersiva Rieles y raíces: los impactos socioambientales de la construcción del Tren Maya, y el taller Trayectos y transformaciones: visualización geográfica del paso del Tren Maya.
Publicado originalmente en la IBERO