Hace muchos años, de joven, los ojos de un orangután cautivo, marcaron un rumbo en mi vida para romper la barrera de las especies buscando la libertad sin cadenas más allá de la humanidad. Me convertí en un defensor de sus derechos básicos, en un amante de nuestros hermanos evolutivos y en un activista en contra de la cautividad de seres vivos tan sintientes como nosotros, con su cultura y sus necesidades biológicas como los humanos. A partir de ahí, mi vida ha estado ligada siempre en su defensa altruista, buscando los apoyos necesarios para que los grandes simios sean considerados patrimonio vivos de la humanidad, se legisle una Ley que los proteja, salgan todos ellos quedando las jaulas vacías, se proteja sus poblaciones en libertad y haya una declaración universal por parte de la ONU sobre sus derechos.
El antropocentrismo humano debe ser rechazado y mostrarnos más iguales a otras especies vivas que comparten con nosotros el difícil sendero de la vida. A los homínidos no humanos que he conocido personalmente, me han entregado su cariño y me han demostrado con sus gestos y amistad, que muy poco nos diferenciamos entre nosotros.
Sus mundos deben ser respetados y en nada deben ser usados para explotación comercial y beneficio para nuestro divertimento. Me han enseñado a ser más humilde, a bajarme de mi pedestal de humano y sentir su sensibilidad olvidando las pocas diferencias de nuestras especies. Yo veo en sus ojos a una persona, a un ser que siente y transmite con sencillez sus deseos de libertad, de ser ellos mismos en su mundo, de querer seguir evolucionando como lo hicimos nosotros, de sentirse feliz en su casa que es la selva y no entre rejas donde el humano le dice cuando comer, cuando dormir y con quien debe estar.
Ellos me han enseñado a luchar por su supervivencia, por su bienestar y en contra de su esclavitud. A entregar mi vida, mi tiempo y mi entusiasmo de forma altruista. En comprender que como homínidos que somos debemos respetarnos y ayudarnos, a darnos la mano y como hermanos mayores que somos, a protegerlos y luchar por sus derechos. La mitad de mi vida ha sido ese el objetivo, el camino que he querido emprender, el faro que ha alumbrado la bandera de la igualdad y el respeto, de romper la creencia que ellos son cosa y nosotros alma.
Y sigo en el frente buscando la forma legal para que los homínidos no humanos sean parte de la propia historia de la humanidad. Por ello les dedico estos versos que emanan de mi cariño por todos ellos y en especial a los que sufren en cautividad, debido al egocentrismo humano de explotarlos para su beneficio, olvidando que ellos y nosotros tenemos un mismo ancestro común.
Me habéis dado
una razón,
un objetivo de lucha,
una mano
y un corazón,
un sentido
en mis horas caídas,
un camino
de ilusión.
Os he conocido
en el alma,
en las rejas
que os hemos impuesto
robando vuestra libertad,
negociando
con la cautividad,
con el dolor amargo
de la incomprensión
en el camino evolutivo
de la verdad.
He puesto en mi pecho
la insignia
de vuestra felicidad,
la pugna
del sufrimiento
ante el atropello
a vuestra especie
por la humanidad.
He puesto vuestra voz
en libros y pasiones,
en la tribuna del Congreso
y en mi pecho
con amor.
Os he conocido
rompiendo las barreras
impuestas por la sociedad,
he sentido
los abrazos y besos
de un cariño sin igual.
En las sombras
de vidas cautivas,
he visto la inteligencia
que aflora altiva
y la sonrisa
que emana
en la suave brisa
de vuestro hogar
destruido por hachas
con fuego de ira
y humo infernal.
Tuya es mi lucha
a golpe de tambor,
de palabras caídas
en un mundo sin calor,
de vientos que arrasan
las cadenas de prisión
que golpean a vuestra gente
y humillan el honor
que aflora en tu piel
con interna pasión.