5 de septiembre 2023, El Espectador

Plaza de Bolívar, 31 de agosto. La luna le prestó su brillo al cielo, y la catedral estaba iluminada por las luces que se encienden a las 6pm. En el salón elíptico del Capitolio, la Cámara de Representantes le entregó a la maestra Patricia Ariza la Orden de la Democracia Simón Bolívar.

El recinto —sala de partos de nuestras leyes y testigo mudo de vergüenzas y compraventas y a veces también de inteligencias y valentías— le abrió la puerta al arte y a las guitarras. Cantó la Colombia que resiste; cantó por la memoria y las heridas; cantó nombres de líderes asesinados y evocaciones de ese tanque horrible que en 1985 violó al Palacio de Justicia, y —como bien reclama Cesar López— nunca vimos salir.

El país político le rindió un homenaje a Patricia Ariza, y el país sobreviviente quiso acompañarla. Por lo que ella es y lo que simboliza, por lo que hace y por sus lealtades a prueba de todo; por sus denuncias de cuerpo y alma; por los cientos de escenarios a los que les ha dado vida, y porque ha llorado tras bambalinas y ha gritado en las calles. El país que sobrevive acompaña a Patricia Ariza porque ella les ha tendido el arte y la mano a los pobres y a los violentados, a las mujeres y a los tristes, a los que nunca renuncian y a los que un disparo les atravesó los ojos y ella les está enseñando a mirar con el corazón.

Patricia Ariza, nadaista, revolucionaria y teatrera; abanderada de la cultura de la paz y de los debates polifónicos como herramientas para reconstruirnos en clave de convivencia. Patricia ha sobrevivido al genocidio contra la UP, a estigmas, batallones y letanías contra el comunismo. Quizá está blindada por la poesía. La cultura le ha dado esa fuerza vital de la mujer que “está pa’ las que sea”, y clama conciencia en este planeta en el que “los árboles se incendian solos y las aguas se salen de todos los cauces”.

Patricia quiere desengatillar los imaginarios y lograr que las palabras sirvan para reencontrarnos y no para destruirnos.

Ella es La Candelaria y la Corporación Colombiana de Teatro, el festival de mujeres en escena por la paz, y el nacimiento de la creación colectiva; es Tramaluna y el grupo de teatro que creó con los muchachos del estallido del 2021.

Su vida ha sido un acto político; cuando la policía le tiraba gases lacrimógenos, y hace unos meses cuando se posesionó como ministra de Cultura; cuando empaca en la maleta sus personajes y las pañoletas de colores y se va de gira por el mundo. Es un acto político la marioneta de tamaño humano que hizo para honrar los liderazgos sociales, y la viste de rojo y uno la llora desgonzada, muerta entre sus cuerdas y sus huesos de madera.

Patricia Ariza es la resistencia vuelta mujer, y la mujer vuelta cultura. En su casa cobran vida las máscaras y laten los corazones de latón; hay montañas de libros, velas y sombreros; poemas y azafrán; tequilas de autor, fotografías y unas aceitunas tan grandes como los ojos de la tierra.

Patricia es la antítesis de lo patriarcal; es parte fundamental de la piel de Colombia y del pulso de la rebeldía intelectual; un “performance” de paz y sensibilidad. Dice Patricia que “una paz que no se canta y no se cuenta, se puede morir de tristeza”.

Y hablando de tristezas, dice que una vez, cuando casi muere de dolor porque la violencia le arrebató a sus compas de la Unión Patriótica, quienes la rescataron de la melancolía fueron los más pobres de los pobres, los habitantes de calle que un día tocaron a su puerta pidiéndole que armara con ellos un grupo de teatro.

Gracias Patricia, porque ni en tus libretos ni en tu vida, existe la derrota.

El artículo original se puede leer aquí