A cincuenta años del Golpe de Estado de septiembre de 1973, más allá de los justos homenajes que se le rindieron en Chile y en todo el mundo a Salvador Allende, todos tuvimos la oportunidad de observar la crispación que siempre le produce a la derecha esta efeméride patria y mundial. Aunque los años transcurridos nos aportan cada vez más pruebas de que el derrocamiento fue concebido y organizado por Henry Kissinger y el gobierno norteamericano de Nixon, curiosamente este hecho fue soslayado por los actos oficiales, a pesar de que desde Washington esta vez hubo contundentes reconocimientos al respecto. Especialmente al desarchivar la Casa Blanca nuevos y contundentes documentos secretos en que se develan una cantidad de acciones y aportes millonarios de la CIA destinados a la desestabilización del gobierno de la Unidad Popular para instalar luego de una operación criminal y terrorista a Pinochet en el Gobierno de nuestro país.
Claro, los gobernantes actuales no están disponibles para enfatizar la responsabilidad del imperialismo norteamericano en decenas de golpes de estado en este Continente y en el mundo. Ni menos exigir que los autores intelectuales estadounidenses pudieran ser enviados a nuestro país para ser juzgados como sediciosos y homicidas. Ciertamente, sería mucho pedir que no se imponga la impunidad al respecto, por lo que los actuales y próximos gobernantes estadounidenses ganan fuero para seguir realizando operaciones criminales destinadas a derrocar a aquellos gobiernos de cualquier tendencia política que pongan en peligro los intereses norteamericanos.
Con el Golpe de Estado de 1973, la potencia imperial dejó en claro que su empeño no solo se acota a combatir a los gobernantes izquierdistas sino a cualquier régimen que se proponga cambios sustantivos en favor de la justicia social que puedan afectar especialmente sus inversiones en el exterior. Hace 50 años se echó abajo un gobierno democráticamente elegido para imponer el régimen neoliberal que puso marcha atrás a las conquistas democráticas y sociales emprendidas, por ejemplo, la nacionalización del cobre y la reforma agraria.
Nos parece una omisión inaceptable que tampoco haya existido este año una condena amplia y severa en contra de lo obrado por Estados Unidos. Lo que se explica con la complicidad de la derecha y de las entidades políticas que promovieron el Golpe. Y ahora, todavía peor, con el desvergonzado silencio de la izquierda neoliberal, es decir de aquellos socialistas, demócrata cristianos y otros que a esta altura les constituye un honor estrecharle la mano al propio Secretario de Estado Norteamericano que llega a los cien años de existencia sin reproche de parte de los que contemplaron y hasta sufrieron en carne propia las violaciones a los Derechos Humanos alentados también desde Washington. De esta forma es que seguimos advertidos de que el imperialismo sigue con bríos, así como se nos notifican sus próximas intervenciones sediciosas y terroristas en cualquier parte del mundo que creen propio.
Así mismo, con todo lo que se sigue conociendo respecto de los horrores de la Dictadura cívico militar, la derecha permanece impertérrita y se hace cómplice de lo sucedido. Pese a las desavenencias entre sus partidos, prácticamente todos estos se mantuvieron de acuerdo en justificar el quiebre institucional y el régimen de terror que le siguió. La verdad es que la pertinacia ideológica del ultraderechista Partido Republicano se impuso y permeó a todo el espectro derechista de los partidos tradicionales del sector.
Por más que se hicieran exhortaciones desde el oficialismo para que se avinieran a desligarse de lo obrado por Pinochet, lo cierto es que en estas últimas semanas estos sectores han valorado el legado infame de la Dictadura y todo indica que van a consentir en la mantención de la Carta Fundamental de 1980 con aquellos retoques que se le hicieron posteriormente para disimular su esencia autoritaria. Así como también aliciente su voluntad de mantener el sistema de salud y previsional vigente. Y todo lo que representa su sacralización del Mercado como rector de la economía y la mantención irrestricta del Estado subsidiario. Todo indica que la prolongación del statu quo tampoco incomoda mucho a los actuales gobernantes y referentes de izquierda, cuando el acceso a los aparatos del estado y su oportunidad de control y malversación del erario nacional parecen ser la prioridad fundamental de muchos de sus actores.
Ha quedado de manifiesto que el imperialismo norteamericano sigue muy vivo, así como a todos consta el enorme poder que mantienen las clases patronales, junto con la existencia de una derecha política que se declara democrática sin pergamino alguno para tan pretensión. Ya que muchos volvieron a comprobar su vocación golpista y antirrepublicana aquí, tanto como en América Latina y, ahora, hasta en los propios países del Primer Mundo.
Poco espacio hubo para reconocer los errores de la izquierda y el gobierno de Allende que, sin duda los hubo, pero que en nada justifican el Golpe y sus dramáticas consecuencias. En este sentido, en vez de seguir esperando desde el oficialismo y la izquierda la conversión de la derecha, su mea culpa y convicción democrática, los actuales gobernantes debieran empeñarse en organizar al pueblo y prepararlo para defender las profundas reformas tanto tiempo postergadas. Para así, conjurar otra conspiración cívico militar, intención que sigue vigente entre quienes siempre han despreciado la dignidad humana, la equidad social, como la soberanía del pueblo. Y que a cincuenta años del Golpe se reiteran con tanta soberbia y cinismo. Porque, en realidad, un pueblo unido y activo nunca puede ser vencido.