“… es casi seguro que un buen día nacerá aquí un hombre de alma titánica —los titanes son los hijos de las montañas— que hará versos soberanos y será propiamente el Ande que versifica.”
José Ortega y Gasset, Meditación de la Criolla, 1939
Y ya había nacido, don José, el año anterior a su alocución, sólo que Ud. no podía saberlo. Mario Luis Rodríguez Cobos, quien después sería conocido en éstas y otras latitudes por el nombre con el que pasaría a la historia, Silo, vino al mundo en Mendoza, Argentina, a la vera de esas grandes e inspiradoras montañas en Enero de 1938 y su cuerpo, fiel compañero de sus múltiples andanzas, quedó inerte un 16 de Septiembre setenta y dos años más tarde.
Pero ¿qué sentido podría tener rememorar el fallecimiento de aquél que ya tempramente proclamó “¡No hay sentido en la vida si todo termina con la muerte!”? El único motivo con un significado coherente es realzar su obra y su legado, la que sin duda ha trascendido al individuo y cuyos rayos se proyectan sin ser empañados en lo más mínimo por las anécdotas del tiempo físico.
Sin embargo, destacar algunas pocas de sus experiencias y propuestas podría empequeñecer su magistral aporte a la especie humana al tiempo que una necesaria reducción interpretativa podría tergiversar, a otros ojos, su principal mensaje. Silo mismo, consciente de estas cuestiones, se encargó de alivianar el asunto colocando sus textos y alocuciones fidedignas en un sitio que recomendamos visitar, al par de consultar sus libros impresos editados en diversas lenguas.
Hechas estas precisiones, podemos comentar libremente tres aspectos que consideramos de fundamental importancia en su legado.
La integración de la mística y la acción social
En la búsqueda de las verdades más profundas del ser humano, en la investigación del propósito de su existencia, diversos místicos intentaron ir más allá del mundo fenoménico, internándose en la develación de los misterios esenciales. Y, como si se tratara de quien toca con sus pies el fondo de un estanque, la necesidad de comunicar sus descubrimientos los impulsó con fuerza a la superficie para compartir aquello que consideraron mejoraría la vida humana.
Así, la tarea a la que Silo dedicó su vida y forma parte insustituible de su legado, es la de ahondar, comprender y superar todo los factores que generan dolor y sufrimiento en nosotros y a nuestro alrededor. Como lo explicó en numerosas oportunidades, la violencia externa con sus múltiples modalidades y la violencia interna producida por la contradicción, íntimamente unidas por hilos sutiles, son hoy el principal escollo a remover.
En un tiempo histórico que ha disociado la subjetividad de lo objetal, separado la expresión energética de la material, compartimentando lo espiritual y lo político como reinos separados – acaso para asegurar el dominio feudal de algún actor en ellos -, es un imperativo moral recomponer la unidad perdida y devolver a los pueblos la capacidad de transitar por ese espacio único e indisoluble con un sentido creador.
Rebelión ante la determinación
En un significativo pasaje de su libro “Humanizar la Tierra”, Silo señala: “No aceptaré a mi lado al que proyecte una trascendencia por temor sino a quien se alce en rebelión contra la fatalidad de la muerte.”
Dicha actitud de rebeldía frente a lo dado, a lo fáctico, junto a la capacidad del ser humano de encontrar salidas creativas a las distintas encerronas y aparentes condicionamientos, es un componente central de su doctrina.
En relación a la supuesta condición natural y determinada, Silo es enfático y esclarecedor al señalar en su opúsculo “Acerca de lo Humano”: “En el ser humano no existe “naturaleza” humana, a menos que esta “naturaleza” sea considerada como una capacidad diferente a la animal, de moverse entre tiempos fuera del horizonte de percepción. Dicho de otro modo: si hay algo “natural” en el ser humano, no lo es en el sentido mineral vegetal o animal, sino en el sentido de que lo natural en él es el cambio, la historia, la transformación.”
“Tal idea de cambio” – continúa diciendo – “no se aviene convenientemente con la idea de “naturaleza” y por ello preferimos no usar esta última palabra como se ha venido haciendo, y con la cual se han justificado numerosas deslealtades hacia el ser humano.”
De esta manera, al observar en la actualidad cierta devoción casi “ritual” por las “leyes” del ámbito natural y ante ciertas voces que culpabilizan al género humano (y no a los mecanismos propios del sistema capitalista) por la actual degradación medioambiental, la afirmación de la capacidad y necesidad humana de transformar su entorno se vuelve un estandarte de rebeldía ante el clamor regresivo conservacionista, que omite las calamidades que la especie debió y debe afrontar aún por los condicionamientos naturales externos y propios.
Un mensaje y un proyecto universal
Los guías que trazaron caminos de evolución para la humanidad le hablaron a sus pueblos desde sus circunstancias históricas y culturales. Este hecho, acaso necesario para conectar con el sentir y la necesidad epocal de las poblaciones, colisionó luego con otras al intentar expandir los mensajes, ocasionando violencia e imposición.
Desde su misma raíz, Silo comparte su mensaje con una clara intención de universalidad, respetando las traducciones culturales que cada pueblo pueda producir y a la vez proponiendo una convergencia hacia valores y experiencias esenciales, propias de la misma especie humana, cualesquiera sea su condición geográfica y cultural.
La característica de libre interpretación expresada por él mismo en relación a las posibles experiencias derivadas de su enseñanza, por otra parte, hace permeable a su doctrina a las transformaciones humanas del futuro, aspecto absolutamente coherente con su concepción dinámica del Ser Humano.
El Humanismo Universalista, como expresión social de su Mensaje, apunta además a un proyecto acorde con la formación de la primera civilización plenamente interconectada de la historia humana, promoviendo la imagen de una Nación Humana Universal, inclusiva y hermanada con el propósito de acometer los retos de la especie de forma mancomunada y colaborativa.
Como lo aclaramos al comienzo de la nota, hay muchos más aspectos a mencionar en la obra de Silo, pero a modo de albacea colectivo de ese legado, basten estas pocas líneas para afirmar la vigencia, necesidad y centralidad de la propuesta siloista en un mundo que necesita abrir su futuro a nuevas utopías.
Emparentado con ello, en un espíritu cálido de posibilidad y apertura hacia el futuro y a modo de testimonio, adherimos al siguiente extracto del ya citado ensayo de Silo: “Amo pues del Ser Humano, su humanización creciente. Y en momentos de crisis de cosificación, en momentos de deshumanización, amo su posibilidad de rehabilitación futura.”