La transición política y social de una nación desde una dictadura a un régimen democrático, implica asumir la existencia de un país dividido que lleva en sí un pasado que sigue siendo presente para un gran número de personas, por cuanto sus vidas han estado cruzadas por hechos traumáticos y sus efectos. Los llamados frecuentes e invitaciones a la reconciliación, en nombre de la patria común, es altamente complejo para todos los adultos que perdieron a familiares que fueron secuestrados, desaparecidos o asesinados y para todos los adolescentes, niñas y niños que no pudieron vivir sus correspondientes etapas, pues vivieron bajo la amenaza y el miedo constante. Dar vuelta la página y empezar de nuevo no es fácil, pues tanta violencia no puede pasar por su historia personal como si nada hubiera acontecido.
Los procesos reconciliatorios recurren a leyes de amnistía, instalando el olvido jurídico y político sobre las acciones y responsabilidades criminales realizadas en el pasado; pasado que se resiste a pasar al olvido y que se convierte en un presente ahogado de exigencias y contradicciones. El olvido, como fundamento de la paz social, no considera el efecto de lo acaecido sobre las víctimas e impone de múltiples formas una resignación obligada ante los hechos consumados y la impunidad existente. El proceso requiere hacerse cargo del pasado, reconocer y reparar a las víctimas, incorporando sus memorias y la memoria de la lucha, mediante condiciones de justicia y equidad, ejes fundamentales para la democracia actual y futura. Al no hacerse cargo de esto, surge una lucha de visiones y de interpretaciones del pasado que coexisten conflictivamente en los espacios políticos y sociales.
En este contexto y en la dirección de lograr la reconciliación, diversas iniciativas conmemorativas se han llevado a cabo, particularmente este año a 50 años del Golpe, generando una serie de vivencias individuales, testimonios que dan cuenta de que para muchos es un tema aún a resolver como sociedad.
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«Los 11 de septiembre, desde que tengo conciencia, era el día en que los «buenos y malos» se habían enfrentado. Ganando, claramente, los «buenos». Con el paso de los años, fui comprendiendo esto de los dos bandos y la carga traumática que conlleva para miles de seres humanos en Chile ser aplastados por la violencia del «bando triunfador». Hasta hoy me produce una suerte de agobio, pese a no haber sufrido torturas físicas, pero sí psicológicas mediante el uso de una de las herramientas mejor utilizadas por la Dictadura: «el miedo», ese que inmoviliza, que cierra futuro, que nos aísla y nos individualiza.
Como niño y joven formado en dictadura y todo lo que esto significa, llegó el momento de la rebeldía ante la barbarie de la dictadura y el miedo de los adultos a que me fuera a «pasar algo».
Este 11 de septiembre fue diferente. Ha transcurrido medio siglo desde el más sangriento golpe de Estado de nuestra historia. En este largo andar, por distintos puntos geográficos, he trabajado con muchos de los familiares de ejecutadas(os) políticas(os), detenidas(os) desaparecidas(os), torturadas(os) y exiliadas(os) en el norte del país, víctimas de la caravana de la muerte; pero otra cosa es trabajar con mis vecinos, hijos de víctimas de la violencia dictatorial.
La conmemoración y actividad surgió y creció en torno a las mesas de los 50 años en las ciudades y comunas.
En nuestra ciudad la mesa se reunió en mi casa, y la clave para saber el punto de encuentro fue «la reunión es en la casa del discípulo de Silo»; yo les aclaré que es muy pretencioso para mi decir que soy discípulo.
Planificamos actividades al aire libre, en la calle, donde se debe estar, enfrentando el Negacionismo. Una de las actividades que se realizó, es un mural de 30 metros de largo que estaría acompañado de stand de organizaciones, micrófono abierto, baile, poesía, teatro y exposiciones. El clima dijo otra cosa el domingo 10, y el lunes 11 también debimos suspender por lluvia. Hasta que nos rebelamos y decidimos hacer una actividad en la plaza de la ciudad «llueva o truene», por la tarde en el memorial a puro «ñeque» sin permisos ni autorizaciones. Partimos el día 11 asistiendo a un colegio de educación básica que realizó un acto en memoria y reflexión, el único colegio público que lo hizo; fuimos sorprendidos por la muestra desde la cueca sola, testimonio de torturas de profesores, exposición de fotografías, etc. El registro que nos dejó fue que de haberse realizado estas actividades antes en los colegios, tal vez y solo tal vez, no tendríamos el nivel de apatía, desconocimiento y negacionismo que impera hoy en la sociedad.
Luego la romería en el cementerio, de ahí a preparar el acto central de la tarde noche, que era incierto, dado el corto tiempo en que fue preparado. Fue sencillo, emotivo, simple, con un mensaje potente: ¡¡¡NUNCA MÁS!!!
Llegaron más de cien vecinas y vecinos comprometidos, mi hija co-animando el acto. Terminamos abrazando al compañero y compañera que teníamos cerca o lejos, como un acto de compromiso con la vida.
Los dioses quisieron que no hubiera ni lluvia ni truenos que entorpecieran la voluntad humana».
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«En jóvenes que nacieron después de esta fecha, la dictadura comenzó a hacer el adoctrinamiento a los niños, niñas y jóvenes, con ideas de odio a los otros; y muchos creían que vivían en un país tranquilo, sin delincuencia, mientras el miedo de expresar el sentir en contra era muerte segura; había que callar, porque si hablaban serían torturados por los agentes represivos del régimen. Recuerdo cuando asistía al colegio y se nos enseñaban valores patrios, eso no lo niego, pero tampoco se puede obligar por orden impuesta seguir una idea. También recuerdo cuando se nos hablaba de este día, en los libros de clases, como identificaban el 11 como el día de la liberación nacional; cuando uno iba al aeropuerto y había un letrero que decía Chile país libre del «comunismo», o entender que decían que el gobierno militar era lo máximo, mientras a otros les mataban a los padres, a los abuelos, los tiraban de los helicópteros, los torturaban en Pisagua y en distintos lugares».
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«Primero decir que son muchos años y que aún la justicia se dilata; que aún existen más de 700 cajas arrumbadas con osamentas esperando ser identificadas. ¿Falta de voluntad, recursos o simple ausencia de empatía? ….
Reflexiono sobre la cantidad de actividades que con tiempo se organizan, tanto de las autoridades como también los partidos, las familias de los/las detenidos/as desaparecidos/as, organizaciones civiles, etc. Todas llenas de emoción, unas más masivas que otras. Por ejemplo la de las mujeres en La Moneda (fue curioso estar ahí con carabineros y no sentirme reprendida) y el de la mañana del mismo día, una Romería; los mismos días en todos los centros de detención y tortura, incluso algunos coincidieron en horarios, y siempre en todos hubo mucha gente. Era medio siglo de negacionismo y de duelo. Londres 38, se recupera además el espacio «Venda Sexy», Villa Grimaldi que fue la que más visité en diferentes horarios y días y actividades. En cada una me encontraba con alguien que le sobrevivió, que luchan aún por obtener justicia, que sus relatos están en interminables expedientes, de juicios interminables, donde sólo unos pocos tienen una condena; pareciera que aún quedan secuelas de la dictadura. ¡Me entristece!
Había escuchado sobre esto en la adolescencia, pero se decía que eran mitos. En esa fecha solo había información clandestina. En mi casa se hablaba poco y cuando se hacía, debía ser en voz baja, era secreto. No tuve familiares en esas circunstancias (doy gracias a Dios), solo sé que de chica me asustaba, por las reiteradas oportunidades que nos hacían salir temprano porque se decía que había una posible bomba en el colegio; y afuera en la calle pasaban camionetas entregando pasas para la memoria, no estaban identificadas, pero eran del gobierno militar. Después del colegio me iba donde mí abuelita en Ñuñoa, el «piedragógico» como se le llamaba a la universidad de pedagogías de Macul con Grecia, y yo me bajaba en Ezequiel Fernández, siempre estaba pasada a bomba lacrimógena, llegaba llorando donde mi abuelita, ahí era donde llegaban todos mis tíos jóvenes, camuflados llegaban con panfletos y los mostraban, era advertida de no mencionar nada, mi abuelita asustada, nos decía que costaba la vida. Hoy… reflexiono por qué todo lo que supe durante mí adolescencia, hasta hace un par de años atrás, no era ni la mitad de lo que se vivió en esos años; viví en una burbuja. Hoy siendo parte de las organizaciones de las actividades de los 50 años, me ha servido para armar el rompecabezas de la historia oculta, conociendo a sobrevivientes que relatan su historia, leyendo nombres y historias de desaparecidos, en ellos mujeres, embarazadas, niños, madres, padres, hijos, hijas, etc., que fueron torturados y muertos, familiares que aún buscan respuesta, y de quienes debemos seguir escribiendo la historia de verdad, justicia. Y queda lucha por delante, queda mucho por hacer, hay que seguir… ¡Para que nunca más en Chile y en el mundo, vuelvan a ocurrir estos hechos de violación a los derechos humanos, delitos de lesa humanidad, tortura o muerte por pensar distinto!»
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«Cincuenta años, que cantidad de vivencias en este periodo de tiempo. En las conversaciones previas, en distintos ámbitos de actividad, fui de los promotores de tomar un rol, de trabajar una postura colectiva en esta conmemoración. En esas actividades, apoyé las voces que planteaban la necesidad, a pesar del clima beligerante de la coyuntura, de promover un camino hacia la reconciliación, con un discurso y acciones públicas, que si bien podrían traernos tomatazos, era la postura adecuada, la humanización sobre la piel de la monstruosidad. Y en la práctica, fue en cada espacio en donde lo hicimos, bien recibido, como un aporte, fue asombroso y conmocionante. Estamos obviamente muy lejos de la reconciliación pero, sin duda, marcar una posibilidad futura es nuestra tarea y tal actividad es unitiva internamente, porque tenemos un fuerte impulso por repetirla».
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Se hace imperativo fundar la paz de nuestro país, sobre el reconocimiento de este pasado traumático, sin nublar la memoria.

 

Redacción colaborativa de M. Angélica Alvear Montecinos; Ricardo Lisboa Henríquez; César Anguita Sanhueza; Sandra Arriola Oporto y Guillermo Garcés Parada. Comisión de Opinión Pública