Diciembre de 2019, mientras Francia atraviesa una de sus mayores crisis sociales, que los chalecos amarillos están en la calle dispuestos a todo por sus reivindicaciones y que se acercan peligrosamente hacia el poder, una nueva enfermedad está surgiendo en China. El Gobierno francés, a través de su ministro de Sanidad nos asegura que no tenemos nada que temer, que este virus no cruzaría nuestras fronteras. Dos meses después, el presidente de la República, E Macron, nos anuncia a través de los medios de comunicación: «¡Estamos en guerra!» y cierra Francia para luchar contra un virus.
¡Es el principio, para muchos, del comienzo del descenso hacia los infiernos! Los primeros afectados por esta decisión presidencial son las pequeñas empresas y los autónomos, porque se ven obligados a cerrar sus comercios. Perderán todo y no podrán hacer frente a sus deudas ni gastos fijos. Serán las primeras víctimas colaterales de la gestión de esta crisis.
¡El confinamiento terminará por aislar al resto de la población mientras se frenan las distintas revueltas de las calles! El único peligro, la única lucha a los ojos de nuestro gobierno es la COVID-19.
El Hospital que ya estaba en apuros, al borde del abismo y al borde del resquebrajamiento desde hacía varias décadas, se coloca a la cabeza. Como buenos soldados, serán los sanitarios los que irán al frente. Sin protección, sin municiones, sin estrategia, aparte de su conciencia profesional, su dedicación y los aplausos de las 8 p.m., para animarlos a ir a pelear.
Francia está bloqueada. Presos franceses encerrados por el miedo que les engendran los mensajes cada vez más dramáticos y que son ampliamente difundidos por los medios de comunicación.
¡La economía se derrumba, pero las calles están vacías! Más exigencias, más resistencias, una aparente calma se instala en las calles.
Los productos, llamados «de primera necesidad» son accesibles. Solo los centros comerciales están permitidos. Su acceso está regulado en número y calendario por un gobierno ausente. No se podía tratar de comprar un gorro o calcetines en pleno invierno porque estas secciones estaban bloqueadas en todas partes de Francia.
Todas las tiendas locales estaban cerradas, excepto las panaderías y las oficinas de tabaco. Todos los demás debían mantener sus cortinas metálicas cerradas. Prohibido reunirse con más de seis personas (¡excepto encuentros de fútbol!).
¡Las personas que se sentían mal debían quedarse en casa con tan solo DOLIPRAN! Pero sobre todo no saturar los servicios de urgencias ni atención primaria, mientras que muchos servicios estaban vacíos. Así que las gripes, los infartos y los cánceres no se trataban a tiempo, privando a la población de una posibilidad de recuperación. Y ¡no podíamos acompañar a nuestros difuntos en su viaje final!
Francia? País de luces, de derechos humanos, tierra de acogida, tocada hoy por el miedo que le genera el vecino, llegando éste incluso a denunciar la presencia de sanitarios que viven demasiado cerca de sus hogares, volviéndose hoy indeseables fuera de los centros de salud.
También dejando a nuestros ancianos solos frente a su angustia en las residencias prohibiéndoles de visitantes y voluntarios. Prohibiéndonos de visitar a nuestros mayores. Nuestros ancianos privados de su último contacto humano con la muerte como la única salida a su angustia.
El colmo del absurdo está en una ausencia total de humanidad destacada con la excusa de «protegernos». Así fue el Estado de excepción decidido por el «no saber». ¡Así es como el confinamiento destruirá nuestras vidas!
A finales de 2020, las primeras «vacunas» ya están disponibles. ¡Un verdadero récord científico! En menos de 6 meses. ¡Una verdadera proeza! Los investigadores lograron no solo secuenciar el ADN de un nuevo virus, sino que también han encontrado la cura milagrosa. Una vacuna de ARNm destinada a eliminar una pandemia mundial, al limitar los riesgos de contaminación, infecciones, casos graves, etc. Todo, con tan solo dos inyecciones y tres meses de diferencia entre ellas.
Inicialmente, sólo las llamadas personas frágiles, es decir, los ancianos y los enfermos crónicos, son destinatarios a tal tratamiento, ignorando todas las demás estrategias farmacológicas conocidas, propuestas por eminentes profesores de medicina, reconocidos internacionalmente por su trabajo e investigaciones.
Ante el riesgo de falta de dosis creado por los medios de comunicación bien establecida, la población asustada, sólo puede precipitarse hacia esta inyección providencial que, sin embargo, no tiene lo esencial: Conocimiento de los riesgos y efectos secundarios. La gente que no responder suficientemente a esta vacunación masiva sin precedentes, E Macron y su gobierno imponen la Vacunación obligatoria para todas las personas que deseen recuperar la vida social, las que trabajan en un entorno social y/o médico, sin discernimiento, sin consentimiento “libre e informado”, y los «recalcitrantes», serán «suspendidos» con pérdida de empleo y sueldo. Prohibido el derecho al paro, prohibición de trabajo, pérdida de la vida social, pérdida de orientación y numerosos ataques familiares.
Solo los sanitarios vacunados se convertirán en el símbolo y la garantía de una herejía médica.
¿La pregunta de los «refractarios», sanitarios suspendidos e impedidos de hacer su labor? Un puñado según nuestros líderes, miles según los interesados. Todo este personal, respetuoso con la ley y cuidadoso con su trabajo. Aquellos que se han negado a ceder al chantaje. Que lo han perdido todo por defender el primer acto médico que es el de «ante todo no hacer daño» PRIMUM NON NOCERE. ¿En qué se convierten?
Después de dieciocho meses de lucha, de privaciones, siendo el gobierno francés el último País en no haber reintegrado a sus sanitarios suspendidos. «Los suspendidos» como se acostumbra llamarlos, todavía están presentes, con los bolsillos vacíos, sin ahorros, habiendo tenido que vender en su mayor parte sus bienes para subsistir y con el alma herida por tanto maltrato infligido, han mantenido la cabeza alta. Ellos no se han rendido.
Hoy se trata de nuestra reintegración, pero ¿a qué precio? La HAS (Alta Autoridad de Salud) ha emitido un dictamen favorable sobre la reinserción del personal sanitario no vacunado de la Covid 19. Pero el nuevo ministro de Sanidad aun aceptado este dictamen también pide la opinión del comité de ética de medicina, del Orden de Médicos, de los distintos actores del mundo de la salud, de la academia médica, de administradores de establecimientos de salud. Ninguno de estos avisos o pseudo avisos aparece en el texto de la ley que regula la vacunación obligatoria. ¿Cómo podemos seguir creyendo o confiando en nuestro gobierno, que constantemente ha adaptado o eludido las
leyes fundacionales de nuestro país? ¿Cómo volver a ponernos bajo el dedo de un maltratador, de un «Maestro todopoderoso» que, ¿con un chasquear los dedos quiere quitarnos todo?
Muchos de mis colegas no volverán al sistema de atención convencional. Muchos han optado por la medicina alternativa, otros se han mudado a Suiza, España… y ya no querrán volver a Francia. Otros, han colgado sus batas, sus uniformes, sus cascos, ya sea por jubilación anticipada o por un cambio categórico de dirección profesional.
“Más de 30.000 sanitarios perdidos, olvidados, sin apoyo ninguno. Solo han vuelto 1000″. Así fue que mi ex-gobierno de Fraternidad, Libertad e Igualdad, nos ha dividido, nos ha destruido, a cada uno de los sanitarios y dañando un Sistema de Salud ya fragilizado.
¡Ni olvido, ni perdón, porque ellos ya sabían lo que hacían!
Catherine Bouissou, enfermera en suspensión.
Autora del libro: «Han terminado con los sanitarios».
livres.kb@gmail.com