En una suerte de previa a las fiestas patrias, a medio siglo del golpe, este 11 de septiembre pilló al país empantanado más que nunca, sin la capacidad para asumir ni resolver la grieta, el abismo que existe en el seno de nuestra sociedad. Una grieta que no solo afecta a víctimas y victimarios, sino a todas las esferas, sean estas políticas, económicas, sociales o culturales. Unos ponen el acento en las causas e inevitabilidad del golpe, otros en las atrocidades emanadas del golpe. Desde distintos sectores se pronuncia el “nunca más” con distintos significados.
Los presidentes vivos –Eduardo Frei, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet, Sebastián Piñera y Gabriel Boric- han suscrito un documento que encierra un compromiso por el respeto, cuidado y fortalecimiento de la democracia y los derechos humanos, siempre.
La oposición, en particular la UDI, resolvió desmarcarse emitiendo su propia declaración donde enfatizan la inevitabilidad del golpe en razón del quiebre social, político e institucional al que habría sido conducido el país por parte de la Unidad Popular (UP). Lo único inevitable es la muerte. Todos estamos condenados a pasar a mejor vida, moros y cristianos, ricos y pobres, mujeres y hombres, más temprano o más tarde. Nadie se salva. Todo el resto es evitable, está sujeto a nuestra voluntad. El golpe era evitable, pero faltó suficiente voluntad de entendimiento. Las partes se mantuvieron en sus cabales. Esfuerzos hubo, todos infructuosos, pero ello no convierte en inevitable al golpe.
Sin querer queriendo, ambos extremos del espectro político dominaron la escena retroalimentándose mutuamente, echándole más leña a la hoguera para anular todo esfuerzo de entendimiento. Las FF.AA. chilenas y sus cómplices pasivos, con el respaldo de la desembozada intervención norteamericana abrocharon un golpe que ese mismo día Salvador Allende esperaba conjurar mediante un llamado a plebiscito. Para evitar la salida democrática a la crisis, se anticipó el golpe.
Importa destacar que el golpe es inseparable de sus consecuencias. Es incongruente estar de acuerdo con el golpe, pero no con lo que trajo consigo en miles de compatriotas. Justificar el golpe es justificar todas y cada una de sus consecuencias, en particular las incontables violaciones a los DD.HH., la barbarie perpetrada por las FF.AA. contra sus propios compatriotas, contra lo que en su momento denominaron “el enemigo interno” dentro de la mal llamada “seguridad interior del Estado”.
Preciso es reconocer que, sin lugar a dudas, hubo una importante proporción de quienes, de buena fe, respaldaron el golpe en razón de la severa crisis imperante. Nunca imaginaron lo que sobrevendría. Lo hicieron pensando que sería para superar la crisis mediante una convocatoria anticipada a elecciones presidenciales y parlamentarias. Nada de eso ocurrió. Muy por el contrario, fue un golpe para, desde el primer minuto, refundar el país, cercenar las libertades públicas, extirpar el marxismo, y exterminar a dirigentes opositores “como ratones”, tal cual tituló un vespertino de la cadena periodística mercurial.
Un golpe que traía bajo el brazo un manual de acciones a emprender provisto por la Escuela de las Américas para enfrentar la infiltración “marxista-leninista”. Manual que fue acompañado del libro “El Ladrillo”, para imponer, a sangre y fuego, un modelo económico, el neoliberal. Libro provisto por los cómplices pasivos formados en la Escuela de Chicago. De esta manera mataron dos pájaros de un tiro. Para todo esto se incurrió en una violencia represiva estatal sin freno, desmedida, y que tuvo como propósito infundir miedo por la vía del amedrentamiento, la inhibición y la anulación a cualquier costo de toda forma de disenso.
Más allá de los errores de la UP, que no fueron pocos, en ningún caso alcanzaron los horrores en que incurrieron las FF.AA. Tampoco alcanzan a justificar el golpe, el cual estaba cantado desde antes que asumiera Allende. Hicieran lo que hicieran Allende y la Unidad Popular, su gobierno estaba condenado de antemano. El secuestro y asesinato por parte de un comando paramilitar del general Schneider, comandante en jefe del Ejército, es la prueba indesmentible de que la ultraderecha en complicidad con la derecha no trepidaría en usar a las FF.AA. para impedir lo que las instancias democráticas habían resuelto.
Las heridas siguen abiertas y no se visualizan signos para cerrarlas por parte de quienes son los victimarios. Desgraciadamente no se visualiza arrepentimiento alguno de parte de estos últimos. Incluso más, si se volviera a producir una crisis política y económica de una envergadura como la de entonces, me temo que la tentación por repetir la historia estaría a la vuelta de la esquina.
Mientras tanto, para estas fiestas patrias la cueca y el rodeo gozarán el privilegio de ser candidatas a estar en la nueva constitución que se está fraguando. Sería la primera constitución del mundo en el que, per secula seculorum, se consagren, respectivamente, como baile y deporte nacionales. Solo faltó incorporar la rayuela como deporte nacional. Y quién sabe por qué no se incluyó en la constitución la comida nacional. Probablemente por la disputa que se generaría entre los partidarios de la empanada, el choripán, el pastel de choclo, la humita, la cazuela y quien sabe cuántos otros platos. Ardería Troya.