25 de septiembre 2023, El Espectador

¿Cómo se despide uno de alguien que no se irá nunca del corazón, del arte y del mundo? ¿Cómo darle las gracias a un maestro que llevó el nombre de su país (el nuestro) a las avenidas más grandes y a las plazas más bellas de la Tierra? ¿Qué se le dice a un artista que dedicó su vida a la estética y a contar en el idioma del color y los volúmenes lo que pasa en esta esquina de América?

Fernando Botero regresó a Colombia el viernes, dormido para siempre y cubierto por la bandera nacional. Un país a media asta le rinde honores entre la tierra y el cielo, mientras el mundo le dedica sus primeras páginas al pintor inmortal.

Soy una colombiana más, una de 50 millones, que desde el fondo del alma le dice: “Gracias, maestro”. Gracias por la generosidad y por no olvidarnos, gracias porque le importaron nuestras guerras y nuestro camino a la paz, gracias porque su paloma blanca —esa que llevaremos siempre en el alma, esa robusta y preciosa a la que una vez la estupidez sacó de Palacio y el gobierno del cambio devolvió a su lugar— nos acompañará toda la vida hasta que seamos capaces, como dice un amigo barranquillero, de “pasar las hojas, sin arrancarlas” y la paz, por fin, triunfe.

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