Pasaron más de 365 días desde que le gatillaron dos veces en la cara a la principal dirigente política del país, pasó un año del intento de magnifemicidio de la aún vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y, al mismo tiempo un año de una causa judicial que desde el inicio estuvo plagada de irregularidades y encubrimientos.

Así se mueve el fascismo: desde el negacionismo histórico, la represión y muerte de militantes sociales hasta el magnicidio.

A veces no matar tiene más réditos políticos. Piense: logran llegar hasta encarar a la vicepresidenta delante de su propia casa, haciendo caso omiso de su escolta, le gatillan dos veces (los disparos no salen), pero dejan el mensaje mafioso: podemos matarte cuando queramos, a tí y a tus hijos y nietos.

Corolario: Cristina abandona la posibilidad de ser candidata y -como si se lo hubiera exigido la embajada estadounidense- apoya la postulación del ministro de Economía y las relaciones con el FMI, Sergio Massa, mientras el ultraderechista Javier Milei era el candidato más votado en las elecciones internas.

La reconstrucción del hecho y la impericia o complicidad judicial permite comprender el significado preciso de la palabra impunidad. Obviamente, el atentado frustrado contra CFK no fue el único ni el último hecho criminal perpetrado por la derecha radicalizada y lo que se teme, en medio de una campaña electoral donde el candidato “libertario” Javier Milei picó en la delantera, es el inminente incremento de la violencia política.

El intento de asesinato a pocos metros de su vivienda en Buenos Aires, se produjo en un escenario de aumento de los discursos de odio en la esfera pública y en un contexto social y político dominado por un creciente nivel de confrontación, y sirvió como amenaza para que la política más representativa del país hiciera mutis por el foro, desapareciendo prácticamente del quehacer partidista, pero no de sus obligaciones como vicepresidenta.

Esta es una causa donde la cofradía judicial protegió a la jueza María Eugenia Capuchetti y al fiscal Carlos Rívolo para que digitaran y orientaran uno de los expedientes más importantes de la historia, haciendo creer que se trató de un mero caso policial sin contexto, sin conexiones políticas, sin historia, sin más responsables que un pequeño grupo de tres personas que intentó asesinar a la dos veces presidenta argentina.

Ahora, el Tribunal Oral Federal número seis planea convocar a las partes que intervienen en el proceso por el atentado durante este mes de setiembre, pero pareciera imposible que el juicio se celebre este año.

A los que no viven en la Argentina puede sorprender el cúmulo de pistas sin investigar, las conexiones de la jueza Capuchetti con los servicios de inteligencia del anterior gobierno neoliberal de Mauricio Macri, la balcanización de las causas por el atentado y las acciones del violento grupo antikirchnerista Revolución Federal.

Junto a eso, se sumó la prisa por enviar a juicio a los tres “perejiles” -tontos, papamoscas, paparulos-, Fernando Sabag Montiel, Brenda Uliarte y Gabriel Carrizo, acusados de ser simples ejecutantes, quizá locos, que se radicalizaron solos, a quienes nadie financió ni dio argumentos y los cubrió, contando -obviamente- con la complicidad mediática para todo este encubrimiento.

En un extenso informe, la revista Crisis señala que la reconstrucción del hecho y la impericia o complicidad judicial  permite comprender el significado preciso de la palabra impunidad. Los autores materiales del intento de magnicidio formaban parte de un entramado complejo de grupos de derecha radicalizada que seguramente siguen actuando.

Descartar las líneas de investigación

Todas las líneas de investigación que propuso la querella en nombre de Cristina Kirchner fueron descartadas. La lista es larga:

Una: el misterioso borrado del teléfono del principal acusado, que pasó por más manos que una pelota de básquet, las actividades de la agrupación fascista Revolución Federal, el libertario antisistema Hernán Carroll, a quien Sabag Montiel le encargó que le buscara abogado, el financiamiento de Caputo Hermanos al líder de Revolución Federal, los millonarios pagos a una carpintería montada sobre videos de youtube, el diputado de Juntos por el Cambio Gerardo Milman.

Dos: además, la supuesta existencia de una segunda arma para el atentado, el hallazgo de un arma en poder de una mujer que la ofrecía en los chats de Revolución Federal para “operación bala” justo antes del atentado, la presunta existencia de una “zona liberada” en la calle, que es jurisdicción de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires, las fallas de la custodia de la vicepresidenta, y la creación de un clima de violencia social propicio para un magnicidio,

Tres: El Poder Judicial (la jueza María Eugenia Capuchetti y los camaristas Leopoldo Bruglia, Mariano Llorens y Pablo Bertuzzi)  consideran que los puentes que unen a Revolución Federal con el atentado contra la vicepresidenta no existen. Para Llorens, incluso, lo que hizo Revolución Federal ni siquiera es delito.

La batalla contra el Mal

Estas fuerzas que decidieron hacer uso de la violencia política poseían articulaciones específicas con los partidos de ultraderecha que hoy se preparan para llegar al gobierno a través de elecciones.

Ya no es un mero conflicto político, ya que la política se ha reducido a un mensaje binario e infantil: para la derecha y la ultraderecha, que a veces se confunden demasiado, es una batalla contra el Mal y el mal está visualizado de un modo directo abarcando un amplio y cambiante espectro que muestra que hay grandes posibilidades de asistir a un desastre de grandes proporciones.

El psicoanalista y escritor Jorge Alemán afirma que la diferencia actual que ha introducido la “derecha ultraderechizada” es que juega todas sus cartas en una visualización completa del enemigo que se ha vuelto la encarnación del Mal. La «casta» -célebre término extraído por la ultraderecha del progresismo del primer Podemos en España-, es lo que hace posible una visualización directa de los enemigos malignos a suprimir.

No se trata de representar un antagonismo frente a un adversario sino de visualizar enemigos que deben ser suprimidos porque constituyen un estorbo para “la libertad”. Se trata de quienes se creen superiores en los distintos planos, ético, intelectual y político, y que rechazan, no antagonizan, en este caso contra el mal o los malignos, como libreto de cualquier serie de “héroes” de los comics.

No hay ningún populismo en el libertario sino un fascismo reformulado por la razón neoliberal. No reúne a un pueblo, más bien agrupa a una masa de creyentes.Es cierto, que como suele ocurrir, una vez ganados sus votos la estrategia narrativa ha cambiado y lógicamente se presenta ahora cambiando sus argumentos más disparatados. Ahora habla como si no se fuera a comer a nadie y obviamente, como todo el mundo, deberá ocupar su propio lugar en la «casta», añade Aleman.

La gente de bien y el negacionismo

El mensaje mafioso no fue sólo para Cristina sino para todos los políticos, trabajadores, campesinos, estudiantes, desocupados que se opongan a los designios del círculo rojo del poder real, la gente de bien, (y los mandatos del Fondo Monetario Internacional): podemos matarte cuando queramos, a ti y a tus hijos y nietos. Como ya lo hicieron en dictadura, dejando miles de muertos y 30 mil desaparecidos.

En cualquier momento los medios hegemónicos hacen aparecer a los libertarios volando con sus capas para salvar a los argentinos de la barbarie que significan la justicia social y un futuro para todos, mientras insuflan el virus del negacionismo.

Envalentonada, Victoria Villarruel, candidata a vicepresidenta de Milei, organizó un acto en la Legislatura de la capital argentina -supuestamente un espacio de la democracia- para homenajear a las víctimas  de lo que ella define como el “terrorismo” y darle un plafón a la reivindicación de lo que fue el horror de la dictadura cívico-militar, sus muertos y desaparecidos. No fue un acto sino una nueva provocación.

Al intento de la diputada, que suele negar el terrorismo de Estado y decir que la Argentina vivió una guerra durante los años ‘70, los organismos de derechos humanos, los sindicatos, los partidos políticos y los movimientos sociales le respondieron desde la calle. Hay que tener en claro que no se trata sólo de negacionismo: es la reivindicación lisa y llana del plan de exterminio.

 

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