Han corrido cincuenta años y las ideas del presidente Allende mantienen plena vigencia en Chile como en América Latina y buena parte del llamado Tercer Mundo. Años atrás, en Guadalajara, tuvimos la suerte de observar un magnífico registro de ese discurso ante los profesores y estudiantes de su prestigiada Universidad donde el recién elegido Presidente de Chile expuso su pensamiento ciertamente revolucionario en cuanto a sus propósitos, así como inédito en su promesa de realizar los cambios en democracia y libertad.
Una pieza de oratoria magistral donde, además de defender sus convicciones, llamó a los jóvenes estudiantes a asumir una tarea que, por supuesto, rebasaba las acciones de un solo gobierno o generación. Un discurso pronunciado al calor de sus valores irrenunciables, sin recurrir a texto o ayuda memoria alguna, con lo que se demostró como tantas veces su gran talento y brillante verbo. Un conjunto de propuestas en el propósito que nuestros países reclamen la propiedad y gestión de sus riquezas fundamentales, consolidando con eso la soberanía que nos legaran nuestros libertadores y nos pisoteara después el imperialismo norteamericano. En nuestro caso, su voluntad de nacionalizar, además, nuestra gran minería de cobre y darle valor agregado a esas toneladas de metal que se iban y hoy siguen yéndose al extranjero y en las que también es posible descubrir oro, plata, molibdeno y otras importantes materias primas.
Su propósito, también, de recuperar soberanía popular en nuestros campos asolados por el latifundio y la explotación de millones de campesinos que apenas podían sobrevivir con sus salarios de hambre. Para diversificar, también, nuestra producción agrícola, modernizar las faenas del campo, pero, sobre todo, hacer propietarios a quienes cultivan la tierra y merecen vivir en una vivienda digna, para lograr así que sus hijos accedan a una alimentación adecuada, cuanto a una educación liberadora.
Promover, por supuesto, una reforma educacional en todos sus niveles, a fin de hacer obligatoria la formación de los niños y permitir que pudieran concurrir a las universidades no solo los hijos de los ricos sino, también, los chilenos de clase media y del mundo obrero, cuando menos del uno por ciento de estos tenía entonces tal oportunidad. Resueltos, al mismo tiempo, a dar pasos importantes en la educación permanente de los adultos y de los trabajadores, donde los niveles de analfabetismo eran pavorosos. Tanto que hasta hoy se reconoce que más de un 50 por ciento de nuestra población no entiende lo que lee, así como tampoco logra hacerlo más de un 15 por ciento de los que cursan estudios superiores.
También en la propuesta allendista estaba la posibilidad de emprender una reforma constitucional que morigerara el desmedido presidencialismo y procurara, en serio, terminar con el cohecho y otras prácticas que impedían el acceso del pueblo al Parlamento y a los municipios. Convocar, apenas fuera posible, a una Asamblea Constituyente que refundara nuestra institucionalidad de suyo tramposa, en que el poder del dinero y de los grandes medios de comunicación definían la agenda política, económica, social y cultural del país.
Un anunciado derrocamiento
A esta altura ya nadie puede desconocer que, antes de asumir Salvador Allende como jefe de estado, en Washington se empezaba a preparar la desestabilización de su gobierno cuanto su reemplazo por otro que le fuera dócil a los intereses imperialistas. Poco a poco se fueron comprobando los ingentes recursos destinados a alentar la acción sediciosa de los grandes gremios nacionales, alentando el golpismo de la derecha política y de otros partidos de oposición que fueron determinantes a la hora de alentar a los militares traidores y justificar las primeras violaciones de los Derechos Humanos. Papel este que recayera vergonzosamente también en la Democracia Cristiana, hasta entonces un partido que propiciaba cambios en favor de la justicia social, pero cuyos principales dirigentes sucumbieran ante el soborno propiciado por Kissinger, la Casa Blanca y el Pentágono. Así como se sabe, también, de los millonarios recursos destinados a el periódico El Mercurio, del cual era propietario Agustín Edwards quien, además de golpista, fungía como vicepresidente de la Pepsi Cola. Un sujeto, por cierto, abominable y que mantuviera intacto su poder o incluso lo acrecentara durante toda la posdictadura, encantando a los sucesivos gobiernos de la llamada Concertación Democrática, de la Nueva Mayoría y, por supuesto de la propia derecha que en este tiempo ha retornado ya dos veces a La Moneda.
Promesas de Allende que incluso materializó durante su breve gobierno, como al nacionalizar la gran minería del Cobre, entregar miles de hectáreas a los campesinos e iniciar cambios relevantes en el sistema educacional, lo que fue también muy resistido por los opositores llamados a coludirse para encarar las elecciones parlamentarias que siguieron al triunfo de la Unidad Popular y en que, pese a todo, la izquierda volviera a manifestarse como primera mayoría, pese a la campañas del terror propiciadas y financiadas también desde los Estados Unidos y del poder económico nacional.
Aunque en la época no lo previmos del todo, el 11 de septiembre de 1973 se consumó ese criminal bombardeo a La Moneda que tuvo como protagonista a las Fuerzas Armadas acicateadas por la derecha y el imperialismo, y en que desde la primera hora se acribilló a cientos o miles de opositores, se instalaron los primeros campos de confinación y tortura, mientras que otros miles de chilenos eran detenidos y torturados cuando no lograban escapar hacia el exilio. Sin duda un proceso inédito de traición e insubordinación contra el orden establecido, respetado por Allende hasta su última hora, y en que en pocas horas se hizo trizas la democracia y los cambios emprendidos en favor de la redención de los oprimidos.
Ya sabemos que el cadáver del Mandatario salió de La Moneda sin que hasta ahora se sepa con certeza si efectivamente se suicidó o fue asesinado por los primeros oficiales que entraron al Palacio Presidencial. Lo que no cambia realmente la naturaleza criminal del bombardeo, aunque los militares, la derecha y otros sectores se hayan empeñado, con la complicidad de algunos jueces, establecer como verdad oficial la del suicidio. Una “verdad oficial” que le sirviera a Pinochet para recibir el reconocimiento diplomático de muchas naciones que, se dice, no habrían estado en condición de hacerlo si el presidente depuesto hubiera sido asesinado.
Entre paréntesis, no son pocos los que se han ido convenciendo del magnicidio después de que un capitán de Ejército testimoniara ante un grupo de detenidos que el mismo le habría disparado en la sien al Mandatario, junto de ufanarse de exhibir como trofeo el reloj del extinto Presidente. Existen varios escritos y testimonios al respecto, así como también se sugiere en un documental realizado por el cineasta Miguel Littín.
Lo más importante de consignar ahora en esta conmemoración histórica es el respeto que merece en todos los sectores, como en el mundo entero, el ejemplo de Allende, su consecuencia política, su trayectoria democrática y su heroica resolución de pagar con su vida la lealtad de su pueblo, como lo prometiera en su discurso final.
Su gobierno, la Unidad Popular y la conducta de sus partidos es hasta ahora motivo de controversia y denostados ataques de parte de quienes fueron sus opositores y hoy continúan militando en la derecha. Sin embargo, nadie o muy pocos se atreven a desacreditarlo moralmente y su figura es, a 50 años, la del Mandatario y líder político más valorizado por el pueblo chileno. Tanto así que en un interesante estudio realizado, en el año 2008, por Televisión Nacional (con cientos de testimonios recogidos de entre historiadores, periodistas y diversos intelectuales) concluyera que para la amplia mayoría nacional Allende es el personaje más relevante de nuestra trayectoria republicana, igual o por encima del tributo que se le ejerce a nuestros padres de la Patria, y superior al prestigio de un Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Violeta Parra, Alberto Hurtado y otros insignes chilenos.
Vigencia permanente
En este sentido, y pese a todo lo transcurrido, realmente 50 años no son nada. Las ideas de Allende siguen plenamente presentes como antaño en las manifestaciones que exigen Pan, Justicia y Libertad. Especialmente cuando se insiste en la recuperación de los yacimientos del cobre y ahora en la explotación del litio y otros recursos. Cuando los profesores marchan y paralizan sus actividades en demanda de mayores recursos para la educación pública, así como el pago de la deuda histórica que les adeuda por tantos años el Estado. Mientras cientos de maestros desfallecen sin recuperar este derecho arrebatado a sus bolsillos y dignidad.
Algo similar ocurre, también, en las actuales demandas por un sistema de salud que garantice la adecuada atención de todos los chilenos. Después de que la Dictadura y los gobiernos que le sucedieron consolidaran el oprobioso sistema privado de las isapres, que le niega adecuada atención a los pobres y a la clase media, exhibiendo largas listas de espera por atención médica, donde se acredita que solo en el último semestre han muerto más de 19 mil chilenos que requerían urgentes cirugías. Allende, como médico salubrista, qué duda cabe que hoy estaría acompañando estas demandas; así como el termino de las infames AFP que administran las cotizaciones de millones de trabajadores, quienes hacia el final de sus vidas reciben pensiones miserables como obligados a seguir trabajando. Un sistema privatizado también por la Dictadura y respecto de la cual hasta se le rindió cumplidos durante el tiempo de la llamada Transición a la Democracia, donde en realidad quienes integraron estos gobiernos terminaron encantándose con el neoliberalismo, el capitalismo salvaje, y las desigualdades propiciadas por el mercado. Salvo, por supuesto, algunas mínimas excepciones, a pesar del origen socialista, social cristiano o socialdemócrata de sus protagonistas.
Es perfectamente lógico asegurar que Allende hoy estaría por apoyar la heroica lucha del pueblo mapuche a fin de que se le sean reconocidos sus derechos de autodeterminación, recuperación de sus territorios ocupados y reconocimiento pleno a su acervo cultural. Todo lo cual solo será posible neutralizando la acción ecocida, por ejemplo, de las empresas forestales enseñoreadas en la zona. Ciertamente, no podría consentir el extinto Mandatario con la militarización de la Araucanía impuesta por gobiernos dícese tributarios del legado de Allende, por la judicialización de las causas de nuestro pueblo fundacional y con los consabidos y reiterados asesinatos de comuneros y represión que hoy se descarga a quienes, hasta hace muy poco, eran reconocidos como líderes y hasta héroes por partidos y movimientos autoproclamados de izquierdistas. Ya se sabe que lo que acontece en el sur del país se parece mucho a esos luctuosos acontecimientos de la llamada Pacificación de la Araucanía de hace más de un siglo, cuyos principales ejecutores todavía se reconocen en el nombre de calles y espacios púbicos. Aunque la estatua del general Cornelio Saavedra fuera arrancada en el 2020 de su pedestal por manifestantes y lanzada al rio Lumaco. Así como recientemente, el monumento al general Baquedano, que también se destacara en este oscuro episodio de usurpación de las tierras mapuches, haya obligado a las autoridades a retirarla de la Plaza Italia, allí en pleno centro de nuestra Capital.
El pueblo chileno intuye que Allende sería hoy el líder que fue de las vindicaciones socio económicas de su época. Reconociéndose su nombre, también, entre los principales luchadores de nuestro tiempo. Cuando la inequidad social prevalece y la marginación y la falta de oportunidades explica el desarrollo de fenómenos como el de la criminalidad y el narcotráfico, lacras que hasta los políticos que se dicen progresistas piensan que deben ser combatidos con más atribuciones para las policías, más armas disuasivas y condenas punitivas hasta para los menores que delinquen. Por lo que hoy se sienten tentados de nuevo con sacar más y más militares a las calles y ciudades del norte y del sur. A punto, otra vez, de un nuevo y justo estallido social, sin que se visualice otra pandemia que lo contenga como realmente fue lo que aconteció y evitó el que era un inminente derrumbamiento institucional.
“La izquierda unida jamás será vencida” es un eslogan de los más conocidos y que por más tiempo ha blandido las banderas del vanguardismo y sus movilizaciones. Sin duda fue también la aspiración y el logro de Allende para arribar al gobierno cuando fue capaz de constituirse en el abanderado de la izquierda, después de las mezquindades que se hicieron ostensibles entre una y otra colectividad para lograr más hegemonía en influencia en las decisiones presidenciales. Sin embargo, queda más que claro que fueron las controversias entre socialistas, comunistas y otros los que debilitaron al gobierno de la Unidad Popular y en buena parte alentaron la acción del golpismo. ¡Cómo no recordar que, desde el mismo seno de la izquierda, Allende fuera motejado de “socialdemócrata” y de defender la democracia “burguesa” por dirigentes que al momento que Allende moría en La Moneda ya se guarecían en embajadas y renunciaban a cualquier intento de resistir la furia militar!
Al dar cuenta de esto en nada queremos justificar la acción de los sediciosos, quienes empezaron a urdir su derribamiento antes que estas contradicciones se manifestaran. Para ellos, Allende debía ser derribado solamente por su propuesta programática y por la posibilidad de que su experiencia pudiera ser replicada en otros países que pertenecían a la zona de influencia norteamericana, en plena Guerra Fría. De esta manera es que se debe reconocer lo vano que fue su intento de lograr apoyo en la entonces Unión Soviética y en el mundo socialista del este europeo.
Lo grave es que a cincuenta años de su muerte la situación de la izquierda chilena solo ha empeorado en relación al eslogan citado anteriormente y hoy el panorama sea francamente desastroso cuando en los referentes vanguardistas se multiplican en toda suerte de colectividades y asociaciones cuyas ideologías e intenciones son prácticamente incomprensibles por el país. Entidades que habitualmente no alcanzan más de un centenar de militantes activos y carecen de prácticas democráticas internas para definir a sus dirigentes y propuestas. Un montón de siglas, nada más que curiosas denominaciones, constituyen el llamado Frente Amplio, como también el socialismo autoproclamado de democrático. Todos los cuales exhiben sus querellas a través de los medios de comunicación, cuando entre todos desde hace mucho tiempo no son capaces de llenar un teatro o un estadio con sus adherentes y simpatizantes.
Qué duda cabe que el principal oficio de estas directivas sea la de ubicar a sus incondicionales dentro del aparato del Estado y acceder a los ministerios y subsecretarías de gobierno, donde el cuoteo es el común denominador. Y cuando esto no se logra, echar andar fundaciones y otras entidades para recibir millonarias erogaciones del Fisco las que, por supuesto, sirven para el financiamiento de sus ambiciones electorales y, de paso, enriquecimiento ilícito. Ya sabemos que entre todos los episodios de corrupción política hoy los tribunales investigan el destino de unos 30 mil millones de pesos. En el que se reconoce como el más severo fraude al erario nacional de toda la posdictadura.
Para consuelo de esta izquierda que se degrada y desgrana, la derecha sufre una atomización similar, así como también se constatan las múltiples escisiones de la Democracia Cristiana, del PPD y otras organizaciones que las encuestas les asignan menos de un tres o cuatro por ciento de apoyo popular. Cuando la colectividad más votada es la del ultraderechista Partido Republicano, pero en todo caso con menos de un cinco por ciento de apoyo electoral.
Ni qué hablar de la responsabilidad política que debe asignársele a los partidos respecto de la desaparición de antiguos referentes sindicales y gremiales. De la escasa importancia que hoy tiene la Central Unitaria de Trabajadores, como de aquellos colegios profesionales que fueron vanguardia en la lucha contra de Dictadura. Todos los cuales languidecen en la lucha de sus caudillismo internos y en los que destacan también escándalos de corrupción, que se disparan precisamente cuando deben “negociar” con los gobiernos de turno el monto del salario mínimo y la consecución de algunas leyes laborales.
Definitivamente, Allende crece en la memoria del pueblo chileno, aunque sea sistemáticamente ninguneado por los referentes políticos y sociales que proclaman su nombre. Todo ello se explica en la falta de ideas y programas de acción y, muy especialmente, en la ausencia de medios informativos que promuevan el debate ideológico y sirvan a la concientización de los chilenos, especialmente de los más jóvenes.
Se sabe que en la lucha contra la opresión pinochetista destacaron organizaciones sociales y políticas espontáneas, pero, también, medios informativos que tuvieron por misión denunciar los atropellos de la Dictadura y promover la recuperación de la democracia. Al principio, tímidos esfuerzos periodísticos que fueron creciendo en influencia y tuvieron el mérito de dejar registrado en plena Dictadura todos los horrores cometidos contra la dignidad humana y los derechos del pueblo. Sin embargo, igualmente hoy se asume que todos estos referentes fueron exterminados por los primeros gobiernos de la Concertación, cuando oscuros personajes como Edgardo Boeninguer, Enrique Correa y otros ministros y operadores de La Moneda decidieron que sería muy riesgosa la existencia de revistas, diarios y radios que pudieran demandar las promesas comprometidas por las nuevas autoridades y, con ello, inquietar a los militares, como abochornar a los grandes empresarios pinochetistas que tomaron sitio en la nueva democracia. Por cierto, en la más completa impunidad respecto de las empresas y recursos del Estado apropiados al abrigo del Tirano y ladrón que gobernó de facto.
El tiempo nos dio la razón al constatarse misiones diplomáticas a Europa en que se le fue a advertir a los gobiernos que debían abstenerse de toda ayuda a los medios de comunicación chilenos como a ese prolífico mundo de organizaciones sociales y de Derechos Humanos. Una solicitud que sin duda fuera acatada por los países que apoyaban a estos medios e incluso pensaban otorgarle ayudas definitivas y sustantivas que sirvieran a su consolidación durante la supuesta democracia que venía. La real politik, lamentablemente, se impuso en aquellos países que ahora querían abrir negocios en nuestro país y acceder a nuestras riquezas naturales. Todo esto ocurría, hay que recordarlo, mientras el gobierno de Patricio Aylwin condonaba las deudas de El Mercurio, la Tercera y otros medios, al tiempo que les renovaban los millonarios contratos de publicidad con el Estado que los sostuvieron cuando su decadencia se hacía inminente. Los mismos convenios publicitarios que se le negaron, además, a la prensa independiente y que, a no dudarlo, habrían seguido oponiéndose a la impunidad y abogando en favor de una sólida democracia y de aquellas reformas económico sociales, muchas de las cuales continúan hasta hoy pendientes. Así como habrían denunciado los primeros actos de corrupción ahora tan extendidos en nuestra política.
Si bien es cierto que aquellos medios independientes y dignos lograron romper el bloqueo informativo impuesto por la Dictadura, hoy debemos agradecer y aplaudir que en la Red existan una infinidad de páginas libres, con lo que aparece muy difícil que la clase política siga cometiendo sus despropósitos, sin que ahora hasta la propia prensa de derecha pueda soslayarlos.
Somos muchos los cientos de miles o millones de chilenos que hoy vivimos en el desencanto, por lo que pudo ser y no fue. Acongojados por la traición ideológica y la corrupción moral de quienes accedieron al gobierno de nuestra nación. Mucho tememos que el país esté de nuevo al borde del colapso y que puedan volver horas muy amargas en nuestra convivencia. Pero de lo que estamos de acuerdo y animados es en que, pese a todo, las ideas y propósitos de Salvador Allende siguen vigentes y su nombre es grito y ariete de esperanza.