Por Nadia Schwarz

En el Monasterio de las Cuevas de Kiev, centro de la vida ortodoxa desde el año 1051, cuyo valor religioso, histórico y cultural es imposible de valorar, se preparan actualmente para «salvar en Occidente» las reliquias de los santos, los íconos y otros objetos de un valor incalculable para el pueblo ruso.

Ucrania explica esta decisión con la amenaza nuclear rusa, cosa que algunos expertos interpretan como una provocación planeada por los Estados Unidos para realizar un golpe nuclear y culpar de ello a Rusia. Otros analistas, por ejemplo, Rostislav Ischenko, creen que las posibles provocaciones en Kiev u otras regiones ucranianas y el sacar los tesoros desde el Monasterio de las Cuevas son dos operaciones paralelas que sólo coinciden en el espacio-tiempo. Esta opinión la refuerza el hecho de que «salvar» las reliquias responde evidentemente a una preparación realizada con antelación, para lo cual el control del monasterio se transfirió forzosa y urgentemente desde la Iglesia ortodoxa ucraniana (con jurisdicción en el Patriarcado de Moscú y que ha apoyado explíciamente a la política de Putin) hacia la Iglesia ortodoxa de Ucrania, liderada por Epifanio, el metropolitano de Kiev y de toda Ucrania.

Rostislav Ischenko, historiador, experto en ciencias políticas, ex diplomático ucraniano, ahora ciudadano de Rusia, tiene la siguiente visión del asunto: «Los valores culturales se sacan de Ucrania por tres motivos. Primero, los norteamericanos (y son precisamente ellos los organizadores de la operación, aunque reciban los tesoros sus socios europeos) jamás consideraron la futura existencia de Ucrania como un estado independiente. Por lo tanto, Occidente se lleva lo que quedó bajo su control, igual como lo hicieron los alemanes en 1943-44, los franceses en 1812, los polacos en 1611-12. La palabra clave para el Occidente es «valioso» y una vez llegan a sus manos, los objetos valiosos ya no se sueltan fácilmente». Recordemos los artefactos de Machu Picchu sacados ilegalmente del Perú y a duras penas devueltos por el Museo de Yale un siglo después, las enormes colecciones egipcias en los museos británicos y las de todas las culturas indígenas -desde México hasta Magallanes- en los museos norteamericanos.

«Segundo, Occidente está tratando de compensar en parte lo que ha gastado en Ucrania. Está clarísimo que jamás podrán obtener dinero de Kiev. Pero se abre la posibilidad de negociar después con Rusia. Las reliquias de Iliá Múromez (Elías de la ciudad de Murom es un legendario guerrero, defensor de Rus, que posteriormente tomó los hábitos, vivió en las cuevas donde hasta ahora permanecen sus reliquias incorruptas, canonizado santo en 1643) y otros santos del lugar, para los políticos occidentales no son más que unas simples momias. Pero ellos saben que para los cristianos ortodoxos rusos estas reliquias tienen valor escatológico (perenne) que no se mide con dinero. Terminada la guerra, podrían intentar cambiar estos tesoros por dinero contante y sonante».

«Tercero y lo principal, Occidente tradicionalmente saca (¿o saquea?) los artefactos valiosos de los pueblos dominados para exponerlos en sus museos igual que el Imperio Romano llenaba el Panteón con los dioses de las tierras conquistadas. Es una suerte de testimonio material de dominio histórico-cultural por parte de Occidente, su papel de líder autoproclamado de la civilización mundial… La idea de superioridad y dominio con respecto a los «pueblos atrasados» se moldea desde la infancia, por medio de estas colecciones en los museos, entres otras cosas. Viendo dichos trofeos un joven occidental inconscientemente se asegura de que es Occidente quien civilizó a los rusos y por lo tanto «tiene derecho» a instruir y corregir a sus pupilos equivocados».

Luego el conocido analista plantea la pregunta de por qué las élites ucranianas, tan patriotas y creyentes, no se oponen sino que apoyan el traslado de múltiples objetos casi milenarios y de valor incalculable. Y responde: «Los íconos y las reliquias, el oro escita y las obras de Bulgakov, el Monasterio de las Cuevas y el monumento al Gran príncipe San Vladimiro, el cristianizador de Rus (que empezó su carrera política como príncipe de Nóvgorod, en el norte de Rusia) en las colinas de Kiev, todo esto hace recordar las raíces comunes de nuestros pueblos… pues tenemos una misma fe, una misma historia y las mismas tradiciones».

Esto molesta a la hora de implantar los «valores europeos»… Las colecciones de los museos de Kiev, los íconos y las reliquias de los santos convocan la memoria histórica de los descendientes de los grandes antepasados y a algunos les pueden llegar bien profundo. Para tantos, se trata de objetos sagrados. Pero sacados al Occidente, distribuidos por mil museos, sin presentar mucho interés por ser parte de la historia ajena, estos objetos dejan de ser peligrosos convirtiéndose en unas tablas pintadas, unas momias, unos textos escritos en un idioma desconocido, unos trozos de oro. Apresado por Occidente, Iliá Múromez no representa un peligro, allí nadie se va a preguntar por qué alguien nacido y crecido en la ciudad rusa de Murom yace en paz en el monasterio de Kiev, a quién le sirvió este guerrero en el territorio que actualmente es ucraniano, porqué estas ciudades fueron parte de un mismo Estado. ¿Tal vez se trataba de un mismo pueblo? ¿Tal vez los tataranietos de los antiguos pobladores de Murom y Kiev todavía son un mismo pueblo?»

«O sea, Occidente con su estilo favorito, permuta abalorios y espejitos no sólo por oro y marfil sino por el alma del pueblo, por sus valores sempiternos que son reemplazados por los «valores europeos» que ellos mismos han inventado», termina diciéndonos en su análisis Rostislav Ischenko.