Desde la obscura y sagrada recámara, inundada de un tibio confort y tenues melodías, de forma inesperada, sin avisos, somos expulsados a la «severa realidad», sin pausa ni advertencia.

Nos espera un abismo destellante, muchas veces frío y desconocido. Con un poco de suerte, con dolor y brutalidad, algunos llenarán sus vacíos pulmones para expulsar, como dice Janov, ese grito primigenio, lacrimógeno y espantado. Otros, permanecerán o no, según lo que creas, en el silencio y la oscuridad de lo desconocido.

Para los afortunados sintientes, ese primer encuentro frontal con cacofonías incógnitas y de una encandilante luz, tendrán una enorme gama de matices, para otros no tan afortunados, no habrá luz ni sonidos. Es como una extraña y a veces cruel lotería, ¿lo recuerdas?, Probablemente no.

Tengas recuerdos o no de tan importante y vital suceso, lo seguro es que cuando llegaste a este mundo había alguien esperándote. Por supuesto, tu madre de todas maneras, todos venimos de una madre, salvo y según algunos mitos del origen de la existencia de los humanos, que claro, nacieron de alguien creado en una mente muy imaginativa, explicando así «su realidad-mundo». Dicho esto, cada ser humano que ha caminado sobre la tierra ha tenido una madre, así ha sido siempre y seguirá siendo hasta que la tecnología, la ciencia o la evolución determinen otra cosa, todo es posible.

Permíteme esta licencia ensayista, sin la intención de ofender. Quiero aclarar que este texto no pretende ser científico, sino más bien una reflexión basada en experiencias vividas. Por tanto, no utilizaré los típicos esquemas de documentos de investigación, como las reglas de citas formales y otras. Si algo te llamó la atención o lo desconoces, te animo a buscarlo en un buen libro, en tu navegador web preferido o consultar a un especialista en el tema. Aun así, mencionaré algunos autores y teorías fundamentales para explicar el título de este breve texto, desde las neurociencias, la psicología clínica y experimental.

Como mencionaba, todos venimos de una madre, pero no todos hemos sido criados, educados, amados o lo que se les ocurra, por una madre. Hay criadores que por ahora llamaremos primarios o principales (un eufemismo para incluir al padre, abuelos, tíos, etc.) que, por supuesto tienen su importancia relativa, algunos no lo saben, pero hay también un Día del Padre, (Les recomiendo leer el libro “Chile País de Huachos, de Esteban Murua”.)

La importancia de esta madre es vital, fundamental, antes de expulsarnos con valiente sacrificio de su vientre, nos llevó dentro de si durante largos y muchas veces agotadores meses. De alguna manera, fuimos un solo individuo, una unidad, como prefieran, durante un largo viaje. Y algo sucede ahí también. Las investigaciones de David Boadella, creador de la psicoterapia corporal llamada Biosíntesis, resultan muy interesantes al respecto.

Según Boadella, desde que el sistema nervioso central se configura, comienza a estructurarse lo que conocemos como carácter. El carácter se define como la historia “congelada” durante el proceso que entendemos como desarrollo humano. Lo anterior desde la perspectiva de las teorías Neo-Reichianas, que se originaron en los descubrimientos de Wilhelm Reich y que fueron posteriormente desarrolladas y perfeccionadas por diversos teóricos y teóricas como también terapeutas Neo-Reichianos en su prácticas psicoterapéuticas e investigaciones, y que por cierto, siguen evolucionando y perfeccionandose hasta el día de hoy.

No obstante, estas concepciones teóricas, al igual que muchas otras, se vieron fuertemente influenciadas por la Teoría del Apego desarrollada por John Bowlby en la década de 1960. Bowlby describió cuatro tipos básicos de apego, y cada tipo explica que el carácter y la personalidad se diversificarán según el tipo y la calidad del contacto y la sintonía que nuestra madre o cuidador principal estableció con nosotros en las diferentes etapas de nuestro desarrollo. Te puedes informar mediante literatura validada científicamente. En la era de la Postverdad, lo anterior es fundamental.

Mary Ainsworth, explica que el apego “es el vínculo emocional que se desarrolla entre una niña o niño y sus padres o cuidadores; y que proporciona la seguridad indispensable para un buen desarrollo de la personalidad”. Claro, lo anterior en las mejores condiciones que un sintiente pueda vivenciar, y tiene mucho sentido.

Autores e investigadores mas actuales, como Daniel Stern, plantean que la relación vincular madre-hijo no es unidireccional, sino mas bien bi-direccional, circular dirán otros: la madre influye al niño/a y por otro lado en niño/a también ejerce influencia en la madre o cuidadora. Interesante, ¿no te parece?

Dejando ahora las teorías a un lado y enfocándome un poco más en lo experiencial, lo que he observado en mis años (que no son tantos), como psicoterapeuta clínico, no solo en los pacientes sino también en mí mismo (independiente del género, los psicólogos somos sanadores heridos), que los afectos, los vínculos, la cantidad y su calidad durante nuestra infancia temprana (aproximadamente de 0 a 5 años) dejan huellas positivas y negativas que nos acompañarán durante el resto de nuestra existencia.

El dolor se manifiesta o encarna en nuestro cuerpo, en los músculos, las vísceras, los órganos, la piel, los sentidos. El aparato psíquico y el corazón emocional o figurativo, no son capaces de procesarlo por sí solos. Las personas que llegan a terapia pertenecen a un pequeño grupo que toma consciencia de esos dolores y hacen algo al respecto. Son valientes, decididas, esforzadas, son los héroes y heroínas reales que se confrontan con la oscuridad mas profunda, con el dolor y el desgarro, ellas y ellos son los actores principales y autores de su sanación. Si queridísimo lector y lectora que has llegado hasta aquí, hay sanación para el dolor y el sufrimiento por muy profundo que este sea.

Una gran mayoría sobrevive deambulando, inconscientes, heridos y estancados en un diálogo dis-armónico, sin sentido, y en una serie interminable de errores, acompañados de malas decisiones, de violencia, desamor y carencia de afectos reales, de dar e imposibilitados de recibirlos, (no merezco ser amada-amado). Otros, están tan dañados que sienten que no hay esperanza alguna, no hay terapia ni medicina que los pueda curar, los afectos son fantasmas, espíritus invisibles destinados solo para algunos privilegiados. El amor se transa en el mercado, se compra y se vende, el amor es una cosa, como exponía Erich Fromm en “El Arte de Amar”.

Según Robert Hare, (vanguardista de la investigación de la psicopatía), solo el uno por ciento de la población son verdaderos y verdaderas psicópatas. Pueden cometer asesinatos en serie, pueden ser un/a potencial depredador/a sexual, pueden ejercer la pederastia y abusos sexuales, físicos, psicológicos en sus distintas formas. Sin embargo, navegamos en un mar de narcisismo, el gran mal de nuestra época. El individualismo extremo ha colonizado almas y mentes de millones, y es al parecer, lo que nos está empujando hacia una potencial extinción masiva. Parecemos haber perdido el aprecio por nosotros mismos, por los demás y por el mundo maravilloso que nos rodea.

No obstante, todavía soy optimista. En este contexto, formas de pensamiento como el budismo, así como otras creencias, nos conminan a desapegarnos, de alguna manera, a desafectarnos de todo aquello que nos amarra al vicio del poseer. Una mirada o si se quiere, una perspectiva que resulta interesante y nos invita a abrir nuestros corazones al «verdadero amor», es, tal como nos enseña el buen Shrek-, idealizar el amor no es sabio; quedan pocas-pocos, que trabajen arduamente “en el ser y no en el tener”.

Si en algo te ha impactado de alguna manera este texto, me sentiré agradecido de haber podido compartirlo contigo. Y una vez más, te vuelvo a preguntar, ¿Cuánto te amaron aquellos que tenían la responsabilidad de hacerlo?

A fin de cuentas, dime cómo te amaron y te diré quién eres.

Buen viaje querida/o navegante.

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Audio exclusivo para personas con discapacidad visual

Link Audio: https://archive.org/details/dime-como-te-amaron

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Por: Rodrigo Palacios Barros Colaborador de Convergencia de las Culturas