Asesinato de Rafael Nahuel. El juicio

 

Uno | Kiñe
Los 72 disparos de Pintos y los tres cargadores repletos de Cavia

Javier Pintos efectuó 72 disparos: 50 con un arma y 22 con otra. Sin embargo, la tercera pericia balística reveló que fue el arma de Guillermo Cavia desde donde salió el proyectil que mató a Rafael Nahuel. Lo que resulta sospechoso, por un lado, es que cuando Cavia entregó su arma la entregó con los tres cargadores repletos. ¿Cómo pudo matar a Rafael Nahuel si no disparó ni un sólo tiro? O reformulando el interrogante: ¿si usó todas sus municiones a cuál de sus compañeros le sacó las balas? ¿Lo encubrieron? ¿Con qué fin? Nadie supo responder estos interrogantes. Ninguno de los cinco imputados. Por otro lado, la segunda pericia había indicado que la bala asesina salió del arma que usó Juan Obregón. Tres pericias distintas con tres resultados diferentes: primero, el responsable fue Pintos, luego Obregón y por último Cavia. Todo muy confuso, turbio y oscuro. Como la propia causa. Lo único certero es que Rafael Nahuel está muerto y que fue asesinado.

Dos | Epu
Cuatro litros de sangre esparcidos en un cerro

Rafael Nahuel perdió cuatro litros de sangre antes de sufrir un shock hipovolémico. La bala le atravesó prácticamente todo el cuerpo. Ingresó por la espalda, partió huesos, perforó el intestino delgado, el hígado y un pulmón. Tanto Fausto Huala como Lautaro González tuvieron que bajar a los gritos del cerro con el cuerpo encima para que pudieran asistir a Rafael que agonizaba. Pero la asistencia no fue inmediata. El cerro quedó con un rastro de sangre imborrable. Ese rastro, una de las pruebas más contundentes del caso, expone la virulencia y saña con la que se comportaron los Albatros.

Alejandro Nahuel y Graciela Salvo, junto a su abogado en la entrada del Tribunal Oral Federal (TOF). Foto Gustavo Figueroa

Tres | Kvla
Más de 130 disparos dirigidos al cuerpo

Los cinco Albatros pertenecían a un cuerpo de élite. Son expertos en el uso de armas. Cavia es instructor de tiro. Por lo tanto, los disparos no fueron al azar, ni impactaron de casualidad en el cuerpo de las víctimas. Los Albatros dispararon a órganos vitales del cuerpo. Y no sólo hirieron a Rafael, también le asestaron un tiro a Gonzalo Coña y otro a Johana Colhuan. En total efectuaron más de 130 disparos. Sin embargo, en el cerro no se encontró ninguna otra munición que no fuera la de las armas de los Albatros. La defensa de los mismos alega que los mapuche tuvieron tiempo de retirar las vainas, dado que la pericia se realizó 12 días después de los disparos.

Los cinco imputados siguieron la audiencia conectados a una plataforma digital. Foto: Gustavo Figueroa

En esta línea de cosas, durante la segunda audiencia Javier Pintos, valiéndose de su derecho a declarar, se animó a retomar la teoría de que fueron los propios mapuche los que mataron a Rafael. Y que si bien él no está seguro de qué arma salió el disparo, está convencido que provino de un arma mapuche.

Nunca se encontró un arma perteneciente a los jóvenes mapuche, tampoco municiones.

La duda y la ausencia pueden operar también en contra de las víctimas.

Cuatro | Meli.
La teoría del enfrentamiento

La teoría del enfrentamiento es endeble. No sólo porque no sé encontraron las vainas de los supuestos disparos que efectuaron los jóvenes mapuche, sino, además, porque del lado de los Albatros no hubo ninguna baja, tampoco un herido. Ni siquiera un rasguño de una bala denunciaron, a pesar de que cada uno de los cinco Albatros definieron como emboscada el «ataque de los mapuche», alegando que los tenían muy cerca, casi encima. Incluso un Albatros advirtió que los tenían a siete u ocho metros. ¿Cómo a esa distancia, en una situación favorable de tiro, ningún Albatros sufrió una herida en el cuerpo?

Es difícil, en este contexto, no citar la referencia histórica perteneciente a la Campaña Expedicionaria al Desierto que indica el uso de la definición de guerra, para referirse a la embestida del ejército argentino sobre el pueblo mapuche, produciendo cientos de bajas de un lado y ninguna del otro.

Otro dato no menor, es que la pericia balística indicó que tanto Rafael como Lauraro tenían rastros de pólvora en ambas manos, algo que es inusual, dado que generalmente el rastro queda en una de las manos, justamente la que empuña el arma. En conversación telefónica, el Licenciado en Criminalística Eduardo Prueger me advirtió que con la sola sospecha de que existió restos de pólvora en las manos de una de las víctimas, no se puede afirmar que tuvieron un arma en las manos, dado que ese registro puede estar contaminado en el momento del arresto, entendiendo, en este caso, que fueron los que dispararon los mismos que arrestaron y pusieron las esposas a González, Huala y Nahuel.

Cinco | Kechu
La desobediencia de los subordinados

El jefe Lezcano dio una orden precisa. Obregón y García debían quedarse con él, debajo del cerro. No debían subir. Sin embargo, ambos prefectos desobedecieron la orden y subieron de todas formas, con el objetivo de asistir a sus compañeros. Y una vez en grupo, sabiendo que estaban en inferioridad numérica, decidieron avanzar en un terreno que no conocían. Esta irregularidad en el comportamiento de los prefectos fue denunciada por el propio Lezcano, en un posicionamiento claro para dejar en evidencia a sus subordinados, para dejar de protegerlos, resguardando a las jerarquías superiores y a la propia institución.

En esta misma línea, fue el propio Javier Pintos el que acusó al poder judicial de tenderle una trampa a él y a sus compañeros: “nos usan como chivos expiatorios”, denunció Pintos.

Seis | Kayu
100 testigos lejos de sus casas

De los casi 100 testigos, más de un 60% pertenece a la ciudad de Bariloche y a zonas aledañas. Sin embargo, se decidió realizar el juicio a 500 kilómetros de distancia de ahí, dificultando e impidiendo que muchos de los testigos puedan asistir, debido a que residen en zonas rurales, alejadas de la ciudad, viviendo con dificultades socioeconómicas y padeciendo carencias tecnológicas para este tipo de casos, en donde se requiere acceso a plataformas digitales para presenciar las audiencias.

El presidente del tribunal de jueces (Alejandro Silva) leyendo un escrito durante un cuarto intermedio. Foto: Gustavo Figueroa

Siete Regle
El exceso

Ningún dato de los que he expuesto en esta crónica puede representar una exacerbación de la realidad. Son datos reales, objetivos y verificables. Incluido el título. Lo excesivo, sí, fue el accionar de los Albatros. Es explícito y puede certificarse rápidamente el exceso en su accionar. No cabe duda, ni en la dimensión de los disparos, ni en la dirección temeraria en la que fueron apuntadas sus armas. Con el conocimiento táctico y técnico que tenía cada uno de los cinco Albatros podían disuadir, sin utilizar tanto poder de fuego. Sin embargo, realizaron todo lo contrario. Se desquitaron, no fueron profesionales, tomaron el operativo como una revancha patriótica, como si verdaderamente se enfrentarán a un enemigo poderoso, al que no le podía perdonar, ni permitir nada. Fue abusivo y excesivo todo su accionar. Tan claro y evidente como el rastro de sangre que dejó Rafael sobre el cerro.

Ocho | Pura
La copia fiel

El testimonio de los cinco Albatros es idéntico, calcado. Todos afirman que fueron emboscados, que sufrieron un ataque ilegítimo, que les tiraron con todo: piedras, objetos contundentes, balas de fuego. Hasta lanzas dicen que les tiraron. Coinciden en afirmar que estaban ahí para cumplir una orden judicial, que respondieron en proporción porque vieron en peligro su vida y la de sus compañeros. «Nos iban a matar». «Matésmolos a todos, escuchamos». «Nos encerraron con movimientos tácticos militares», fueron algunas de las frases que se escucharon leer por parte del secretario judicial durante los alegatos de apertura.

Nueve | Aylla
La fortaleza

Durante todas las horas que duró la primera audiencia, Graciela Salvo (la mamá de Rafael) se mantuvo mirando hacia arriba, hacia el techo, en repetidas ocasiones, como buscando fuerza para aguantar y soportar la audiencia, estando lejos de su casa, rodeada de hombres vestidos de trajes que ni siquiera la saludaban con respeto.

El rostro de Graciela se veía intranquilo, mientras que Alejandro Nahuel se mostraba impaciente, intolerante, ofendido por las frases que debía escuchar en silencio. Hasta que en un momento no resistió más e intervino en la audiencia, realizando el mismo reclamo que más tarde haría en la calle: «¿Por qué los asesinos de mi hijo no están acá?» «¿Por qué no dan la cara?»

Hace seis años que los tienen a las vueltas, aunque las pruebas son irrefutables. ¿Qué es lo que se protege con esta dilación judicial? ¿A los prefectos o al lugar de poder que debe ejercer el Estado Nacional sobre el Pueblo Nación Mapuche? ¿Una condena ejemplar tendrá la capacidad de erradicar –o por lo menos problematizar– el racismo que habita en las fuerzas de seguridad, el poder judicial, los representantes políticos y los líderes de opinión en la Argentina? ¿Cuánta sangre más deberá ser esparcida en los cerros para saciar la ambición de la industria extractiva, la especulación inmobiliaria y el capital transnacional en la Argentina? ¿Cuántos jóvenes mapuche más deberá ser sacrificados para satisfacer la gula de la industria forestal en el sur del país?