Silenciar, negar y tergiversar los acontecimientos, una práctica de gran deslealtad.
Las noticias falsas, lo que hoy conocemos como Fake News, han hecho su parte, en la década de los 70 y posteriormente, en un intento constante de falsear la historia y la memoria. En ciertos diarios y canales televisivos se entregaron intencionalmente informaciones ficticias, bajo el disfraz de hechos noticiosos, con el fin de presionar, confundir, engañar, manipular y ocultar lo que sucedía en nuestro país y alterar la percepción de la realidad en la población. Esta práctica, que hoy es habitual en todas las redes sociales, tiene un contenido cuyo objetivo es la desinformación y generalmente responden a grupos de interés que buscan instalar esas mentiras para usarlas en su beneficio. Fue así, como graves violaciones a los derechos humanos fueron convertidos en noticias de caracter delictual para una población que vivía el quebrantamiento del sistema democrático, la disolución del Congreso Nacional, la proscripción de los partidos políticos, la restricción de los derechos civiles y políticos (libertad de expresión, información, reunión y movimiento) y la violación constante de los derechos humanos.
Para Alejandro Morales, jefe de la Unidad de Medios Digitales de la Dirección de Servicios de Información y Bibliotecas (SISIB) de la U. de Chile, no es pertinente ni correcto “hablar de Fake News, porque si algo es falso, no es noticia, y si es noticia, es porque no es falso. El término correcto es desinformación, que es más amplio y alude a todo contenido falso, inexacto o engañoso intencionalmente diseñado, presentado y promovido para causar daño público o beneficios particulares. Valiéndose de la tecnología y los datos masivos, se busca de forma premeditada alterar la percepción de grandes grupos de personas o sociedades e influir en su comportamiento”.
Más aún, para la profesora Ana María Castillo, periodista, doctora en Comunicación y co-directora del Núcleo Inteligencia Artificial y Sociedad de la FCEI, este tipo de contenido “impide a los ciudadanos tomar decisiones informadas si están expuestos a engaños y noticias falsas” …. “Ya no se trata solo de tener diferentes visiones u opiniones, sino que hay personas que se plantean desde argumentos distorsionados, por lo tanto, el diálogo equitativo se dificulta y termina siendo confuso” lo que podría explicar, en alguna medida, porque hasta el día de hoy, a casi 50 años, no existe una postura común frente a lo acontecido durante la dictadura cívico-militar y sus consecuencias sociales y políticas para nuestro país.

El manejo mediático de los procesos para una nueva constitución.
A nadie le llama la atención que en el primer proceso, de inicio a fin los «medios de prensa» y la tv en general estuvieran con una lupa sobre los convencionales y que hoy, frente al segundo proceso, nadie tenga idea de quienes se postularon, que están haciendo, en un silencio mediático escandalosamente parcial respecto de los consejeros constitucionales. La falta de pluralidad noticiosa en Chile es impresionante, y que la verborrea la describa como libertad de prensa es insufrible. El negacionismo no tiene fronteras temáticas. Se niega la inhumanidad de una cruel dictadura, la desigualdad indigna, los delitos de una élite malviviente y discriminadora, una justicia fallida obsecuente, la violencia de una cultura patriarcal y la pederastia de una curia decadente. Al parecer se tiene una creencia profunda de que si no se habla o se niegan los delitos estos no existen. Pero eso no tiene sentido, todas sus tropelías existen, y no se esfuman por el silencio impuesto.

La noviolencia activa en marcha para superar la dictadura cívico-militar, son hechos vanamente silenciados.
Hace 50 años atrás, no fuimos nosotres parte, como actor político, de los que desataron la tragedia del quiebre y el acuerdo para perpetrar el golpe de Estado cívico -militar, en que inicialmente fue víctima Salvador Allende y posteriormente miles de compatriotas en los 17 años siguientes. Sin embargo, una década más tarde, iniciamos valientemente el camino político partidista, en medio de la dictadura más violenta de nuestra historia, desde un afluente ideológico nuevo, sin nexos con aquellos protagonistas del inicio de los años 70 del siglo pasado, intentando siempre realizar un aporte para salir de la monstruosa violencia dictatorial hacia un estadio de democracia, aunque formal, pues obviamente resultaba una respuesta acorde a la necesidad de la gente en ese momento.
Abrir en la práctica la posibilidad que la gente apoyara una salida política, en donde más de 80 mil personas, de cada rincón del país, superó el terror de las amenazas de ser violentado por una dictadura cívico militar asesina y dió su firma, con su nombre y todos sus datos personales a personas jóvenes, de esta nueva corriente política, que llamaron a su puerta, es algo que hoy es difícil de aquilatar, pero sin duda esa acción de ser el primer partido de oposición a la dictadura en demostrar que era posible legalizarse, fue un paso decisivo en los acontecimientos posteriores.
Ya encaminados en la disputa del plebiscito del Si y el No, la estrategia que pusimos en marcha de contrarrestar el terror que sentía la población, a través de acciones muy claras pero envueltas en un tono lúdico, que llamaba a rescatar la subjetividad y traer al presente la posibilidad de una alegría colectiva, que saltara por encima de la monstruosidad de los gobernantes civiles y militares, con costos de detenidos y encarcelados, también fue un gran aporte al proceso de redemocratización del país.
Y ya en el día del plebiscito, nuestro esfuerzo de convocatoria y gestión de una lista de apoderados que vigilara cada voto en cada mesa del país, fue otro aporte invaluable.

Los desafíos de la coyuntura a medio siglo del golpe
Hoy seguimos en pie. Levantando la porfía de generar, en cada espacio propio o compartido con otras y otros, la conversación, la deliberación, la reflexión y la búsqueda de acuerdos colectivamente; asumiendo como algo positivo la riqueza de la diversidad humana. Este ejercicio de democracia real, no es fácil, pero estamos convencidos de que es el camino correcto para superar la sociedad violenta que hoy padecemos.
De la misma forma, estamos definiendo nuestra dirección para enfrentar el presente y el futuro de nuestra actividad política, como también la mejor postura frente al proceso constitucional elitico que se votará en diciembre próximo.
Y en esta conmemoración de los 50 años, hemos acordado colectivamente proponer, a quien quiera escuchar, poner en marcha la Reconciliación, personal y colectiva, la cual parte por hacer lo necesario para no falsear la Memoria, dar Justicia a las víctimas y comprometerse totalmente con la defensa de los Derechos Humanos; por nosotras y nosotros, pero especialmente por las nuevas generaciones actuales y futuras de nuestro país.
Así este llamado coincide coherentemente con lo expresado por Laura Rodríguez ya en abril de 1990, en apoyo a la creación de la Comisión de verdad y reconciliación en el congreso nacional: ….»Es una traba también plantear la reconciliación en forma simplista, como un perdón ignorante y ciego de la realidad pasada». (…) «La verdadera reconciliación se produce cuando traemos al presente los hechos del pasado con la mayor verdad posible y logramos transformar la carga traumática que tienen, con comprensión y con la voluntad de construir un futuro que no repita estos errores. Es falso creer que por el descubrimiento de la verdad el ser humano cae indefectiblemente en una actitud de venganza. Es un error y constituye una irresponsable falta de fe en la gente. No pongamos falsas trabas, no posterguemos más nuestra verdad».

 

Redacción colaborativa de Sandra Arriola Oporto; M. Angélica Alvear Montecinos; Guillermo Garcés Parada y César Anguita Sanhueza. Comisión de Opinión Pública