Notablemente, se ha pasado por alto en la conmemoración del medio siglo de la desgraciada destrucción de nuestra democracia que, no sólo se instauró una dictadura terrorista de 17 años, sino que también su diseño a largo plazo ha tenido pleno éxito hasta el día de hoy. En efecto, se olvida que el modelo de sociedad extremadamente neoliberal que impuso violentamente la dictadura, fue luego legitimado, consolidado y profundizado pacíficamente en los “30 años”. Un modelo concentrador de la riqueza en grandes grupos económicos fundamentalmente financieros, extractivistas y controladores de los sistemas de educación, salud y previsión; apoyados por el Estado; y con sectores populares y medios atomizados y sin ningún poder real.
Como muy bien lo recordó muchos años atrás el destacado líder de RN, Andrés Allamand, Pinochet le aportó a la derecha neoliberal “el ejercicio sin restricciones del poder político necesario para materializar las transformaciones. Más de una vez en el frío penetrante de Chicago los laboriosos estudiantes que soñaban con cambiarle la cara a Chile deben haberse devanado los sesos con una sola pregunta: ¿Ganará alguna vez la presidencia alguien que haga suyo este proyecto? Ahora no tenían ese problema” (La travesía del desierto; Edit. Aguilar, 1999; p. 156).
Y como lo reconoció crudamente el máximo ideólogo de la “transición”, Edgardo Boeninger, el liderazgo de la Concertación de Partidos por la Democracia llegó a fines de los 80 a una “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha, “convergencia que políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer” (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, 1997; p. 369). Este viraje ideológico copernicano y solapado del liderazgo de la Concertación nos permite comprender conductas políticas que de otra forma veríamos como locuras auto-destructivas. Especialmente, el virtual regalo que le hizo la Concertación a la derecha de la mayoría parlamentaria que le auguraba al futuro gobierno de Aylwin la Constitución original del 80; y las políticas de asfixia económica con que los gobiernos de la Concertación exterminaron a partir de 1990 los numerosos medios escritos de centroizquierda que habían surgido en la década de los 80.
En efecto, la primera de ellas se hizo a través de la Reforma Constitucional concordada en 1989 entre Pinochet, la Concertación y la derecha, en la que solapadamente en una de ellas (fueron 54 reformas) se modificaron los quórums para la aprobación de las leyes ordinarias de tal forma de impedir que el futuro gobierno (de la Concertación) pudiese contar con aquella. Y la segunda se llevó a cabo fundamentalmente a través de una silenciosa discriminación del avisaje estatal en contra de los medios escritos de centroizquierda que habían surgido en la lucha contra la dictadura.
Denuncias históricas (no desmentidas) de esta sistemática discriminación, las han hecho numerosos periodistas, académicos y directores de medios afectados, entre ellos los Premios Nacionales de Periodismo Juan Pablo Cárdenas, Patricia Verdugo y Faride Zerán.
Con la primera, los gobiernos concertacionistas quedaron facultados para sostener plausiblemente que no cumplían sus programas de reformas porque no contaban con las mayorías parlamentarias para ello. Y con la segunda, se aseguraban que la opinión pública nunca se enterase del fondo de todo ello y que no surgiese desde una real centro-izquierda una oposición a los gobiernos concertacionistas. Esto redundó, además, en que todas las decisiones políticas y económicas claves de la post-dictadura se adoptaran consensualmente entre la derecha y la Concertación sin mayor escándalo, partiendo por el ominoso y desconocido acuerdo constitucional de 1989…