En el ámbito público se ha ido perdiendo la capacidad de diálogo, y no parece haber conciencia del daño que esta actitud hace a la sociedad en su conjunto. Nos encontramos en un espiral destructivo que potencia la polarización y las descalificaciones, lo que deteriora significativamente la convivencia. Tenemos el desafío de recuperar la comunicación entre nosotros y la única forma de hacerlo es dialogando.
Estamos frente a una falta de habilidades para el diálogo, cuya carencia nace en el seno familiar, para luego continuar en la escuela. Estructuras jerárquicas y castigadoras propias de nuestra cultura, constituyen características que no facilitan la comunicación y el diálogo. Las relaciones que establecemos son la suma de monólogos que no dejan espacio para dialogar.
Un diálogo efectivo implica una comunicación abierta y respetuosa, donde todas las opiniones sean escuchadas y valoradas. El diálogo busca la comprensión mutua y la construcción de un significado compartido y es en esta dimensión que encontramos el principal obstáculo. Existe falta de voluntad de buscar un proyecto común y miedo a perder la identidad y el reconocimiento de la propia tribu.
Resulta inentendible que personas o grupos que están en política se nieguen a dialogar. Este comportamiento se contrapone a la esencia de la política, la cual es establecer las interacciones y relaciones entre individuos, grupos y entidades en el proceso de construir comunidad y buscar el bien común a través de decisiones y acciones que afectan a la sociedad en su conjunto.
A dialogar se aprende y eso me trae a la memoria una anécdota familiar que me marcó. Siendo muy niño iba a fotografiar una postal con una máquina fotográfica muy básica. Mis hermanos mayores me decían que era imposible hacerlo y ante mi insistencia me invitaron a razonar a lo que yo muy serio respondí: “es que, si razono, me van a convencer”.
Esta semana comienza el debate en el Consejo Constitucional de las enmiendas propuestas al texto elaborado por la Comisión de Expertos. Una vez más se pondrá a prueba la capacidad de diálogo de quienes fueron elegidos por voto popular.
Sólo cabe recordar que la ciudadanía es más sabia que nuestros representantes y castiga la incapacidad demostrada por el mundo político para avanzar en la búsqueda del bien común. No es casualidad que los partidos políticos sean las instituciones peor evaluadas en las encuestas de opinión.
Estamos nuevamente frente a una situación que nos puede servir como caso de estudio en la escuela para reflexionar y desarrollar capacidad de diálogo en niñas, niños y jóvenes. La mejor clase de ciudadanía, participación y convivencia es aquella en la que docentes y estudiantes analizan lo que está sucediendo en su entorno. Para un buen éxito de este ejercicio, también las y los profesionales de la educación deben tener la capacidad de dialogar.
Nunca debemos cansarnos de repetir que el objetivo principal del diálogo no es solo transmitir información, sino también crear un ambiente en el cual las personas puedan colaborar, resolver problemas y llegar a un entendimiento común.