Para minimizar su propia responsabilidad en el golpe de estado de 1973 la derecha dice (en boca de Marcela Cubillos) “mientras la izquierda no admita su responsabilidad en el colapso de la democracia que antecedió al golpe de estado no tiene ningún sentido ni utilidad ninguna declaración”.
Lo primero que habría que aclarar es que la democracia colapsó en el momento del golpe. ¡No antes! Chile era un país democrático: el Congreso funcionaba, las instituciones funcionaban. El gobierno cometió muchos errores, sí. Había grupos violentistas de derecha y de izquierda, sí. Pero la democracia no estaba colapsada.
A cincuenta años del 11 de septiembre de 1973 la derecha exije a la izquierda que reconozca responsabilidad en el golpe, distorsionando una historia que parte con el asesinato por la derecha del general Schneider, sigue con la complicidad de la derecha con la CIA, con la orden de Nixon de “hacer chillar la economía”, y se inserta en una América Latina golpista en el contexto de la Guerra Fría.
En el curso de los años la izquierda ha hecho un reconocimiento de los errores que se cometieron durante la Unidad Popular. Y los hechos históricos nos hablan de un presidente Allende republicano, que en una actitud apaciguadora, cuya intención era justamente no desestabilizar la democracia, estuvo dispuesto a llamar a un plebiscito el día martes 11 de septiembre, de modo de impedir el golpe militar que la derecha estaba organizando desde hacía un buen rato con la ayuda del gobierno de Washington y la CIA.
La preguntas que habría que hacerse, hoy, son otras:
¿Ha reconocido la derecha su responsabilidad en la preparación del golpe, los hechos delictuales de Patria y Libertad, las conversaciones de personeros de la derecha con el gobierno de Nixon, el acaparamiento de alimentos que produjo colas y desabastecimiento y terminó el día después del golpe, la huelga de los camioneros que paralizó el país y fue financiada con platas de la derecha y otras provenientes de Estados Unidos?
¿Ha reconocido la derecha el acto criminal que significó bombardear el palacio de la Moneda donde murió el presidente de Chile mientras la derecha celebraba destapando botellas de champaña?¿Ha pedido perdón la derecha por los 17 años en los cuales se torturó, fusiló, degolló e hizo desaparecer a opositores mientras estaba clausurado el mismo Congreso desde donde hoy responsabilizan a la izquierda del golpe militar?¿Se desembarcó la derecha del gobierno de Pinochet cuando ese gobierno ordenó asesinar a Orlando Letelier en Washington, disparar a Bernardo Leighton y su esposa Anita Fresno en Roma, dejándola a ella en silla de ruedas y a él malamente herido?
Convengamos que el de la Unidad Popular fue un gobierno donde se cometieron muchos errores, convengamos que personeros como Carlos Altamirano hicieron un daño enorme exacerbando los ánimos de la Marina, de opositores al gobierno e incluso del propio gobierno, convengamos que la máxima de “avanzar sin transar” de los jóvenes del MIR no hizo más que exasperar a los detractores de la Unidad Popular, convengamos que las tomas ilegales de fábricas y terrenos contribuyeron a intoxicar la convivencia social, convengamos que la arrogancia con que una parte de la Unidad Popular creó todo tipo de odiosidades y suspicacias al pretender hacer cambios radicales, sin acuerdos con la oposición. Y convengamos también que la propia oposición no hizo más que cortapizar cualquier cambio propuesto por el gobierno, por positivo que fuera para el país.
Convengamos que aquel no fue un buen gobierno y tampoco fue una buena oposición. Lo que se instaló allí fue el odio, el revanchismo y la polarización.
Pero nada de eso justifica el acto criminal que fue el golpe militar, planeado mucho antes de que la situación se polarizara y por fuerzas, algunas de ellas completamente ajenas a la situación interna chilena. Y por supuesto que nada de eso justifica la larga dictadura que lo siguió, donde se conculcaron todas las libertades públicas, se hizo desaparecer a más de tres mil personas, se mandó al exilio a diez mil familias, se torturó, se quemó vivos a opositores al régimen, a otros se los degolló. Y después, cuando el dictador perdió el plebiscito, que lo habría dejado otros ocho años en el poder, comenzó una transición a la democracia pactada con los militares, que sentó a Pinochet, como senador vitalicio, en el reabierto Congreso.
Por un tiempo demasiado largo se estableció la “intocabilidad” de los militares. Y aprovechándose de esa intocabilidad los militares nunca dijeron dónde estaban los cuerpos de los detenidos desaparecidos, ni qué hicieron con ellos antes de lanzarlos al mar, a los lagos o antes de dinamitarlos en los desiertos o esconderlos en hornos de cal y en cuevas. Y así quedó instalada la impunidad.
Lo que nos ha pasado a todos los chilenos, de izquierda y de derecha, ha sido una horrible tragedia. La justicia que debió haber llegado hace muchos años, o ha tardado demasiado o simplemente no llegó. Algunos militares están presos en una cárcel de lujo. El general Pinochet murió tranquilo en su cama sin hacer un solo día de cárcel y sin reconocer que, bajo el pretexto de una guerra contra el marxismo lenininismo, instaló una dictadura militar donde incluso los militares que se atrevieron a defender valores democráticos, como su amigo el general Carlos Prats, fueron asesinados.
Lo único que se ve claramente en este triste aniversario es que estos dos bandos no van a reconciliarse mientras no haya un consenso con respecto a que, sean cuales sean los errores políticos de un gobierno, un golpe de estado como el del 11 de septiembre de 1973 será siempre un acto criminal, que acarreará la muerte de quienes defienden la democracia, producirá un quiebre profundo en la sociedad y dejará el alma del país tan herida como está el alma de Chile hoy.
Creo que el único punto de unión que nos va quedando es el dolor.
Elizabeth Subercaseaux, periodista y escritora chilena