- «Debíamos entregarnos o enfrentarnos a la policía; ‘no cederemos’, fue nuestra respuesta».
- «Muchos chicos caían al suelo, y otros, en la huida, los pisaban».
Adam, un joven de Sudán de 24 años logró entrar a Melilla aquella mañana de 24 de junio de 2022 cuando el intento de saltar la valla que separa España de Marruecos acabó con al menos 37 migrantes muertos, aunque las autoridades marroquíes sólo reconocen 23 fallecidos. Hubo además cientos de heridos y 77 personas siguen desaparecidas. Las imágenes difundidas en redes sociales y medios han expuesto la actuación de las fuerzas policiales del país vecino, que desembocó en una masacre.
Un año después, Adam comparte sus recuerdos de aquella trágica jornada en la que perdió a su amigo Anwar.
«Estábamos en el campamento y el día anterior nos advirtieron que debíamos entregarnos o enfrentarnos a la policía. ‘No cederemos’, fue nuestra respuesta. Al día siguiente, al atardecer, comenzamos a descender por la montaña», rememora . «Tratamos de no llamar la atención, avanzando lentamente y haciendo paradas. Nos encontramos con otros chicos que estaban en el Gurugú», continúa el relato.
«Veíamos a lo lejos furgonetas de los gendarmes que nos observaban pero no decían nada. Era como si nos dejaran seguir. Antes de llegar a la valla, empezaron a aparecer policías por todos lados disparando pelotas de goma y botes de gas lacrimógeno, lo que nos impedía ver. El otro grupo se dirigió hacia donde estaba la policía, posiblemente porque sus ojos estaban dañados por el gas. Los golpearon con porras y cualquier cosa que causara daño. También arrojaban unas bombas que hacían un ruido insoportable. Muchos chicos caían al suelo y a otros en la huida hacia adelante los pisaban. Aquello era correr o morir. Entonces rompimos la puerta con la sierra eléctrica, logramos abrirla y cruzar a Melilla, donde un grupo de amigos que habían logrado llegar en el salto del 3 de marzo, nos recibió».
Era el final de un periplo de casi tres años desde que dejó su país hasta que llegó a Marruecos junto a sus compatriotas Hussein y Yaya y también su amigo Anwar, quien perdió la vida aquel día. Debido al gas lacrimógeno, tomó el camino equivocado y se dirigió hacia la zona donde la valla cedió.
Ese día 105 personas consiguieron entrar a Melilla y 470 fueron devueltas a Marruecos en lo que las autoridades españolas reconocen como «rechazos en frontera». Los heridos en el lado marroquí no fueron tratados en los hospitales y tuvieron que curarse como pudieron. Solo los más graves fueron ingresados en centros de Nador. Los cadáveres siguen depositados en la morgue de esta ciudad marroquí.
Fosas improvisadas
Algunos supervivientes cuentan que muchos de sus amigos fueron enterrados en fosas improvisadas en el camino. Otros fueron abandonados en el sur, cerca de las grandes ciudades sin comida ni agua. Ahora ocupan edificios abandonados a las afueras de Casablanca, vigilados por la policía marroquí que no les deja moverse. Musa, de 27 años, es uno de los que permanecen escondidos allí:
«Marruecos es un sitio horrible. La policía es muy violenta y no te dejan pedir en la calle para poder comer. Nos traen a traficantes que nos dicen que si nuestra familia paga algo de dinero, nosotros podemos llegar a Europa. Si no, nos amenazan con volver hacia Libia y prefiero morir aquí antes de volver allí», dice.
Algo que Yaya, otro de los jóvenes que logró saltar la valla y ahora sigue el procedimiento para conseguir asilo en España, confirma:
«En Libia nos venden como esclavos para trabajar y a veces no nos dan comida. Las mujeres son enviadas a países del golfo como esclavas también. Nadie hace nada contra los libios que se están beneficiando de nuestras necesidades».
Los tres jóvenes piden que sus historias no queden olvidadas. Todavía recuerdan con tristeza aquellos días en Melilla, cuando lloraban al ir conociendo los nombres de los fallecidos.
«Seguiré buscando a muchos de mis amigos mientras me queden fuerzas. Creo que los que logramos pasar tenemos esa responsabilidad con las familias que están destrozadas», dice Hussein.
En 2020 el Gobierno mandó retirar las concertinas que coronaban la valla de Melilla para construir una nueva estructura de más de 1o metros de altura y coronada por unos rodillos cilíndricos que impiden trepar pero no cortan, por lo que son menos lesivos para quienes intentan saltar.
Durante la semana en la que ocurrió la masacre, medio millar de gendarmes y fuerzas auxiliares rodearon el campamento de los migrantes y lo atacaron con gases. El martes 21 de junio se produjo una breve tregua, pero el miércoles y el jueves la violencia recrudeció. El día 23, una incursión de otros 500 gendarmes provocó un incendio en el bosque que los puso en peligro. Era el aviso de lo que pasaría. Tenían un plazo de 24 horas para abandonar el lugar o la violencia se intensificaría en la siguiente redada. Con escasos recursos, sin comida ni agua, los migrantes decidieron emprender una arriesgada huida hacia adelante, en dirección a la valla.
No tenían garfios ni escaleras para subir la valla, pero habían logrado hacerse con una sierra mecánica y unas cizallas. Con estas herramientas, decidieron forzar una de las puertas de la valla para que nadie quedase atrás. Muchos estaban al límite de sus fuerzas físicas, sin energía para saltar el muro de seis metros. Los migrantes se vieron envueltos en un enfrentamiento con las fuerzas marroquíes al llegar a la zona del Barrio Chino, uno de los tramos más complicados de la valla. Tal y como se pudo ver en los vídeos distribuidos a través de las redes sociales, los migrantes fueron emboscados con violencia.
El Consejo Nacional de Derechos Humanos de Marruecos (CNDH), un organismo dependiente del gobierno marroquí, presentó días después un informe en el que afirmaba que las muertes se produjeron por «asfixia mecánica», al ceder la valla por el peso de las personas subidas a ella. El gobierno marroquí culpó a las autoridades españolas de las muertes. Esta conclusión es cuestionada por la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), que exige una investigación imparcial que un año después no se ha producido. Los migrantes dicen que el número real de víctimas es mayor. No hay noticias de al menos un centenar de ellos.