El triunfo del ultraderechista José Antonio Kast en las elecciones constituyentes chilenas es un síntoma de la reconfiguración de la oposición a gobiernos progresistas que se inició en Brasil y abarca a países como Colombia o Argentina con el histriónico «libertario» Javier Milei.

En noviembre del año pasado tuvo lugar en Ciudad de México una nueva edición de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés), que se realizaba desde 1974 en Estados Unidos y que aporta cada año una encuesta que sirve de termómetro para definir a los candidatos republicanos más duros. Solo se había celebrado antes en un único país latinoamericano: el Brasil de Jair Bolsonaro.

En México se dieron cita algunos de los principales referentes internacionales del espacio, como los estadounidenses Steve Bannon y Ted Cruz y el español Santiago Abascal, así como también representantes de la derecha regional, como Eduardo Bolsonaro (Brasil), José Antonio Kast (Chile), Alejandro Giammattei (Guatemala) y Javier Milei (Argentina).

El nuevo mapa político latinoamericano puede mostrar un dominio de la izquierda y el progresismo, pero no esconde el ascenso de fuerzas de extrema derecha en toda la región. No son gobierno, pero podrían serlo. Pasaron de ser oposición a ser alternativa. La legitimación electoral los condujo a un cambio de estrategia y discurso, ante la perspectiva de que casi el 30 por ciento de las ciudadanías -según Latinobarómetro- se muestran indiferente al tipo de régimen político que vive.

La ultraderecha comenzó a incorporar temas de la agenda global. Uno de los impulsores de esta estrategia fue el expresidente polaco Lech Walesa, en el encuentro mexicano, cuando señaló que el cambio climático es un problema real. La estrategia es adoptar ideas o propuestas del adversario para disputar su base de apoyos.

Es cierto que la derecha latinoamericana recibió recientemente reveses importantes (Brasil, Bolivia, Colombia), pero mantiene un significativo peso en la región. La interrogante que queda flotando es qué lugar ocupan las disidencias frente a la avanzada neofascista. Porque la oda libertaria al desastre económico viene acompañada de un claro ataque a los derechos de las mujeres y disidencias. Atrás quedó el tiempo de aquellas ultraderechas xenófobas y racistas contra los inmigrantes. Ahora la xenofobia incluye a toda el progresismo y la izquierda cuando gobierna, porque para ellos es una voluntad maligna que impide la libre asunción de una identidad compacta.

Discutir este imaginario desatado es tan difícil como intentar tranquilizar a los niños de los fantasmas que los persiguen. Por todo esto es que los inmigrantes, trabajadores y vulnerables de todo tipo cuando votan a la ultraderecha no lo hacen contra sus intereses. Son otros intereses, más opacos que los intereses vitales y económicos, señala en sicoanalista argentino Jorge Alemán.

Se trata de gozar de una identidad como en los estadios de fútbol, más allá de toda dimensión histórica o problemática, y poder disfrutar tranquilos con la difamación y los insultos proferidos por un Yo que se pavonea con su espejismo hasta que lo real lo despierte, añade.

Aniquilar la derecha tradicional

En la aniquilación de la derecha clásica Brasil fue pionero. El ultraderechista Jair Bolsonaro perdió por escaso margen en las últimas elecciones presidenciales, pese a que venía de gestionar desde el negacionismo una pandemia que mató a 700.000 brasileños y se medía en las urnas con Luiz Inácio Lula da Silva, líder indiscutible de la izquierda brasileña.

Bolsonaro, con sus amenazas golpistas, su diplomacia aislacionista y su misoginia, fue derrotado en los comicios en 2022 pese a lograr más votos de los que cosechó en 2018, lo que refleja la potencia del movimiento político que encabeza y lo arraigado que sigue el odio al Partido de los Trabajadores.

En Chile, Kast enarboló el malestar de la ciudadanía que, en el estallido social de 2019, fue la principal causa de la izquierda. Hoy, la desazón se explica por tres crisis: la de seguridad pública –aumento del crimen organizado y la violencia–, la económica y la que se ha desatado en el norte del país, con la inmigración irregular.

En Colombia, la derecha tardó en reaccionar a las elecciones de 2022 cuando ganó el izquierdista Gustavo Petro, perdió representación en el Congreso y se quedó sin una cabeza clara, después de que el expresidente Álvaro Uribe, viera su favoritismo destrozado, envuelto en un escándalo judicial que no termina.

La derecha colombiana parece escorarse hacia posturas más extremas, como las que encarna la senadora uribista María Fernanda Cabal, cercana a militares retirados y quien ha dicho del gobierno que «el comunismo es esto que estamos viviendo», después de que un coronel retirado dijera del presidente «vamos a tratar de hacer lo mejor por defenestrar a un tipo que fue guerrillero».

En Perú, todas las variantes de la derecha unificaron fuerzas en Perú para consumar el reciente golpe que tumbó a Pedro Castillo. Lo acosaron hasta que finalmente forzaron su desplazamiento. No toleraron la presencia de un presidente ajeno al contubernio del fujimorismo con sus aliados y adversarios, que sostiene al régimen político más antidemocrático de la región.

Desde el 2018 los derechistas concretaron el desplazamiento de los seis presidentes que perdieron funcionalidad para la continuidad del régimen. Ese sistema fue creado por Fujimori un año después de asaltar al gobierno (1993), mediante un dispositivo constitucional que otorga poderes omnímodos al Poder Judicial y a su Fiscalía para intervenir en la vida política.

La debilidad del Ejecutivo, la atomización del Legislativo y la gravitación de los tribunales apuntalan un sistema que propicia la inmovilidad, la apatía y el descreimiento de la población. La finalidad de ese esquema es asegurar la continuidad de un modelo neoliberal divorciado de los avatares de la política. El vertiginoso recambio de mandatarios contrasta, por ejemplo, con la perdurabilidad del mismo presidente del Banco Central en los últimos 20 años.

Esta vez concretaron una variante extrema del lawfare, mediante un golpe parlamentario con cimiento militar y complicidad de la vicepresidenta Boluarte. De inmediato desataron una represión feroz, con decenas de asesinados, centenares de detenidos y toque de queda en varias provincias. Esa criminalización de las protestas supera los antecedentes recientes y ha colocado al ejército en el típico lugar de cualquier dictadura (Rodríguez Gelfenstein, 2022).

En otros países más habituados a la gestión represiva del Estado, la nueva derecha ofrece pocas novedades. En Ecuador o Guatemala, simplemente apuntala la periódica reinstalación de los regímenes de excepción, con la consiguiente militarización de la vida cotidiana. Allí sostiene variantes del golpismo, que sustituyen a las viejas tiranías militares por modalidades más disfrazadas de dictadura civil, señala Claudio Katz.

En Haití los ultraderechistas auspician tanto la intervención extranjera, como la expansión de las bandas mafiosas que han destruido el tejido social de la isla. Apuntalan el modelo de golpismo gansteril que sustituyó al sistema político y oscilan entre promover una dictadura tradicional o precipitar otra ocupación norteamericana.

¿Anarcocapitalistas?

En Argentina, Milei, economista ultraliberal, se ofrece al electorado como un «anarcocapitalista» que promete terminar con la «casta política», reducir al mínimo el Estado, entregar al capital privado la administración de la educación y la salud y, sobre todo, resolver la inflación crónica con una dolarización de la economía.

La expansión de la ultraderecha en Argentina es reciente y al igual que en Brasil despuntó en la confrontación con un gobierno de centroizquierda. Los primeros destellos en las marchas callejeras contra el kirchnerismo fueron capturados por el conservadurismo tradicional y catapultaron al neoliberal Mauricio Macri al gobierno. Pero en la virulenta impugnación posterior de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, emergió la fuerza reaccionaria de Milei (y en menor medida de Espert).

La capacidad de acción de los personajes libertarios fue marginal en Argentina durante el macrismo, pero se ha expandido en proporción a la generalizada decepción con el gobierno actual y hoy disputan espacios con la derecha tradicional. Mantienen un perfil propio que amenaza la unidad de la oposición en las próximas elecciones. En esta potencial división radica la expectativa oficialista de mantenerse en carrera para retener la presidencia. En Argentina, hoy el ejército mantiene un rol político marginal, en un país que ha desarrollado enormes anticuerpos contra el militarismo.

Es de recordar que Milei saltó a la política desde los estudios de televisión, donde hacia subir la audiencia con gritos, insultos y propuestas a favor de la libre venta de órganos o de niños. Cuando en las elecciones legislativas de 2019 obtuvo un asiento en el Congreso, dejó de ser un espectáculo para convertirse en un problema para derecha e izquierda.

Milei amenaza a la derecha tradicional como ningún otro político desde el regreso a la democracia, en 1983. Le gusta sumarse a la línea de Donald Trump y Jair Bolsonaro, con la particularidad de que en Argentina no tiene estructura política alguna. Su poder está en el crecimiento del voto protesta de jóvenes que ya no confían en los políticos y están hartos de la crisis económica.

La derecha tradicional, representada por el expresidente Mauricio Macri y su alianza Juntos por el Cambio, no tiene claro si la mejor estrategia es cooptar o confrontar con Milei. Por el momento, el discurso incendiario del economista ha obligado a los liberales de toda la vida a radicalizar su discurso de derechas, temerosos de los votos que ve perder cada día en los sondeos.

En México, la ultraderecha tiene menos empuje que en otros países de la región y se ha acomodado en los resquicios del conservador Partido Acción Nacional. Algunos de sus dirigentes salieron a la luz en septiembre de 2021, cuando el ultraderechista español Santiago Abascal llegó a México con una agenda lista para desatar una tormenta política.

Decenas de políticos mexicanos se fotografiaron con el líder de Vox y firmaron la Carta de Madrid, una especie de cruzada contra el comunismo que acusa a los gobiernos de izquierda de América Latina de ser «regímenes totalitarios». Muy pronto los ultraderechistas mexicanos se retractaron de apoyar a Abascal, aunque otros aprovecharon la oportunidad para salir a la luz.

Otra parte de la derecha -el Frente Nacional Anti-Amlo (FRENA) tomó el Zócalo capitalino con un centenar de tiendas de campaña, entre septiembre y noviembre de 2020 para protestar contra «el dictador López». El movimiento, nacido en el norte del país, cercano a Estados Unidos, asegura representar a «millones de mexicanos emputados» y está inspirado en el Tea Party estadounidense.

En noviembre, se reunió en la capital mexicana la Conferencia Política de Acción Conservadora, evento ultraconservador en el que participaron Abascal; Steve Bannon, exasesor de Donald Trump; el brasileño Eduardo Bolsonaro; y el argentino Javier Milei.

En Argentina, la publicación de la plataforma electoral de La Libertad Avanza, el partido de Javier Milei, deja en claro un rumbo de quita de derechos y de aún más precarización de la vida. Abolir el salario mínimo, los sindicatos y las jubilaciones, la liberación de la compra y venta de armas y la derogación de la ley de aborto y de Educación Sexual Integral.

Cacareco

A veces la sociedad está cansada de sus políticos -muchos de los cuales se comportan como elefante en un bazar- y ese hartazgo lo hacen notar de la manera más ingeniosa posible. Muchas veces es eligiendo a quien parece ser un outsider. Pero en 1959, el voto castigo de la sociedad de la brasileña Sao Paulo estuvo direccionado a un animal: un rinoceronte «ganó» una elección.

Veredas sucias y desprolijas, calles sin pavimento, obras públicas sin terminar, corrupción y escasez de alimentos en los distritos más pobres eran algunas de sus preocupaciones. Frustración e ingenio. Frustración de los paulistas, ingenio de un grupo de estudiantes universitarios, que tuvo la idea de elegir a un animal para que participe junto a los 540 candidatos que competían por los 45 escaños del Consejo Municipal que estaban en juego.

«Cacareco», una rinoceronte de cuatro años que vivía en el zoológico de la ciudad fue la protagonista del voto castigo. Uno de aquellos estudiantes paulistas fue categórico al pintar el mural: «Mejor elige un rinoceronte que un asno».

Y Cacareco (que significa basura) arrasó en los comicios. Los paulistas votaron en masa contra la corrupción y la negligencia de la clase política. El 4 de octubre de 1959, el rinoceronte se llevó 100 mil votos, mientras que el primer candidato humano apenas sumó 10 mil. De todas maneras, la abstención también fue grande.

La humillación fue tan grande que incluso un candidato llegó a quitarse la vida luego de los resultados. Las autoridades anularon los votos de Cacareco y todo siguió adelante en una nueva elección. (Cacareco falleció de manera prematura en diciembre de 1962, a los 8 años. Sus restos se exhiben en el Museo de Anatomía Veterinaria de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad de San Pablo).

Cacareco fue la inspiración del Rhinoceros Party de Canadá, un partido político que se presentó en las elecciones entre 1963 y 1993, que tenía una clara intención humorística y satírica. Su promesa principal era «no cumplir ninguna de nuestras promesas». Fue creado por Jacques Ferron en 1963 y proclamaron como su líder ideológico a Cornelio Primero, un rinoceronte del zoológico de Granby, en Montreal.

En 1988 la revista Casseta Popular lanzó la candidatura a alcalde de Rio de Janeiro del mono Tião. Contó con el apoyo del escritor y entonces legislador Fernando Gabeira, del Partido Verde. El Partido Bananista del chimpancé obtuvo 400 mil votos y fue el tercer candidato más votado entre los 12 que se postularon.

Tião quedó registrado en el libro Guinness de los récords como el mono más votado del mundo. Murió el 23 de diciembre de 1996 a los 33 años a causa de diabetes. En el zoológico de Rio de Janeiro levantaron un monumento con su figura.

Sin más comentarios: me quedo con Cacareco.

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