Por Jorge Nuñez Arzuaga*
En los últimos días entró en el análisis del panorama electoral la idea de “los tres tercios” esbozada por la Vicepresidenta de la Nación en una entrevista televisiva. Para Cristina, el oficialismo tiene asegurado un tercio de respaldo electoral, la oposición otro tanto, y una porción de la sociedad oscila en un péndulo que va entre la bronca y la esperanza. Ahí se define el resultado.
En el modelo tradicional de espectro político se ubicaba a las ideologías en tres sectores: la derecha, de postura conservadora, defendiendo los intereses del establishment (lo que ahora se llama “el poder real”); el centro, reformista, con programas que alientan el avance social sin transformaciones de fondo; y la izquierda, revolucionaria, orientada a producir cambios estructurales en todos los campos. En los extremos del diapasón, opciones marginales con apenas posibilidades de acceder a algún escaño. Durante varias décadas ese esquema funcionó en nuestro país y se le denominó “bipartidismo”, ya que la disputa era entre matices de centro derecha y centro izquierda fundamentalmente (si la controversia se agudizaba y los grupos de poder hegemónicos se sentían amenazados, acudían a un golpe de Estado para poner las cosas “en orden”). Peronismo y radicalismo han sido los principales protagonistas de la contienda democrática en nuestro pasado reciente y en este tiempo contemporáneo, sin embargo, al amparo de corrientes propagandísticas promovidas desde los “think tank” internacionales, surgen propuestas ultraconservadoras, antipopulares, supremacistas, y xenófobas, que hacen caldo de cultivo del descontento social con discursos simplistas y engañosos.
Un viejo actor con un nuevo personaje
Echándole mano al “bandolerismo semántico”, la ultraderecha le roba al anarquismo la palabra “libertario”, pretendiendo que la libertad de mercado está por encima de todo otro valor, y vituperando al “Estado”, no por ser una burocracia al servicio de las corporaciones sino por dar asistencia a los más necesitados o crédito a los pequeños productores nacionales. Dicen ser antisistema, no como los hippies, los punks, los zeitgest o cualquier otra tribu juvenil, sino para cerrar todos los ámbitos participativos existentes.
Es la misma vieja y rancia casta individualista en sus intereses, y centralista en su concepción de la economía y la decisión política, que ahora se sube a postulados de “nuevos” intelectuales (como Murray Rothbard, por ejemplo) que plantean abiertamente el comercio de órganos humanos, compra venta de niños, privatización de las empresas públicas, eliminación de jubilaciones y beneficios sociales, enajenación del patrimonio natural y cultural de la nación, dinamitar el Banco Central y desaparecer el peso… Son los mismos que están en contra de las vacunas para prevenir enfermedades, y prefieren inocularle veneno al paciente para que no ocasione gastos.
Se trata de la distopía en su precisa definición: “Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”.
¿Cuál será el mejor Programa para elegir?
Las elecciones nos ponen en el brete de optar entre nombres propios de candidatos y plataformas de gobierno, y de tal suerte nos veremos condicionados por los próximos años según sea el acierto o error en esta decisión. No da lo mismo una cosa u otra, o eludir el compromiso porque “son todos iguales”, o patear el tablero para que “se pudra todo”.
No es lo mismo que la balanza se incline por la bronca que nos violenta, o por la esperanza que nos ayude a avanzar en el camino de la justicia social.
* Poeta y periodista. Miembro del Centro de Estudios Humanistas Moebius, Mar del Plata (Argentina).