PROSA POÉTICA

 

 

 

Cada uno de nosotros somos capitanes de nuestro propio barco, del rumbo en las cartas de navegación que hemos detallado con tesón a lo largo de nuestra vida. A veces, las tormentas hacen tambalear el cascarón donde nos encontramos, frágil ante la fuerza de las circunstancias que asolan nuestro nacer. Pero firmes en el timón, soportamos la fuerza del viento y aguantamos las olas que se deslizan por la cubierta de nuestro corazón.

Pero resistimos. Después de la tormenta, está la paz de un mar en calma, de una esperanza callada, de una ilusión que se ha marchado tras la estela temblorosa de un sueño gastado.

Somos marineros de la vida y tenemos que tener nuestro barco en perfectas condiciones, preparado siempre para afrontar nuestros cambios de rumbo inesperados, las tempestades que asolan en el navegar por las aguas de nuestra existencia o los fuertes vientos que hacen peligrar los palos que soportan las velas de nuestro sendero.

Pero también sabemos los secretos del mar, las islas tranquilas que son refugio de nuestro descanso, las cuevas marinas que están escondidas en nuestro interior. Son lugares donde el silencio alimenta el pensamiento de nuestro querer.

Y también nos admiramos de la belleza que nos muestra nuestro navegar por la biodiversidad de nuestro mundo, los colores del arco iris que alegran la felicidad de nuestros pasos.

Somos timoneles de nuestro amor, almas que navegamos con pasión  buscando esa bella flor que arranca nuestra sonrisa eterna. Somos la miel de la esperanza, que con rumbo seguro, llevamos la brújula marcada de nuestra fraternidad.

 

Con cautela,

mirando a las estrellas

esquivo la vela

en la cálida noche

de mi cueva.

 

Viento marino

que modela

vagas esperanzas

dejando la estela

a merced del mañana

mientras busco sereno

la estela dorada.

 

La llama se mece

en la chimenea

cantando canciones

marineras

con la niebla

sorda y ciega

buscando las notas

donde nunca llegan.

 

Palabras que se mueven,

que se balancean

creando historias

y versos de polea.

Por el cielo vuelan

buscando la seda

sin querer pelea.

 

Son ya las dos.

El grillo canta

y el silencio mancha

la pluma del corazón

que gotea con asombro

tachones sombríos

de esta canción.

 

Y allí queda

el solitario timonel,

entre legajos y libros

y montañas de laurel,

con saliva en sus labios

saboreando la miel

de un día que acaba

y otro que está por nacer

sujetando con firmeza

el timón del saber.