PROSA POÉTICA
Día a día pintamos nuestro propio cuadro con colores diversos, desconocidos, brillantes y algunas veces sorprendentes, dependiendo de cómo nos sintamos cada mañana. Nos sentamos frente al caballete que sostiene el lienzo de nuestra existencia y con la paleta buscamos el colorido que conecta con nuestro sentir y caminar en cada segundo en el que nuestros ojos permanecen abiertos a la vida.
De esta forma vamos dibujando nuestro propio cuadro, único, con los trazos que nuestra alma nos haya dictado y con el colorido con el que haya transcurrido la coexistencia de nuestro camino hacia esa frontera infinita que nos espera al final de nuestro recorrido.
Al terminar, nos enfrentamos a un cuadro acabado, una pintura que ha sido teñida de nuestros sentimientos, unos colores que se han moldeado según el viento que moldeaba los pinceles que han marcado las sonrisas y lágrimas de cada mañana.
Lo miramos con nostalgia y tal vez con un poco de sentido crítico al ver algunos colores oscuros que ensombrecen algunos ángulos mal sombreados. Pero esos pequeños fallos artísticos se borran, al ver la belleza de la obra terminada.
Pasa el tiempo
cual caballo desbocado,
rápido y veloz
como el trueno desgastado,
como la hoja que cae
del árbol callado.
Las canas te pulen
tu caminar gastado,
blancas como la nieve,
fugaces como la luz
del relámpago,
mientras en la piel
se abren caminos extraños,
cuencas que reflejan
el tenue alegato
de un camino viejo
sin reinado.
Quiero parar el tiempo,
vivir en el universo
del arbolado,
seguir sintiendo
la vida en mi tejado
descubriendo mundos
de alegría sembrados
sin que sienta
penas ni tristezas
bajo mi hado.
El nido queda vacío.
El reloj no se detiene.
El tiempo arremete
mi legado
y la sombra que perfila
mi caminar callado
busca en el cielo
la luz que me guía
en la soledad del prado.
¿Es ese mi destino?
¿Dónde van los sueños
que nacen sagrados
de nuestro alma ardiente?
¿Cómo seguir buscando
en luceros radiantes
poemas de enamorado?
Es el tiempo quién limita
las cadenas del viento.
Es el tiempo que marchita
mi piel arrugada
por el sol dorado
que me tiene preso
en el lienzo
del cuadro pintado.