Por supuesto que al Golpe de Estado de 1973 se le pueden asignar muchas causas, pero lo que no puede desconocerse es que este alzamiento cívico militar se explica fundamentalmente en la conspiración de la derecha y del gran empresariado chileno acicateados por el gobierno de los Estados Unidos, donde su secretario de estado Henry Kissinger jugara un papel determinante.
Ingentes recursos de la CIA y del Departamento de Estado Norteamericano sirvieron para alimentar la acción golpista de algunos gremios chilenos, como los del Transporte, que crearon una situación de caos en el país que abonó la rebelión de Pinochet y las Fuerzas Armadas. Esto es, la cruenta rebelión que se descargó contra el Palacio de La Moneda, bombardeando su edificio y causando cientos de víctimas desde un comienzo.
Aunque la “verdad oficial” señala que el presidente Allende decidió suicidarse, lo cierto es que hay múltiples testimonios que señalan que este fue ultimado por el primer comando militar que ingresó a la sede del poder ejecutivo. Un joven teniente de la época se atribuye haberle disparado al Mandatario y ante varios testigos se ufanó de esto exhibiendo el reloj del presidente como trofeo *. La falta de transparencia demostrada años después, durante la administración de Patricio Aylwin, para exhumar sus restos y darle sepultura definitiva provocaron más dudas todavía sobre su fatal desenlace.
Quienes vivíamos en 1973 no podríamos desconocer que los desencuentros de los partidos de la Unidad Popular, la deslealtad de algunos de sus personeros respecto de la autoridad de Salvador Allende y, por cierto, la infiltración que afecto a sus filas y a diversas organizaciones sociales abonaron también la conspiración. Aunque nadie puede negar, más allá de esto, que la actitud de los partidos de la oposición y, en especial de la Democracia Cristiana sirvieron mucho a la desestabilización de un régimen surgido de una elección democrática que nadie ponía en duda.
El Golpe Militar tuvo por objeto poner fin a un régimen de izquierda que se proponía profundos cambios económicos y políticos, entre ellos profundizar la Reforma Agraria, recuperar la gran minería del cobre de manos extranjeras, así como perseguir una reforma constitucional en que los derechos del pueblo quedaran garantizados. Poco después de los comicios presidenciales la voluntad de los ciudadanos quedó nuevamente expresada en la elección del Parlamento.
Pero son tan dramáticas las consecuencias del mandato por 17 años de Augusto Pinochet, respecto de las severas violaciones de los Derechos Humanos, la pobreza y miseria creada por el modelo económico y social que implementó, que hurgar en sus causas, más que atender a lo que se derivó del golpe castrense, se presenta como un verdadero despropósito. La verdad es que en todas las tiranías mundiales del último siglo, como las de Hitler, Mussolini y Stalin, pueden descubrirse muchas causas que poco o nada importan a esta altura después del horror sucedido bajo esas terroríficas dictaduras.
Al cumplirse luego 50 años desde el Golpe Militar, la verdad es que todavía nuestro país se rige por la Constitución de Pinochet la que apenas tuvo algunas enmiendas en los gobiernos que le siguieron. Del mismo modo que hasta hoy, la concentración económica sigue siendo escandalosa, tanto que ubica a Chile entre los países de mayor desigualdad social en el mundo. Y aunque muchos de los crímenes cometidos durante de la Dictadura han podido ser esclarecidos, la verdad es que todavía el país respira un clima de impunidad, además de que su principal ejecutor fue salvado de ser juzgado en Europa gracias al salvataje que se le brindara por los dirigentes de la concertación política gobernante en colusión con los vociferantes partidarios del dictador. El cual falleció posteriormente y hasta se le tributaran honores en la Escuela Militar sin recibir el juicio y castigo debido, salvo un escupitajo a su féretro que de alguna forma salvó el honor nacional.
Mucho más que remontarnos a medio siglo atrás, lo que parece más importante es explicarse lo sucedido después con el auge de aquellos sectores políticos que formaron parte del gobierno de Pinochet, guardaron cómplice silencio respecto de sus aberraciones y, ahora, aparecen como los más posibles sucesores el Gobierno de Boric y de quienes lo antecedieron en La Moneda. Partidos y entidades patronales de nuevo muy activas en bloquear los cambios institucionales y económicos que el país demanda. De la misma forma, habría que explicarse lo acontecido con partidos otrora poderosos como la Democracia Cristiana y aquellas entidades socialdemócratas que les dieron sustento a los cuatro gobernantes de la Concertación.
Solo se puede concluir en que la frustración de las expectativas del país tiene fundamento en la deserción ideológica, además de la descomposición moral en que incurrieron los sectores autoproclamados como democráticos. En el “encantamiento” sufrido respecto del modelo neoliberal implementado por la Dictadura. Así como en la larga conformidad con el orden institucional heredado del régimen autoritario, además del influjo que los Estados Unidos han seguido ejerciendo en quienes nos gobiernan. Lo que se manifiesta hábil pero siniestramente a través de la televisión, el duopolio empresarial y la más grosera concentración informativa de nuestra era republicana, después de la decisión de acabar con la prensa independiente para dejarse encantar por los medios que fueron pinochetistas y de muchas formas continúan venerando al Dictador.
El gobierno de Boric se explica en la descomposición de sus predecesores y en ese desmedido conjunto de partidos políticos cuyo principal objeto es la conquista del poder para medrar de los caudales públicos, como ha quedado demostrado con los sucesivos atentados contra la probidad que la población constata. En esas reiteradas malversaciones de caudales públicos y colusiones político empresariales en desmedro de los consumidores y la fe pública. Delitos que están cayendo en la impunidad de la misma forma que los atentados contra los DDHH de la dictadura. No en vano en el propio Poder legislativo existen más de 20 denominaciones que dificultan severamente los acuerdos, salvo aquellos que defienden los intereses corporativos de la “clase política” que, en cuanto a su comportamiento ético, no distingue actualmente entre derechas e izquierdas.
Efectivamente, a las impunidades conocidas habría que agregar las que favorecieron a todos aquellos civiles que formaron parte de los 17 años de la dictadura, habían alentado el derrumbe de nuestra institucionalidad y ahora, después de todo ello, buscan presumir de demócratas, acusando a las izquierdas de estar infectadas por los que califican gobiernos totalitarios del continente. Cuando ellos, con ocasión de la detención del dictador en Londres, organizaban caravanas solidarias a Europa y ahora poco a poco escriben y defienden en diversos foros el legado de Pinochet. Con un discurso que es lamentablemente consentido por aquellos que siempre quieren aparecer como ponderados.
El triunfo electoral de los sectores de izquierda se ofreció como la última esperanza para emprender el camino de la justicia social, acabar con enclaves tan poderosos e inescrupulosos como las isapres y las AFPs, lograr una reforma de las pensiones, del sistema tributario, entre otras propuestas.
Pero también quienes ahora están en La Moneda se concibieron como una generación que acabaría con las prácticas de corrupción, proclamando en la campaña electoral la superioridad de su escala de valores respecto de la de quienes habían gobernado durante la posdictadura. Y he aquí que en apenas a un año de gobierno han estallado severas renuncias de malversación y desvío de recursos fiscales a fundaciones vinculadas al principal partido del oficialismo. Dineros que, para peor, debían alanzar a los sectores más desvalidos del país. Esto es a quienes buscan acceder a una vivienda digna o a la niñez desamparada.
Toda una nueva vergüenza que prueba la insolvencia y falta de integridad de quienes nos gobiernan, por lo que de pronto la balanza política se ha inclinado hacia los sectores más reaccionarios del país y que, sin duda, representan al pinochetismo más duro. Dirigentes que logran seguir vigentes a causa de las malas prácticas de quienes debían habernos conducido a la democracia, acabar con las impunidades y edificar una estrategia económica en favor de un régimen de equidad social.
Perece un cínico propósito la pretensión de encontrar después de 50 años las causas que nos llevaron al quiebre de nuestra democracia. Sin alertarnos ahora de las poderosas razones que tienen en vilo nuestra institucionalidad. Tan feble como que ya apenas la mitad de los chilenos siguen confiando en la democracia.
*Uno de estos testimonios es el del ingeniero Robinson Guerrero que fuera detenido pocos días después del Golpe por un teniente que exhibía en su muñeca en reloj de Salvador Allende a quien dijo haberle dado muerte de un balazo en la cien. Situación que narró en entrevista de Radio Universidad de Chile.