Hace pocos días comenzó la Fiesta Mayor en Blanes, un hermoso pueblo en la Costa Brava catalana, a orillas del mar Mediterráneo. Como ya es tradición, todas las noches que dura la fiesta, por la noche se celebran fuegos artificiales.

Estos fuegos se lanzan desde un lugar en el mar, muy cercano a la playa, con lo que los alrededor de 2km de playa se llenan con miles de personas disfrutando del espectáculo, muchos del mismo pueblo pero también de pueblos cercanos, además de los habituales turistas de verano.

Entre esas miles de personas que se reúnen, seguramente encontraremos algunas de pensamiento progresista, y otras de pensamiento conservador. También habrá españolas, de otros lugares de Europa o de otros continentes. Habrá mujeres, hombres, jóvenes, viejos, heterosexuales, homosexuales, personas trans o no binarias, y un larguísimo etcétera con toda la variedad humana que se nos pueda ocurrir.

Lo extraordinario del asunto, es que nadie está allí para discutir acerca de sus diferencias. Todos están allí para disfrutar de un espectáculo que es básicamente emotivo. Disfrutar de una especie de bombas de color que explotan en el cielo, produciendo hermosos símbolos acompañados de un estruendo que sacude el plexo solar. Ante cada explosión se oyen los “¡aaah…!” y los “¡oooh…!”. Los niños disfrutan mucho, igual que sus madres y padres o cualquier otro individuo presente. Todas esas miles de personas están (estamos) en la playa, bastante juntas, con la vista puesta en el cielo y la emoción abierta a recibir el placer de unos fuegos que aúnan vistosidad, arte, tecnología, y que en cierto modo nos ayudan a conectar con algo superior.

En esa situación, yo me pregunto: ¿por qué no podemos vivir siempre así, disfrutando de aquello que nos emociona en común, aparcando nuestras diferencias, o dándoles perspectiva, comprendiendo que aunque veamos las cosas de distinto modo (como por otro lado es inevitable) hay algo que nos une por encima de todo, y es nuestro sentimiento frente a lo hermoso, nuestro sentimiento de comunión, de hermandad?

Si esta situación, cuasi mística, es posible, quiere decir que todo es posible, que no hay nada que no se pueda conseguir. Que en última instancia todos los seres humanos compartimos un destino, y que ese destino está más allá de lo inmediato y de lo individual.