El artículo 1° de la Constitución Política de la República establece que “las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. El artículo 4° de la propuesta constitucional de 2022 sostenía que “Las personas nacen y permanecen libres, interdependientes e iguales en dignidad y derechos”. Hoy, la Comisión de Expertos va más allá proponiendo que: “La dignidad humana es inviolable y la base del derecho y la justicia. Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Su respeto y garantía es el primer deber de la comunidad política y de su forma jurídica de organización”.
Todas frases dignas de admiración y elogio, pero lamentablemente lejos de la realidad de estos tiempos en que la discriminación se expresa a través del mal trato, la violencia, la competencia desenfrenada y la ley del más fuerte, que vulneran a diario la dignidad de las personas. No basta con repetir una frase como un mantra, hay que comprenderla y actuar en consecuencia.
La dignidad humana es inherente a la persona. La dignidad humana implica tratar y ser tratados bien, con respeto, igualdad y valoración, sin importar el género, religión, orientación sexual, origen étnico, discapacidad u otras características personales o de grupo al que pertenecen. Contrario al concepto de dignidad, están los prejuicios.
Niñas y niños nacen iguales en dignidad. ¡Una verdad incuestionable! Otra manera de decirlo es que los niños y niñas nacen libres de prejuicios.
A medida que se desarrollan, lamentablemente los procesos de socialización les transmiten prejuicios, es decir, de las interacciones con otras personas y de la influencia de la familia, amigos, medios de comunicación y la sociedad en general. Desde temprana edad, absorbemos mensajes y actitudes de nuestro entorno que pueden perpetuar estereotipos y prejuicios.
La socialización implica necesariamente relacionarse con personas diferentes a uno. Es imposible que todos seamos iguales. Las sociedades que más evolucionan y que son más creativas e innovadoras, son aquellas que son más diversas, mientras que las sociedades endogámicas, tienden al estancamiento y a la descomposición social. Desde otra perspectiva, las personas son más libres en sociedades más diversas, respecto de las que son más cerradas.
Exponerse a culturas, personas, sociedades diversas no es fácil. Porque constituyen una amenaza a las estructuras culturales, sociales, políticas, religiosas y morales. Obligan a cuestionarse y a salir de la zona de confort en que nos encontramos. Es más frecuente refugiarse en los prejuicios que abrirse a valorar la diversidad.
Muchas chilenas y chilenos se sienten hoy amenazados por las llamadas agendas identitarias; ven amenazadas sus formas de vida por aquellos movimientos tendientes a deconstruir prejuicios y que ponen en valor las características de esas personas y grupos, así como asegurar las condiciones del buen trato y el respeto de sus derechos.
Ese miedo está siendo motor de movilización para cuestionar el principio rector de todo sistema educacional, el cual es asegurar el cumplimiento de la normativa respecto al derecho a la educación, la inclusión y la igualdad de trato.
Seamos una sociedad valiente que valora las diferencias, no nos rindamos al miedo y a nuestros prejuicios.