Por Margarita Calderón

Tradicionalmente cada generación representa un sismo con la anterior en cuanto a valores estéticos y éticos. Esto es algo que sabemos bien y vivimos en carne propia cuando fuimos jóvenes y, en aras de la construcción de nuestra propia identidad, tuvimos que entrar en oposición a la generación de nuestros padres y abuelos.

Pero al pensar en el contexto de la situación actual, sea en los países de Occidente desde hace un par de décadas, o de Rusia con un poco de demora respecto a ellos, me pregunto si el desagrado hacia los cambios que se están llevando a cabo en el mundo y entre la población, son parte de mi paso a la adultez. Si es que ya no soy de la generación ‘joven’ y he empezado a volverme conservadora. Pero aquí hay un punto que cambia esta situación, y es que, la parte menor de mi generación, menores por solo un par de años, y hablamos de gente de cuarenta, no maduró nunca, y ahora explicaré por qué lo digo.

Supongo que siempre el ser humano ha tenido miedo a la vejez y a la muerte. Pero esta generación se ha negado totalmente a crecer y madurar, y, sin embargo, envejece en todos los sentidos: vemos aquí el terror a las arrugas, a las canas, a ‘verse’ mayor, a ser responsable de sí mismo y de otros, a vivir una vida ‘adulta’ que se considera espantosa. Mejor vivir como adolescentes, el hoy, hermosos y libres. Una generación educada bajo el slogan de “es más importante parecer que ser”, en la necesidad de superficialidad, en el no deseo de saber, porque saber y ver la realidad es doloroso y los modelos impuestos de belleza banal son menos costosos para el espíritu que pagar cremas, gimnasios o cirugías, que solo cuestan dinero.

Y a pesar de todo, sus mentes son viejas y escleróticas: reaccionan con histeria si se les contradice, no son capaces de llevar una discusión, son hiperreactivos a lo que no es como se lo plantearon en su imaginación de mundo perfecto y sufren. Sufren como los más enfermos ancianos. Sufren porque sus cuerpos nunca tuvieron la oportunidad de jugar y saltar en la calle como niños normales que necesitan desarrollar sus cualidades físicas y su integración en la sociedad al discutir, pelear, llegar a acuerdos con los otros, porque sus cerebros se fueron secando poco a poco al permanecer horas y horas frente a un computador, televisor o teléfono.

Amigos, no se ofendan si son jóvenes y no son así. Cuando hablo de generación, lo hago desde la generalidad, no la particularidad. Es obvio que hay muchos jóvenes (menores de 40) que son talentosos, hermosos en sí mismos y no por el botox o las cirugías que se hayan hecho, que por cierto, no es que hagan a nadie hermoso de verdad. La reflexión es acerca de que es el mundo de consumo que nos ha dejado estos valores (otra vez repito, éticos y estéticos) para manipularnos y formar lo que tenemos hoy: gente que sufre por no verse bien, por no ser eternamente joven, por tener que ser adultos y pensar que ser adulto es horrible, ir al trabajo, trabajar, pagar un arriendo o unas cuentas, tenerle que dedicar tiempo a otros se siente como un “sacrificio” tan inmenso que es un martirio, e intentando mantenerse joven, pero sin deseo de aprender y explorar el mundo real, sumergida en lo virtual y banal. Gente cuyos intereses no pasan de ir al gimnasio y ver series de Netflix.

El sismo aquí es gigante: ésta es una generación que acusa con odio a las anteriores de haberlos criado y haberle dado los valores que tuvo. No mira con respeto sino con asco al pasado, sin entender que esa ruptura y ese asco es exactamente lo que quieren los amos contra los que supuestamente los jóvenes deben rebelarse.

Si se piensa bien, el odio por la adultez y el consecuente envejecimiento unido con el culto a la juventud y el infantilismo, no están separados del proyecto globalista. La lógica es simple, entre menos conexión haya con las raíces culturales, entre más desprecio haya por lo tradicional y lo “viejo” ya considerado “anacrónico”, con mayor facilidad se pueden reemplazar con ideas y valores “dinámicos” que representan la juventud. Otro proyecto más del capitalismo destinado al extermino del ser humano como tal.