Hace unos días, el consejero republicano Luis Silva confesó tener “un dejo de admiración por Pinochet, porque fue un estadista". Más allá del shock que ha generado, vale preguntarse ¿qué es ser un estadista? En lo literal es un apelativo aplicable a cualquiera que ejerza o haya ejercido el poder en las más altas esferas del Estado. En cuyo caso no sólo él, sino cualquiera que hubiera gobernado un Estado, calificaría como tal.
Pero indudablemente ese no es el uso normal que le damos al término. Más bien lo reservamos para aquellas personas que, habiendo gobernado o no, reúnen cualidades personales de conocimiento, estatura moral, y visión estratégica tales que son capaces de comprender lo complejo, analizar escenarios globales y de actuar consecuentemente sin miramientos partidistas o sectarios, en beneficio del bien común y el desarrollo de la sociedad en su diversidad más genuina, incluso poniendo en paréntesis su propia orientación ideológica particular.
Dicho eso ¿de verdad Pinochet calificaría como un estadista? Mi reflexión natural es concluir que no lo fue jamás. No tanto por el hecho de haber sido un dictador, mal que mal la historia mundial ha estado plagada de gobernantes que han accedido al poder de manera violenta y eso no les ha impedido por completo el gobernar con la altura de miras de un verdadero estadista. Mi cuestionamiento apunta más bien a sus cualidades personales y a su escasa idoneidad para elevarse a dicho rango.
Sería muy fácil y hasta obvio descalificarlo adoptando una postura ideológica más cercana a la izquierda. Después de todo, la profunda inmoralidad de su imagen percibida por este sector, a priori lo descarta para considerarlo estadista, sin necesidad de entrar en mayor análisis. Por lo tanto intentaré enjuiciarlo desde una óptica más bien cercana a la derecha, aquel sector que suele defenderlo desde sus supuesto “logros” y aportes para el país.
¿Qué es lo que suelen argumentar quienes ensalzan la imagen de Pinochet? Normalmente se focalizan en dos temas fundamentales: “con el golpe del 73 nos salvó del comunismo” y “nos heredó un modelo económico exitoso que luego nos copió el resto del mundo, el neoliberalismo” (el cual, dicho sea de paso, sólo generó éxitos reales en Chile en el período post dictadura). Pero ocurre que ninguno de esos dos puntos es cierto.
El golpe no lo articuló Pinochet. Fue producto de una conspiración entre altos dirigentes de las fuerzas armadas, coordinada fundamentalmente por la marina. Pinochet apenas se subió al golpe en las últimas horas, cuando los dados ya estaban echados y resultaba mucho más conveniente sumarse que oponerse a él. Fue básicamente un traidor oportunista, que vio la posibilidad de acceder a un poder que se le presentó en bandeja de plata. El único golpe que en verdad dio se lo hizo a la propia Junta de Gobierno, la que originalmente había planteado una rotación del poder entre los 4 comandantes en jefes que la conformaban, principio que fue pisoteado por Pinochet instalándose como dictador unipersonal y relegando a la Junta a una mera función legislativa de apoyo.
Tampoco fue el articulador del modelo económico neoliberal, del cuál receló siempre. Dicho modelo fue desarrollado por civiles ligados ideológicamente a la Escuela de Economía de Chicago (los famosos “Chicago Boys”) amparados por la Marina. Pinochet no tuvo nada que ver en ello, es más, fue ciertamente un opositor y desconfiaba de la idoneidad de dicha propuesta. Valga como ejemplo lo ocurrido con el cambio en el sistema de pensiones, cuyo artífice José Piñera tuvo que sufrir y sudar sangre para lograr venderlo a la Junta de Gobierno. Y cuando ya aparentemente estaba todo zanjado, las FFAA en el último minuto decidieron quedarse fuera del nuevo sistema.
¿Qué fue entonces lo propiamente pinochetista? Consecuentemente con su “altura moral” el primer gesto propiamente pinochetista fue la creación de una estructura de represión para eliminar sistemáticamente la disidencia política: la DINA (que luego derivaría en la CNI). La fantasía del mundo político civil de que llegaran las fuerzas armadas al poder sacando a la UP, ordenaran el país y lo devolvieran a las fuerzas civiles, si es que alguna vez de verdad estuvo en el ánimo de los golpistas, desapareció de un plumazo con la instauración de este aparato represivo. Y dicha actitud se extendió por casi 17 años. Y de no mediar la valiente lucha de las fuerzas vivas de nuestra sociedad, que se atrevieron a manifestarse en las calles y a decirle NO, se hubiese podido extender incluso por muchos años más.
¿Qué nos heredó Pinochet? Un país dividido; miles de detenidos desaparecidos; una economía mediocre; una pobreza brutal; una cultura de desconfianza extendida; la autocensura temerosa y cotidiana; el autoritarismo como práctica institucionalizada; los enclaves políticos que impedían hacer cambios reales; la captura del sistema por el veto de una minoría; entre tantas otras cosas que en vez de permitirnos avanzar en una sana convivencia nos mantiene, ad portas de cumplirse ya medio siglo de su violenta llegada al poder. aún entrampados en las divisiones, la desconfianza y la odiosidad.
No señor Silva, Pinochet no fue nunca un estadista, se trató simplemente de un oportunista inmoral ávido de poder, una figura deleznable que destruyó nuestra institucionalidad e hizo añicos el alma de nuestra sociedad.