Todos somos migrantes, ya se sabe. Los indígenas de América vinieron de Oriente por el estrecho de Bering que era entonces una franja de tierra. Otros llegaron por la mar, pero el hecho es que todos provenían de lugares lejanos. Los europeos colonizaron América y llamaban Nuevo Mundo a un continente y a sus habitantes que existían desde siempre. Los españoles hablan de “moros”, que son los árabes, pero ellos están absolutamente mezclados con los moros. Los árabes ocuparon España durante siete siglos, cómo no se iba a producir esa amalgama humana.
Que no existen las razas puras ya no es sólo un asunto teórico, pues se ha comprobado por los exámenes de ADN que ahora cualquiera se puede hacer, que nuestra sangre trae di’un cuantuhay.
Tengo una amiga que es una rubia absoluta, despampanante, que se hizo el examen y le salieron ancestros negros, indios, chinos, en fin, de todas las razas imaginables.
Y eso es bueno, porque la endogamia es muy peligrosa y negativa, ya que pueden salir los hijos con taras. García Márquez dice en Cien Años de Soledad, que nacen los hijos con cola de chancho.
En fin, que la endogamia es inconveniente tanto en la ciencia como en la literatura.
Entonces, se pregunta uno ¿por qué tanto rechazo a los migrantes? Porque ahora se les repudia en todas partes, no sólo en Chile. A Europa tratan de llegar muchos desde África, cruzando el Mediterráneo. Y no los dejan desembarcar, por lo cual todos los días mueren varios niños ahogados en ese mar que fue la cuna de la civilización y también de la fraternidad humana.
En los últimos tiempos se ha desarrollado una crueldad que espanta. En épocas remotas no era así, porque los seres humanos no podían subsistir si no era en comunidad. Incluso la mayoría de los animales viven en manadas, y los insectos como las abejas, las hormigas y otros, forman colectividades y se ayudan entre sí.
En México el gobierno de Andrés Manuel López Obrador trata de proteger a los migrantes, identificarlos, ayudarlos, darles trabajo mientras transitan por México hacia Estados Unidos. Pero allá los discriminan, no los aceptan, separan a los niños de sus padres, los maltratan y a cada rato muere allí un migrante, niño o adulto.
La hermandad y la solidaridad humanas van naufragando en medio de un océano de egoísmo, de maldad o de indiferencia pavorosas. Sobre todo eso es chocante en Chile, en que muchos tuvimos que emigrar a causa de la dictadura y tenemos deudas de gratitud con casi todos los países del mundo, que nos acogieron con los brazos abiertos.
Según sostiene la filósofa española Adela Cortina, hay un motivo bastante claro para la resistencia a los migrantes: no son rechazados por ser migrantes, sino por ser pobres.
No todos los extranjeros son iguales. Los que vienen con dinero, si son jeques árabes, negros conocidos como cantantes o rockeros, o bien deportistas que ganan millones son muy bien recibidos. También todo el mundo se alegra cuando llegan muchos turistas. A éstos no se les discrimina, vengan de donde vengan y sean del color que sean, se les pone alfombra roja.
Lo que molesta son los inmigrantes pobres, los que buscan un trabajo mejor que en su país, aunque está probado que no les quitan el trabajo a los nacionales. Por ejemplo en Francia, los que limpian el suelo en el Metro son negros o árabes, los franceses no quieren esos trabajos. En Estados Unidos los mexicanos son indispensables en tiempos de cosecha, porque la fuerza de trabajo nacional no es suficiente, ya sea porque quiere mejores remuneraciones, no le gusta esa labor temporal o sencillamente no alcanza.
En Chile, los venezolanos de clase media, o con una capacitación laboral mínima, son bien aceptados. Y ellos pagan esa buena acogida, insultando a nuestros mártires, como todos sabemos.
Yo pienso que los pobres se vuelven invisibles. No se les quiere ver porque avergüenzan a todos. Que haya niños hambrientos, sin servicios de salud ni de educación, es algo que causa repudio porque provoca un sentimiento de culpa. Por eso molestan los pobres, sean inmigrantes o ciudadanos del país. El señor que pasa rápido en su auto, no ve a la viejita sentada en la esquina pidiendo limosna. Ve un dedo acusador que lo está señalando y quizás amenazando.
Es muy posible que los poderosos de este mundo no sientan vergüenza o culpa ante los pobres, sino miedo. La pobreza ajena los asusta. Ellos saben que la desigualdad creciente es peligrosa, pues antes la gente no la percibía tan claramente. Pero ahora todo el mundo tiene televisión y puede ver las mansiones, las joyas, la ropa de marca, los autos último modelo que usan los ricos. Por lo tanto existe el riesgo de que de pronto ese pueblo desamparado se levante y “que la tortilla se vuelva”. Porque llega un momento en que la gente ya no soporta ver a sus hijos desnutridos y decide que es mejor morir de un balazo en una batalla abierta, que de hambre o de sed en el desierto de Arizona, en medio del Mediterráneo, o de saqueos, humillaciones y crímenes encubiertos en la Araucanía.
No hay ejércitos, tanques ni bombas que puedan vencer a un pueblo decidido a jugarse la vida, porque sabe que de todos modos está condenado a morir de miseria y de tristeza.