Esta frase del filósofo y poeta conservador Jorge Luis Borges parece haber sido la guía de las decisiones tomadas por el peronismo alrededor de una lista de unidad. Lista que llevará, estrenando la nueva nomenclatura del frente oficialista, redenominado Unión por la Patria, a Sergio Massa como precandidato presidencial, acompañado en la fórmula por Agustín “el Chivo” Rossi.
En una sorpresiva movida de último momento y bajo la presión de los gobernadores de provincias, los sindicatos nucleados en la Confederación General del Trabajo – el ala más burocrática, pero también más poderosa económica- y numéricamente del movimiento obrero –, y las mediciones de posible apoyo, los precandidatos Wado de Pedro, hijo de desaparecidos e impulsado por el kirchnerismo y Daniel Scioli, hoy embajador en Brasil sumado al ala “albertista”, declinaron sus candidaturas.
Jujuy, oposición e inflación
Un 29 de Julio de 1812, el general Manuel Belgrano dio a conocer un bando ordenando el inicio del “Éxodo jujeño”, una retirada militar y civil generalizada dispuesta en Buenos Aires por el entonces gobierno central de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los habitantes de Jujuy abandonaron sus hogares y arrasaron con todo lo que dejaban atrás, a fin de que las fuerzas realistas, que avanzaban en gran número desde el Alto Perú, amenazando la incipiente y aun no declarada independencia de la corona española, no pudiesen aprovechar ninguno de sus bienes y quedaran sin aprovisionamiento.
En aquella comunicación, Belgrano señalaba la inminente amenaza y aludía al cipayismo de los sectores acomodados que querían la continuidad del régimen colonial: “y lo peor es que son llamados por los desnaturalizados que viven entre vosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud.”
Doscientos once años después, esa provincia del norte argentino es gobernada por Gerardo Morales, proveniente del derechizado partido radical hoy aliado a Juntos por el Cambio, armado electoral que llevó a Macri al gobierno en 2015. Morales lleva adelante un régimen sátrapa, cooptando las distintas funciones del estado provincial, encarcelando ilegítimamente a la dirigente popular Milagro Sala, y desatando una brutal represión contra los pueblos indígenas, los docentes y los movimientos opuestos a una reforma de la constitución que apunta a impedir toda protesta y acallar toda disidencia.
En analogía al cuadro descrito por Belgrano, el espíritu neocolonial pretende con ello “liberar” el terreno a la invasión de las multinacionales del Norte, interesadas en la explotación del litio, el nuevo “oro blanco” de la reconversión verde del capitalismo, impidiendo los proyectos nacionales y de integración regional en curso para el aprovechamiento y la industrialización del valioso mineral.
Pero a diferencia de entonces, las valerosas comunidades indígenas no abandonan las carreteras, pese al inclemente frío reinante, la despiadada violencia desplegada por las fuerzas del gobierno provincial y la inacción relativa del gobierno nacional, que aduce no contar formalmente con instrumentos legales para una intervención federal.
El mismo Morales ha sido ratificado como compañero de fórmula del hoy intendente (virrey?) de la Ciudad de Buenos Aires Horacio Rodríguez Larreta, uno de los principales candidatos de la alianza neoliberal y, al menos por ahora, en pugna con el padrino Macri por los futuros negocios que se desprendan de la administración estatal.
La elección del gobernador jujeño como precandidato a vicepresidente es una clara señal de la orientación represiva de un posible futuro gobierno de esta fuerza. Señal que además pretende golpear en la interna de esa alianza a la otra precandidata Patricia Bullrich, quien se destaca por sus declaraciones virulentas sobre seguridad interna. Perfil que, a su vez, busca colectar los posibles votos de descontento que hoy podría recoger el irracionalismo de la extrema derecha encarnada por Javier Milei, inflado por los medios monopólicos y con un débil armado territorial que condiciona severamente su caudal electoral.
Sin embargo, el principal opositor del gobierno actual es el galopante aumento de precios de la canasta básica, mayor al cien por ciento anual, situación que ha sumido a más de la mitad de la población argentina en la pobreza. Precisamente Massa, flamante candidato oficialista, había sido colocado en posición de “superministro” para mitigar la catástrofe inflacionaria y a la vez, intentar, gracias a sus contactos en los Estados Unidos, una renegociación de los términos de la deuda externa monstruosa y asfixiante contraída por Macri. Objetivos que, de momento, no fueron logrados.
Pragmatismo y derechización
Con la designación entre bambalinas de Massa como figura presidencial de Unión por la Patria la cancha electoral se ha volcado a la derecha, dejando a los sectores más progresistas del Frente de Todos sin otra opción que apoyar ese corrimiento so pena de ser derrotados en las urnas por la alianza rival.
Tal como sucede desde hace tiempo en otros países de América Latina, Argentina es hoy un país azotado por la precarización y la falta de puestos de trabajo regulares, una suerte de reforma laboral de facto operada por el gran capital especulador y rentista. En ese contexto, el Estado es un codiciado botín que permite a los ganadores de la contienda política albergar a miles de seguidores y militantes en posiciones de administración del gobierno, garantizándoles sustento y derechos adquiridos. Por otra parte, en una mezcla de pragmatismo e ideología en la que toma preeminencia el primer término, la coyuntura exige truncar la posibilidad que la facción reaccionaria de Juntos por el Cambio acceda al manejo de las riendas del Estado mediante un triunfo electoral.
¿Federalismo o feudalismo provincial?
El peso específico de los gobiernos provinciales se vuelve decisivo en este panorama político argentino. Salvo en contados casos, la mayoría de las administraciones provinciales logró revalidar este año su condición a través de la reelección del gobernador o la victoria de delfines políticos del mismo signo. Este hecho, que en otras condiciones podría ser celebrado como un avance del federalismo y la redistribución de un poder nacional centralista concentrado en Buenos Aires hacia las regiones –cuestión irresuelta en la historia argentina – revela en un análisis menos ingenuo el poder de los Estados provinciales por ser los mayores empleadores, proveedores de servicios y administradores en la transferencia de recursos de emergencia a la población carenciada.
Asimismo, la mayoría de las provincias mantienen relaciones de dependencia con los principales clanes económicos, lo que entrelaza íntimamente los intereses de aquellos con la institucionalidad. Colocando en los principales estamentos gubernativos a sus representantes y, no pocas veces haciendo uso de un nepotismo descarado, las provincias conservan un tinte feudal indisimulable.
El frente internacional
El actual gobierno de Alberto Fernández ha sido parte importante en la recomposición de los proyectos de integración regional, formando parte junto con el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador del tándem que reactivó la CELAC, principal contrapeso soberano frente a la OEA, órgano de dominación comandado por los Estados Unidos.
Ahora, en la culminación de ambos mandatos, el Brasil toma la posta, convirtiéndose, por peso específico y por el decidido accionar del gobierno de Lula, en la locomotora de la soberanía y la integración regional y más allá, en un férreo impulsor del multilateralismo y la redefinición de las relaciones internacionales en favor del Sur global.
En Argentina, de retornar un gobierno neoliberal, habría un fuerte retroceso que socavaría los incipientes nuevos vientos de colaboración y apertura a la diversidad puestos de manifiesto por la mayoría en la última Cumbre de presidentes sudamericanos en Brasilia.
Sin embargo, una victoria electoral del frente “nacional y popular” con un fortalecimiento en primarias de la candidatura presidencial de Sergio Massa, no garantiza lo contrario. Ubicado éste en las cercanías de la zona de influencia de la embajada estadounidense, nada impide pensar que Argentina volvería más tenue su compromiso integrador y podría volver a apoyar, presionado por la banca, el Comando Sur y el gobierno de los Estados Unidos, medidas de exclusión y coerción contra los gobiernos de izquierda.
Por otro lado, la solicitud de ingreso a los BRICS, preaprobada por los distintos socios y la dependencia de China para aliviar la crítica situación financiera y la necesidad de inversión extranjera, hacen prácticamente imposible un alineamiento frontal y “carnal” con la potencia norteamericana, ávida de barrer a la asiática de América Latina y el Caribe, a la que continúa considerando su zona de exclusiva influencia.
El pueblo
Azotado por una dramática situación de heroica supervivencia cotidiana, el pueblo argentino no tiene como principal preocupación a los vaivenes de las candidaturas políticas.
Alejada en la práctica de todo protagonismo en las decisiones, la población ve con escepticismo y malestar la ineficacia de los sucesivos gobiernos para modificar sus condiciones de vida.
En consonancia con el sentir de la mayoría de los pueblos del mundo, las y los argentines se ven atrapados en una paradoja crucial. Si bien defienden los logros alcanzados en cuatro décadas desde el final de las fatales dictaduras y pese a que la fragua de una larga cultura política continúa encendiendo la disputa en esta nación de pasiones viscerales, la confianza en los eslóganes de campaña y las figuras políticas, ha descendido a mínimos insustanciales.
La paradoja reside en el hecho de que el poder real financiero y mediático, que hoy mantiene cooptado al sector judicial para perseguir y vetar a quien ose rebelarse, ha hecho de la “antipolítica” su lema principal, al mejor estilo del neoliberalismo de los años 90. Se insta con ello al pueblo, cada vez más lejano de los entramados políticos a distanciarse aún más, dejando el manejo de los asuntos públicos a una minoría fácilmente corruptible por el mismo poder o directamente, a títeres a sueldo del capital.
Cobra de este modo máxima relevancia el reclamo por la utopía que exige una nueva configuración de la organización social, favoreciendo una democracia real, con redistribución y descentralización efectiva del poder hacia la base social.