Por: Antonio Elizalde
Recuperar la confianza en la política y los políticos es fundamental para fortalecer la democracia y sus instituciones. Hay personeros públicos que permanentemente denostan con sus actuaciones la actividad política, confundiendo los espacios republicanos con un circo, un escenario o un set televisivo
Recuerdo que años atrás, durante el sombrío periodo que vivió nuestra patria. El (dictador) innombrable apareció en cadena oficial en todos los medios, a principios de 1982, afirmando que por ningún motivo el valor del dólar norteamericano se revaluaría frente a nuestra moneda. Pese a ello, a los pocos días el peso se devaluó y el valor del dólar, que había estado fijo a 39 pesos durante varios años, se disparó a 50,91 pesos.
Supe de primera fuente que esto llevó a la quiebra a muchas empresas que se habían endeudado en dólares. Y también supe de empresarios que debido a esto se suicidaron, debido a que la devaluación del peso los llevó a no poder cumplir con el pago de una deuda. En esa época muchos negocios se hacían de palabra y un cheque protestado era algo de lo cual las personas decentes se avergonzaban.
Pienso que es posible situar en ese momento (lo considero el punto de quiebre) el inicio del desprestigio y descrédito de la palabra de quienes detentan autoridad entre la ciudadanía, así como del proceso creciente de degradación de nuestra moral pública.
Creo necesario sumar a ello el persistente (durante 17 años) discurso «antipolítico» de la dictadura militar y la condición de apolíticos que se autoconferían quienes la apoyaron, aunque ejercieran como políticos (puesto que pensaban y piensan, hablan y actúan como tales). Hemos llegado así a la insólita situación actual, en la cual muchos políticos presumen de su condición de apolíticos para hacer política. Pues así se ubican en una posición más allá del bien y del mal expresada en los otros (los políticos) y en la cual su apoliticidad, los sitúa por sobre los mezquinos intereses de quienes militan en partidos políticos.
Me parece por lo tanto necesario recordar que es la coherencia y el valor de la palabra empeñada lo que confiere a una sociedad su capital ético. No deja de ser sintomático que dos autores situados en extremos de la reflexión intelectual sobre temas políticos, como Francis Fukuyama y Niklas Luhmann hayan publicado hace casi dos décadas cada cual un libro titulado Confianza. En ambos trabajos sus autores coinciden en señalar que la base fundamental de toda sociedad es la confianza existente entre las personas que la constituyen, incluso van más allá pues sostienen que lo que diferencia una sociedad de otra en términos de niveles de desarrollo, son los grados de confianza existentes en las relaciones sociales.
El quehacer político, a diferencia del ejercicio de la fuerza en las relaciones humanas, se sustenta en elementos constitutivos tales como: el respeto por el otro, que es diferente a mí pero con quien comparto la misma dignidad como ser humano; el valor de la verdad (esto es la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace); el valor de la palabra empeñada (esto es la consistencia en cumplir con lo prometido o acordado); el valor de los juicios o afirmaciones que se hacen públicos (esto es el compromiso de demostrar si fuese necesario la validez y seriedad de lo afirmado).
La confianza es algo que se va construyendo progresivamente, día a día, en cada relación que se lleva a cabo entre las personas, entre quienes representan las instituciones existentes en una sociedad y entre quienes depositan en ellas su fe y su credulidad. Para que ello ocurra debe existir certidumbre entre los diversos actores involucrados respecto a la buena fe con la cual cada uno actúa. De allí la importancia de la coherencia, de la verdad y de la seriedad como elementos constitutivos de ella.
Destruir la confianza es muy fácil. La confianza requiere del tiempo largo, de un historial acumulado de actuaciones y por eso recuperarla es muy difícil. Basta un exabrupto, una declaración desmedida, una actuación incoherente para que ella se quiebre, se rompa y se evapore tal como la inevitable levedad del ser, como diría Milan Kundera.
Recuperar en nuestra sociedad la confianza en la política y los políticos es fundamental para fortalecer la democracia y sus instituciones. Hay personeros públicos que permanentemente denostan con sus actuaciones la actividad política, confundiendo los espacios republicanos con un circo, un escenario o un set televisivo.
Es fundamental promover la reflexión y el análisis crítico sobre el quehacer político en la ciudadanía. Incluso aún más: fomentar la inserción, la participación ciudadana y el compromiso, pero no devaluando la política con actuaciones impropias sino, por el contrario, destacando el enorme valor que la política tiene para mejorar la vida colectiva y la búsqueda de la felicidad a la cual todos aspiramos.
Sociólogo. Ex rector de la Universidad Bolivariana.