Por: José María Miranda Pérez, Pablo Pautasso Y Francisco Pazzarelli
Tres antropólogos cordobeses, integrantes del colectivo Laboratorio de Antropología Especulativa, con sede en el Instituto de Antropología de Córdoba y Museo de Antropologías de Córdoba, de la Universidad Nacional de Córdoba, escriben esta crónica. Desde el intercambio con las comunidades de la quebrada, la puna y salinas de Jujuy, donde desarrollaron sus trabajos etnográficos, y la preocupación ante lo que están viviendo esas comunidades con el proyecto político y extractivo.
1. “Cuenten, cuenten”, es lo que repetían en el mensaje de audio. Apenas nos enteramos de lo que estaba pasando, nos comunicamos con nuestros afectos, con nuestras amigas y amigos, con quienes pasamos meses conviviendo en sus casas, para entender la situación, para saber si estaban bien, para conocer si podíamos ayudar de alguna forma. Las informaciones llegaban parciales, a medias: noticias de cortes de rutas en diferentes partes de la provincia de Jujuy, en contra de la Reforma Constitucional con la que Gerardo Morales pretende, entre otras cosas, institucionalizar aún más el saqueo y la expropiación histórica de recursos en territorios indígenas. Hoy el protagonista es el litio. El Gobierno atacó los bloqueos con un nivel de represión nunca visto, los heridos se cuentan por decenas. Hablamos con una de nuestras amigas, de las tantas mujeres indígenas que resisten en el cruce de Purmamarca, que nos comparte un audio: “Estamos en la lucha para seguir resistiendo”. ¿Dijo resistir?
Cada uno por su lado retrocede el mensaje para volver a escucharlo y nos damos cuenta de que no dijo lo que pensábamos; el audio dice: “Estamos en la lucha para seguir existiendo”. Existir. ¿Por qué no lo entendimos la primera vez? De seguir existiendo se trata la cosa. Siempre lo supimos, no es difícil imaginarlo, pero nos da un sacudón escuchar esas palabras de la boca de una mujer indígena de Salinas Grandes, en estos precisos momentos. Siguen los mensajes, las fotos, las llamadas y los audios en voz baja para no ser escuchados, los videos de la represión policial, el humo de los gases. De a poco, construimos una crónica de lo que está pasando con los cuerpos en la ruta. ¿Qué se necesita? Agua, abrigos porque está frío, atención médica, comida para sostener los bloqueos durante la noche. Leña. Hace falta coca, también, por supuesto. Dinero, el que se pueda aportar. Empiezan a circular solicitadas por WhatsApp, cartas para sumar firmas, stories y reels de Instagram, algunos medios se hacen presentes y podemos empezar a seguir los sucesos transformados en noticias por la televisión, la radio, los portales. El feriado se calienta.
2. Nos llega otro audio, una amiga pastora de la quebrada nos cuenta que el chico que perdió el ojo es su vecino y nos confirma uno de los fondos del problema: “Hay que pedir permiso a la pacha y a las comunidades”. Nos vuelve a resonar el “cuenten, cuenten”, como un ritornelo que nos obliga a pensar, incluso cuando solo queremos ayudar. ¿Por qué este llamado se nos impone ahora? Quizás porque somos antropólogos y desde hace años acompañamos a diferentes comunidades de la quebrada y la puna de Jujuy, lo que incluye al extenso, y actualmente disputadísimo, territorio de Salinas Grandes. Hacemos eso que se llama etnografía y gracias a la cual hemos convivido junto a las familias, algunas de las cuales hoy se encuentran en ese cruce; las acompañamos en sus actividades, las más felices y las no tan felices; nos conocemos mutuamente, creamos afectos. Aprendemos sobre el día a día y sobre las luchas. Y, sobre todo, intentamos aprender qué significa vivir y existir entre los cerros, la puna y el salar. No sabemos más que otros, no somos sus representantes. Pero confiamos en nuestras relaciones y en lo aprendido, podemos dar nuestra versión.
Ya sabemos sobre qué tenemos que hablar: sobre la vida y sus premisas. Es resistir, pero es, sobre todo, existir; hay que escuchar bien. Y de lo que se trata, como nos advertía otro mensaje, es de “pedir permiso” y del “respeto” que supone. No basta con un texto de denuncia que explique que hay mucho más, que diga que la cuestión es más compleja: hay que atreverse a decir que siempre se trató de otra cosa. Hay que ir hacia atrás y volver a reproducir el mensaje: se trata de existir. Sabemos que no podemos más que intentar una traducción de estas premisas en nuestras palabras; no estamos sintiendo el calor de los cuerpos en el bloqueo o en las asambleas, y no podemos reproducir la emoción de las pastoras cuando abrazan un animal o de los salineros cuando conversan con los ojos de agua (vertientes). Pero sabemos, porque fuimos bien enseñados, que Permiso y Respeto es todo menos un simple llamado a la diplomacia. No es una solución ni la perspectiva de algo común que nos redima al final del túnel. Estas premisas son la afirmación de un estar allí, un trazo límite, una advertencia y una línea de fuga: es la vida que se defiende.
3. “Pida permiso”. Cuántas veces escuchamos esta lección, esta máxima vital, de parte de las personas con las que hemos compartido tiempo en el campo. Criar los animales, sembrar la tierra, cuidar la familia, cortar la sal, manejar turistas, conducir asambleas; toda esta vida que conocimos implica la relación diaria con las diferentes fuerzas y seres que dan forma y habitan los espacios que se caminan, viven y trabajan. Cerros, campos, Pachamama, lagunas, ojos de agua, almas, salares, animales: fuerzas y seres que las ciencias sociales traducen como alteridades no humanas, y que son inmanentes a las propias expresiones materiales de la existencia, con personalidades sensibles y poderosas, que se enojan, ofenden y castigan; así como también son capaces de escuchar y ayudar a quienes saben dirigirse adecuadamente. Habrá quienes digan que es un mundo demasiado encantado; poco estratégico para la discusión política, dirán otros.
Pero lo que se enseña en el cerro, la puna y el salar, en cambio, es que la política no es eso que los políticos dicen que se juega en las protestas y los bloqueos. Y no basta con decir que hay mucho más, que la cuestión es más compleja: hay que atreverse a decir que siempre se trató de otra cosa. Pedir permiso es un acto vital que se aprende de pequeño, cuando se sale a jugar, cuando los niños deben precaverse de entrar con Respeto en algunos lugares. Los adultos alertan sobre el sentido de una correcta relación con aquello que no es propio, que no es sólo un lugar más, tampoco sólo nuestro lugar. Hacer una cruz, un rezo, una pausa es un gesto de Permiso y Respeto, enseñado de unos a otros. No hacerlo trae consecuencias, te puedes enfermar, lastimar o asustar, como efecto de no haber cuidado la relación con una otredad que también sale herida ante la falta de Respeto; los ojos de agua se sienten atacados, solitos, cuando no les hablas bien y enferman a quienes no tienen fe y no saben o no quieren dialogar. Esta premisa no se desafía, es la que asegura la autonomía de la existencia, el inicio de una cosmopolítica sobre la cual, luego, puede iniciarse una vida en comunidad. Los adultos, pastores y salineros ofrecen hojas de coca, cigarrillos y alcohol a las vertientes, a la Pacha, a la tierra, a los bancos de sal antes de trabajar, caminar o sentarse a discutir algún problema. Estos gestos condensan y despliegan el cuidado de los vínculos con un mundo poblado de fuerzas y seres, de los que se espera que compartan sus cualidades generativas.
4. Permiso y Respeto son el inicio de todo, incluso de los procesos de territorialización local, aquellos más fácilmente reconocibles como “políticos”. Según legislación y tratados nacionales e internacionales, las comunidades indígenas tienen derechos sobre las tierras que ocupan ancestralmente, lo que obliga a que se les “consulte” ante cualquier proceso que las involucre. Según las familias indígenas con las que trabajamos, estos derechos traducen el evidente resultado de los gestos de cuidado que despliegan desde hace generaciones; gestos que vuelven a sus espacios fértiles para la existencia y dependen de las maneras en que cada una de ellas ha aprendido a establecer, mantener, deshacer y recrear sus vínculos con el mundo. Algunos autores llaman a esto la crianza mutua de la vida. Desde el punto de vista del Permiso y del Respeto, esta crianza no puede ser separada de las tareas de resistencia contra los extractivismos.
En el caso de Salinas Grandes, esta indisociabilidad es la expresión cosmopolítica que habilita la movilización y está inevitablemente conectada, hacia atrás, con los reclamos que los grupos indígenas tuvieron que instaurar en el pasado y evoca, al mismo tiempo, la fuerza de las relaciones diarias que establecen con el mundo que habitan y defienden. Es decir, la movilización traduce ante nuestros ojos el devenir cosmológico que estos grupos han tejido a lo largo del tiempo con las distintas fuerzas y seres, humanos o no, que los co-constituyen. Por eso, las comunidades no solo exigen Permiso y Respeto, tal y como demandan los mecanismos jurídicos y legales, como lo hace el convenio 169 de la OIT; las comunidades exigen Permiso y Respeto de acuerdo a su propia definición de las cosas. No niegan la conversación, pero tampoco entran en conversaciones que los asumen, de antemano, como seres descartables. La conversación debe ser en sus territorios, frente a sus asambleas, de cara a la cantidad de seres humanos y no humanos que los rodean, y que también participan del debate, respetando el principio de autonomía.
5. Los Estados modernos se definen, sabemos, por ofrecer garantías que nos permiten existir, pero que, también lo sabemos, nunca son tales pues lo que caracteriza la agencia estatal es un estado de excepción permanente. La autonomía indígena, en cambio, no reproduce este doble vínculo perverso y no asume nada como dado en el mundo. Por eso, los gestos de cuidado son múltiples y constantes: un ritual de dar de comer a la Pacha en agosto, una señal de la cruz en un camino, un pensamiento a la hora de atravesar el río, atender a los enfermos y cuidar de los heridos, una palabra justa, un bloqueo, un sueño, una señalada de animales, una solicitada, cocinar rico, filmar un documental. Estos gestos deben ser renovados constantemente, cada año, todos los días, a cada momento; sin embargo, no desean romantizar nada, no aseguran nada. No podrían hacerlo. Asumir cualquier tipo de garantía sobre la relación que se establece con el mundo sería suponer la posibilidad de doblegar la potencia de las fuerzas y seres convocados, en un acto de colonización que es contrario a estas premisas vitales. Lo no dado es la única certeza de una vida posible, una vida que asuma la diferencia de los otros y rechace cualquier tipo de captura.
El gobierno, nos dicen nuestras amigas y amigos, “se cierra” porque no tolera una conversación sin garantías y, entonces, “arrasa y nos quiere desaparecer”. Permiso y Respeto hablan de una conexión abierta con la presencia y el deseo de todo aquello que no somos nosotros, pero que nos habita y sostiene, es advertir que nuestra voz es solo una en el inmenso cosmos de la vida. Esta es la política vital del cerro, de la puna, del salar. Es esto lo que está en juego. Quien diga lo contrario es porque se ha cerrado y no quiso escuchar.
6. Permiso y Respeto asumen como fundamental la necesidad de la autonomía, propia y ajena: es el gesto anti-colonizador por excelencia. Es precisamente esto lo que ha sido sistemáticamente violado durante los últimos cinco siglos, mediante diferentes medios y estructuras políticas, siempre ansiosas por gestionar a su modo y conveniencia las diferencias que han encontrado a su paso. La colonización no es patrimonio de la Europa del 1500, lo sabemos, es una fuerza siempre presente, que asume formas propias en nuestras democracias bajo los modos más variados del gobernar, que siempre implican la captura de lo otro para reducirlo, desvitalizarlo y, finalmente, integrarlo.
La historia lo demuestra, pero también sabemos que toda historización es insuficiente, que toda puesta en contexto es una posible trampa desde que no se comprometa con las premisas vitales del cerro, de la puna y del salar. De qué sirve una Historia demasiado humana, demasiado atada a las categorías del opresor, cuando lo que está en juego es otra cosa. El contexto es el cosmos. El peligro de la captura es parte de la propia experiencia de la vida, que ya incluye dentro de sí, como nos alertaba Clastres, el rechazo a la captura del Uno. Los diferentes gobiernos de turno no hacen sino volver a escenificar, una y otra vez, la premisa del aplanamiento de la diferencia, de cualquier cuerpo o fuerza que se oponga a sus principios. Esto es lo que caracteriza a los modos de vida hegemónicos de Occidente desde hace siglos y de los cuales nuestras academias hacen parte indispensable. Es necesario poder decirlo sin los grises que la crítica intelectual diseñó para desviar la mirada: nuestros modos de vida, aquellos que no “piden permiso” ni “respetan”, aquellos que expulsan a los no humanos de sus Historias y explicaciones, aquellos que ponen a la fe como límite de la militancia y el compromiso político, todos ellos tienen como condición vital el aplanamiento de la diferencia.
En cambio, como enseñan nuestros amigos pastores y salineros, todo encuentro y posibilidad de continuar la vida comienza con Permiso y con Respeto a la diferencia. Y esto nunca supone una garantía, pues es imposible saber de antemano si las otras voces del mundo responderán como queremos. Permiso y Respeto, así, simples como suenan, son esa declaración de autonomía vital, propia y ajena, que nunca fue digerida por Occidente y que, desde hace siglos, señala el límite del contacto, el punto en donde inició, continúa y continuará su guerra contra los mundos indígenas.
7. Existe una distancia, vital, entre el Permiso y el Respeto practicado por las comunidades y por el Estado. Si el impulso civilizatorio nunca ha dejado de existir, en estas circunstancias se explicita la violencia de las fronteras irreconciliables de lo que uno y otro pueden pensar y hacer. La gente de los cerros, de la puna y del salar no puede someter sus territorios al punto de vista del Estado, porque la distancia con respecto a sus modos de vida delata la verdadera trampa del bien común que se defiende.
Es en nombre de este bien común de las mayorías (del pueblo, de la nación, de la humanidad) que tanto las “buenas” democracias (las que se sientan a negociar, pero que jamás aceptan un no como respuesta) como las “malas” (las que asesinan, hasta que no sobre nadie capaz de enunciar un no) se encuentran. Y ese “común” siempre supone sacrificar algo, lo dijo ya Mario Vargas Llosa: “La modernización es solo posible con el sacrificio de las culturas indias”. ¿Qué tan lejos estamos de estas palabras? Pues, además de los grupos indígenas, ¿alguien se opone a la extracción del litio? ¿O acaso el acto inconstitucional de retirar la obligatoriedad de consulta previa no fue realizado en nombre del desarrollo del país? ¿O acaso no es ese mismo desarrollo el que, en su versión “mejorada”, bien gestionado y distribuido, alimenta las esperanzas progresistas de una verdadera soberanía de los recursos “nacionales”? Además de los grupos indígenas, ¿alguien se opone al extractivismo? Porque sería allí, sólo allí, donde nada ni nadie se necesite ser sacrificado, donde existiría una distancia vital real capaz de ser reclamada.
8. “Estamos aquí para existir”, nos decían en un mensaje; y tuvimos que reproducirlo más de una vez para entenderlo. Permiso y Respeto suponen rechazar la garantía del bien común y el principio de que algo, por más pequeño que sea, deba ser sacrificado para que un único modo de vida siga existiendo. En todo caso, si hay algo que debe ser sacrificado es el desarrollo, que ha fundado aquella forma de existir que, creyéndose separada de la red de la vida, pretende acabar con el resto de los mundos posibles. Son las comunidades las primeras en saber que la reforma constitucional sólo significa un nuevo intento de homicidio de las autonomías que han tejido durante 500 años, insertos en una malla vital desde la cual escuchan las voces que nosotros no podemos o no queremos escuchar: la voz de los cerros, del salar, de las almas que se niegan a sacrificarse en su nombre. Hay que retroceder el mensaje, volver a escuchar y empezar de nuevo: se trata de existir.
Imagen de portada Juan Cristian Castro para Enfant Terrible
Publicado originalmente en La Tinta