Estos tiempos que vivimos son muy especiales. Los antiguos hechos históricos, como el fin de la Grecia antigua o la caída de Roma no son nada en comparación con el cataclismo civilizatorio que estamos viviendo. Este tendrá que acabar con muchas de nuestras creencias, que ahora se presentan como verdades absolutas. Somos parte de una sociedad que con su enorme avance tecnológico y con una brusca caída en su desarrollo espiritual humano está llegando al punto máximo de desequilibrio, una cima de donde tenemos la opción de ver dos posibilidades: las nubes o el precipicio.
Pensando en esto, creí interesante compartir algunas experiencias personales que me han servido para mantener el ánimo en este momento, que parece ser de una deshumanización generalizada, caracterizado por su amplio menú de canibalescas recetas del pasado, tan bien disfrazadas de novedosas.
No tengo pruebas científicas de ello, pero creo que, a pesar de sus mil derrotas y errores, la humanidad sigue y seguirá resistiendo. Y sin tener los recursos materiales ni tecnológicos de nuestro enemigo, la única arma que tenemos a nuestra disposición es la infinita capacidad de aprender e imaginar, lo más humano e infalible, que no nos quita nadie.
El conflicto armado entre la OTAN y Rusia es la más visible, pero lamentablemente es solo una de las tantas expresiones de esta guerra total que se ha declarado contra el ser humano, que no puede ser entendida solo desde uno de sus campos de batalla. Debemos agregar allí la destrucción planetaria del medio ambiente, del tejido social, la educación, la cultura, las tradiciones y las bases de un trato respetuoso y racional entre nosotros. El abandono total de nuestro autodescubrimiento espiritual (que no es necesariamente religioso), de la búsqueda para saber quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos. La deshumanización es eso.
Agradezco a América Latina por los grandes aprendizajes que encontré allí y que son, no solo fuentes de inspiración, sino una especie de brújula en este aparente anochecer de los tiempos.
Uno de ellos fue mi participación en el Movimiento Humanista, surgido entre Argentina y Chile a finales de la década de 1960, fundado por el filósofo argentino Mario Luis Rodríguez Cobos, más conocido como ‘Silo’. Fue un movimiento internacional que formó varios grupos de estudio, organizaciones y hasta partidos políticos, que por los poderes de entonces fueron acusados de ser de todo; algo que ya no importa mucho.
Esta es la historia de una derrota, pero de esas grandes, que siempre valen la pena. Cuando somos jóvenes, tenemos la capacidad de absorber tanta esperanza, que independientemente de todas las desilusiones que nos esperen, no la agotamos tan fácil, y siempre nos queda algo para el resto del camino.
Llegamos a entender, por ejemplo, que no es posible un cambio social externo sin un cambio personal humano interno, al igual que resulta muy ingenuo pensar que podemos cambiarnos internamente, sin proyectarnos hacia afuera, en el actuar hacia el mundo social, de donde somos parte estructural e inseparable.
O sea, solo en una acción organizada con otros seres humanos, dirigida hacia un cambio social, podemos avanzar internamente. Pero esta acción ‘externa’ debe ser duradera y lúcida en este actuar colectivo, no podemos desconectarnos de nuestro mundo interior, siempre debemos tener una conciencia despierta, crítica, abierta, atenta, al igual que se trabajan nuestros músculos cuando hacemos ejercicios diarios para que no se nos atrofien. El Movimiento Humanista fue un intento de unir la experiencia de algunas escuelas espirituales orientales con la práctica social colectiva, para un cambio político anticapitalista. Por eso, el símbolo de los partidos humanistas que surgieron del Movimiento fueron las cintas Moebius, que representan la unión entre dos dimensiones (en este caso lo interno con lo externo), que se convierten en el signo de lo infinito.
Aparte de una aparente poca relevancia en la vida política del mundo, el Partido Humanista de Chile fue el primer partido de oposición a la dictadura de Augusto Pinochet legalizado en el país y fue el único que abandonó el Gobierno después de unos pocos años del retorno de la democracia, denunciando la traición al pueblo por parte de las élites políticas.
Es interesante recordar ahora un ejercicio que practicábamos y que en su momento me impresionó mucho. El del ‘guía interno’. El ‘guía interno’ es un hombre o una mujer ideal que vive en la conciencia e imaginación de cada uno de nosotros. Puede coincidir con un personaje real, literario o imaginario o incluso ser una representación de varias personas, a quien nos gustaría parecernos o, a quien acudimos buscando en nuestro interior un consejo antes de tomar una decisión difícil.
Estos ‘guías internos’ pueden ser muy distintos, pero siempre reúnen tres cualidades: la sabiduría, la bondad y la fuerza. La sabiduría no es la de un especialista, científico o político, no es la de un saber específico, sino que viene de lo más profundo, de lo humano, nace del conjunto de experiencias resultado de nuestra búsqueda existencial.
La bondad se relaciona con el amor al otro, porque solo quien ama puede, en tiempos como estos, de confusión, manipulación y relativismo, no juzgar ni castigar sino entender las raíces de los conflictos y afectuosamente orientar y ayudar a corregir, cuando la gente está mal, se pelea por cosas irrelevantes y los seres cercanos rompen relaciones por nada.
La bondad nos hace ponernos en el lugar del otro, ejercer la empatía. La fuerza es eso que sentimos con total convicción, cuando rechazamos lo injusto de un sistema basado en premisas y valores totalmente equivocados, sostenidos por la violencia y la discriminación como norma general, es eso que nos hace ver que el cambio a favor del ser humano es absolutamente posible y depende solo de las personas. La fuerza es su fe profunda y la fe que lo empeña a trabajar y a organizar las ideas.
El ejercicio de la configuración del ‘guía interno’ nos parecía una potente herramienta que tenemos en nuestras mentes, en donde reafirmamos lo que profundamente siempre sabemos. En las situaciones más complicadas, como las que experimentamos en este momento de total crisis, habrá grandes dudas y fuertes cuestionamientos, pero en el fondo de nuestro corazón siempre habrá una respuesta para saber qué es lo que mejor corresponde hacer. El ‘guía interno’ es solo un instrumento para sacar con más facilidad lo que siempre llevamos dentro.
¿Es solo un recuerdo nostálgico de los años juveniles, en que apenas salíamos al mundo y casi sin conocerlo, inspirados por nuestros primeros amores y los nuevos paisajes del camino, nos sentíamos absolutamente revolucionarios? Faltaban pocos centímetros entre las estrellas y nuestros dedos estirados, pues descubrimos que la revolución era otra cosa. No eran largas ni aburridas las reuniones en que repetíamos las palabras correctas y vacías de la doctrina petrificada por el ‘socialismo real’, sino un viaje al interior de nosotros mismos, y luego hacia los mundos lejanos y desconocidos, con sus exóticos y formidables habitantes, conversando con Marx y Gurdjíeff de poesía como nuestra única manera de verificar los caminos. Eran espacios humanos donde prevalecía lo racional. Podíamos no estar de acuerdo en nada, pero hablábamos el mismo idioma y nos entendíamos.
Siempre se afirma que «el desconocimiento de la ley no libera de la responsabilidad». Cada vez cuesta más explicarlo. Es difícil conocer algo sin saber leer y mucho menos sin saber entender. Ahora dicen «ay, yo no sabía que era ilegal… como todo el mundo lo hace…». La mecánica cotidiana de la sociedad consumista, promovida e impuesta como la única ley general y suprema. ¿Ahora cómo configuramos en este mundo a nuestro ‘guía interno’? ¿Desde dónde?
Las últimas décadas han sido una escuela para aprender todo tipo de oportunismos.
Ya hay generaciones, que, por la sistemática destrucción de la memoria y la cultura, quedaron sin ejemplos, ni referentes de lo ético (que no es lo mismo que lo moral)
La alianza actual entre el fascismo y el neoliberalismo ha sido posible solamente gracias a ese trabajo cognitivo que desvinculó al ser humano de su esencia libre, creadora e irreverente.
En la construcción de un mundo multipolar, donde habrá lugar para todas las culturas, lenguas, maneras de conectarse con lo sagrado, debemos seguir buscando experiencias que trasciendan lo banal y lo ordinario. Los miserables predicadores del ‘fin de la historia’ no conocen lo humano. Las crisis son necesarias para crecer y con esta tendremos una oportunidad real para salir de la prehistoria. Para eso debemos aprender mucho. Todavía no sé qué tan equivocados estábamos en nuestra búsqueda del humanismo en lo humano, pero creo que fueron los años más felices de mi vida.
Uno de los problemas por resolver, el del poder, lo trataremos en el siguiente texto.