Un 18 de Junio de 1992 sucedía un hecho de relevancia singular. En la Academia de Ciencias de Rusia, el pensador humanista Silo disertaba sobre «La crisis de la civilización y el Humanismo».
Inadvertido o habitualmente silenciado por la prensa hegemónica occidental, que por entonces solo vitoreaba «el fin de la Historia», el fundador de la corriente del Nuevo Humanismo, a invitación del Club de Intenciones Humanistas de Rusia, compartía su visión acerca de los acontecimientos que se desarrollaban, como lo señaló «en esta zona del planeta más que en cualquier otra, donde se está produciendo la aceleración más formidable de las condiciones del cambio histórico; aceleración confusa y dolorosa en la que se está gestando un nuevo momento de la civilización»
Probablemente ya, en plena victoria, aunque efímera, del bloque capitalista subordinado al interés corporativo sobre el centralismo socialista en su momento de decadencia, Silo avizoraría la posibilidad de una emergente mentalidad multipolar, un nuevo brote de autodeterminación y reconocimiento de la diversidad, que más allá de la violencia y la guerra todavía imperantes, traerá una convergencia entre las naciones que se impondrá a la brutal competencia, tal como se comienza a ver ahora en los vientos geopolíticos que soplan desde el Oriente.
Por entonces, Silo caracterizaba la crisis civilizatoria con conceptos que bien podrían aplicarse a la situación actual.
«Para caracterizar la crisis… , podemos atender a cuatro fenómenos que nos impactan directamente, a saber: 1. hay un cambio veloz en el mundo, motorizado por la revolución tecnológica, que está chocando con las estructuras establecidas y con los hábitos de vida de las sociedades y los individuos; 2. ese desfase entre la aceleración tecnológica y la lentitud de adaptación social al cambio está generando crisis progresivas en todos los campos y no hay por qué suponer que va a detenerse sino, inversamente, tenderá a incrementarse; 3. lo inesperado de los acontecimientos impide prever qué dirección tomarán los hechos, las personas que nos rodean y, en definitiva, nuestra propia vida. En realidad no es el cambio mismo lo que nos preocupa sino la imprevisión emergente de tal cambio; y 4. muchas de las cosas que pensábamos y creíamos ya no nos sirven, pero tampoco están a la vista soluciones que provengan de una sociedad, unas instituciones y unos individuos que padecen el mismo mal.
Por una parte necesitamos referencias, pero por otra las referencias tradicionales nos resultan
asfixiantes y obsoletas.»
Del mismo modo, visualizaba la actitud prevalente en los jóvenes, con una descripción que, una vez más, se ajusta a lo que continuamos viendo, con muy importantes implicancias para los acontecimientos sociales y políticos de la actualidad.
«Creo que es el momento de decir algo que resultará escandaloso a la sensibilidad antigua, a saber: a las nuevas generaciones no les interesa como tema central el modelo económico o social que discuten todos los días los formadores de opinión, sino que esperan que las instituciones y los líderes no sean una carga más que se agregue a este mundo complicado.
Por un lado esperan una nueva alternativa porque los modelos existentes les parecen agotados y, por otra parte, no están dispuestas a seguir planteamientos y liderazgos que no coincidan con su sensibilidad. Esto, para muchos, es considerado como una irresponsabilidad de los más jóvenes, pero yo no estoy hablando de responsabilidades sino de un tipo de sensibilidad que debe ser tenido seriamente en cuenta. Y éste no es un problema que se solucione con sondeos de opinión o con encuestas para saber de qué nueva manera se puede manipular a la sociedad; éste es un problema de apreciación global sobre el significado del ser humano concreto que hasta ahora ha sido convocado en teoría y traicionado en la práctica.»
En relación al incumplimiento de las promesas de liderazgos y sistemas y en clara señal sobre la posterior aparición de personajes oportunistas de proclama fácil y altisonante, Silo afirmaba: «La crisis de credibilidad es también peligrosa porque nos arroja indefensos en brazos de la demagogia y del carisma inmediatista de cualquier líder de ocasión que exalte sentimientos profundos. Pero esto, aunque yo lo repita muchas veces, es difícil de admitir porque cuenta con el impedimento puesto por nuestro paisaje de formación en el que todavía se confunde a los hechos con las palabras que mencionan a los hechos.»
Tras comentar la necesidad de revisar la mirada desde la que se analizan los acontecimientos, teñida por paisajes formados en otras épocas, Silo sintetizaba en pocas líneas los principales trazos de tendencias que continúan operando hasta el día de hoy:
«Nuestra situación actual de crisis no está referida a civilizaciones separadas como podía ocurrir en otros tiempos en los que esas unidades podían interactuar ignorando o regulando factores. En el proceso de mundialización creciente que estamos sufriendo debemos interpretar los hechos actuando en dinámica global y estructural. Sin embargo, vemos que todo se desestructura, que el Estado nacional está herido por los golpes que le propinan desde abajo los localismos y desde arriba la regionalización y la mundialización; que las personas, los códigos culturales, las lenguas y los bienes se mezclan en una fantástica torre de Babel; que las empresas centralizadas sufren la crisis de una flexibilización que no alcanzan a poner en práctica; que las generaciones se abisman entre sí, como si en un mismo momento y lugar existieran subculturas separadas en su pasado y en sus proyectos a futuro; que los miembros de la familia, que los compañeros de trabajo, que las organizaciones políticas, laborales y sociales experimentan la acción de fuerzas centrífugas desintegradoras; que las ideologías, tomadas por ese torbellino, no pueden dar respuesta ni pueden inspirar la acción coherente de los conjuntos humanos; que la antigua solidaridad desaparece en un tejido social cada vez más disuelto y que, por último, el individuo de hoy que cuenta con mayor número de personas en su paisaje cotidiano y con más medios de comunicación que nunca, se encuentra aislado e incomunicado.»
A lo que agregaba luego:
«Estamos avanzando hacia una civilización planetaria que se dará una nueva organización y una nueva escala de valores y es inevitable que lo haga partiendo del tema más importante de nuestro tiempo: saber si queremos vivir y en qué condiciones queremos hacerlo. Seguramente, los proyectos de círculos minoritarios codiciosos y provisionalmente poderosos no tendrán en cuenta este tema válido para todo ser humano pequeño, aislado e impotente y, en cambio, considerarán como decisivos a los factores
macrosociales. Sin embargo, al desconocer las necesidades del ser humano concreto y actual serán sorprendidos en unos casos por el desaliento social, en otros casos por el desborde violento y, en general, por la fuga cotidiana a través de todo tipo de droga, neurosis y suicidio. En definitiva, que tales proyectos deshumanizados se atascarán en el proceso de la puesta en práctica porque un veinte por ciento de la población mundial no estará en condiciones de sostener por mucho más tiempo la distancia progresiva que lo va separando de ese ochenta por ciento de seres humanos necesitados de condiciones mínimas de vida.
Como todos sabemos, ese síndrome no podrá desaparecer por el simple concurso de psicólogos, de fármacos, de deportes y de sugerencias de los formadores de opinión. Ni los poderosos medios de comunicación social, ni el gigantismo del espectáculo público servirán para convencernos que somos hormigas o simple número estadístico, pero sí lograrán, en cambio, que se acentúe la sensación de absurdo y de sin sentido de la vida.»
En un sentido esperanzador, Silo expresaba entonces ya su convencimiento sobre el hecho de que «en la crisis de civilización que estamos padeciendo existen numerosos factores positivos que deben ser aprovechados del mismo modo que aprovechamos la tecnología cuando se refiere a la salud, la educación y la mejora de las condiciones de vida, aunque la rechacemos si se aplica a la destrucción porque está desviada del objetivo que la hizo nacer.
Los acontecimientos están contribuyendo positivamente a que revisemos globalmente todo lo que hemos creído hasta hoy, que apreciemos la historia humana desde otra óptica, que lancemos nuestros proyectos hacia otra imagen de futuro, que nos miremos entre nosotros con una nueva piedad y tolerancia. Entonces, un nuevo Humanismo se abrirá paso por este laberinto de la Historia en el que el ser humano creyó anularse tantas veces.»
Silo concluyó aquella memorable alocución con frases que en la actualidad siguen retumbando:
«Quisiera terminar con una consideración muy personal. En estos días tuve la oportunidad de asistir a encuentros y seminarios con personalidades de la cultura, científicos y académicos. En más de un caso me pareció advertir un clima de pesimismo cuando intercambiábamos ideas sobre el futuro que nos tocaría vivir. En esas ocasiones no me sentí tentado a hacer exaltaciones ingenuas, ni a declarar mi fe por un futuro venturoso. Sin embargo, en este momento creo que debemos hacer el esfuerzo de sobreponernos a este desaliento, recordando otros momentos de grave crisis que vivió y superó la especie humana.
En este sentido quisiera evocar aquellas palabras, que comparto plenamente, y que vibran ya en los orígenes de la Tragedia griega: “…de todos los caminos, aparentemente cerrados, siempre el ser humano encontró la salida”.