Un 23 de Mayo de 1991, en ocasión del lanzamiento de una colección de su obra por la Editorial Planeta, Silo dió una conferencia en el Teatro Gran Palace de Santiago de Chile, explicando algunos de los rasgos de su obra literaria y su pensamiento.
A poco más de tres décadas de aquel evento, su pensamiento, inspirador de la acción de millones de activistas humanistas en todo el mundo, sigue sin ser suficientemente estudiado y difundido en el ámbito público.
Por ello, dada la profundidad que reviste dicha obra y la importancia que podría tener su concepción en el tiempo actual, rememoramos algunos pasajes vertidos en aquella exposición.
En relación a las características del primer volumen de la colección, Silo señaló:
«Humanizar la Tierra» es una obra de pensamiento, tratada en estilo de prosa poética, que versa sobre la vida humana en sus aspectos más generales. Utiliza el deslizamiento del punto de vista desde la interioridad personal hacia lo interpersonal y social, exhortando a superar el sin sentido de la vida; proponiendo actividad y militancia a favor de la humanización del mundo.
En cuanto al segundo libro, titulado Experiencias Guiadas, redactado en 1980, precisó: «Se trata de un conjunto de cuentos cortos escritos en primera persona, pero debemos aclarar que esa «primera persona» no es la del autor, como ocurre casi siempre, sino la del lector. Esto se logra haciendo que la ambientación en cada relato sirva de enmarque para que el lector llene la escena con él mismo y sus propios contenidos. Colaborando con el texto, aparecen asteriscos que marcan pausas y ayudan a introducir, mentalmente, las imágenes que convierten a un observador pasivo en actor y coautor de cada descripción. »
En relación a la tercer obra, Mitos Raíces Universales, escrita en 1990, Silo puntualizó que «no se tocan ya imágenes individuales como ocurre en las Experiencias Guiadas, sino que se cotejan y comentan las imágenes colectivas más antiguas que las distintas culturas han plasmado como mitos.»
Y más adelanté comentó: «Por ello, Mitos Raíces Universales nos acerca a la comprensión de los factores de cohesión y orientación de los grupos humanos más allá de que los mitos en cuestión posean una dimensión religiosa o simplemente actúen como fuertes creencias sociales desacralizadas.»
Finalmente, los ensayos «Sicología de la Imagen, escrito en 1988 y Discusiones Historiológicas, producido en 1989, forman un cuarto volumen titulado Contribuciones al Pensamiento. En él se exponen sucintamente los temas teóricos, para nosotros más importantes, acerca de la estructura de la vida humana y de la historicidad en la que esa estructura se desarrolla.», agregó el autor.
Silo prosiguió con la presentación de su pensamiento diciendo:
«Nuestra concepción no se inicia admitiendo generalidades, sino estudiando lo particular de la vida humana; lo particular de la existencia; lo particular del registro personal del pensar, el sentir y el actuar. Esta postura inicial la hace incompatible con todo sistema que arranque desde la idea, desde la materia, desde el inconsciente, desde la voluntad, etcétera. Porque cualquier verdad que se pretenda enunciar acerca del hombre, acerca de la sociedad, acerca de la historia, debe partir de preguntas en torno al sujeto que las hace; de otro modo hablando del hombre nos olvidamos de él y lo reemplazamos o postergamos como si lo quisiéramos dejar de lado porque sus profundidades nos inquietan, porque su debilidad cotidiana y su muerte nos arrojan en brazos del absurdo. En este sentido, tal vez las distintas teorías sobre el hombre, han cumplido con la función de adormideras, de apartamientos de la mirada del ser humano concreto que sufre, goza, crea y fracasa. Ese ser que nos rodea y que somos nosotros mismos, ese niño que desde su nacimiento tenderá a ser objetivado, ese anciano cuyas esperanzas de juventud han sido ya quebradas. Nada nos dice cualquier ideología que se presente como la realidad misma, o que pretenda no ser ideología, desplazando la verdad que la denuncia como una construcción humana más. El hecho de que el ser humano pueda o no encontrar a Dios, pueda o no avanzar en el conocimiento y dominio de la naturaleza, pueda o no lograr una organización social acorde a su dignidad, pone siempre un término de la ecuación en su propio registro. Y si admite o rechaza cualquier concepción, por lógica o extravagante que esta sea, siempre él mismo estará en juego, precisamente, admitiendo o rechazando.»
Algo más adelante, señalaría:
«El mundo se me presenta, no solamente como un conglomerado de objetos naturales sino como una articulación de otros seres humanos y de objetos y signos producidos o modificados por ellos. La intención que advierto en mí aparece como un elemento interpretativo fundamental del comportamiento de los otros y así como constituyo al mundo social por comprensión de intenciones, soy constituido por él.»
Y también: «De este modo, no estoy cerrado al mundo de lo natural y de los otros seres humanos sino que, precisamente, mi característica es la «apertura». Mi conciencia se ha configurado intersubjetivamente: usa códigos de razonamiento, modelos emotivos, esquemas de acción que registro como «míos» pero que también reconozco en otros. Y, desde luego, está mi cuerpo abierto al mundo en cuanto a este lo percibo y sobre él actúo. El mundo natural, a diferencia del humano, se me aparece sin intención. Desde luego, puedo imaginar que las piedras, las plantas y las estrellas poseen intención pero no veo cómo llegar a un efectivo diálogo con ellas. Aún los animales en los que a veces capto la chispa de la inteligencia, se me aparecen impenetrables y en lenta modificación desde adentro de su naturaleza. »
Llegando luego de algunos minutos de exposición a la siguiente definición dinámica sobre lo humano:
«Me es insuficiente la definición del hombre por su sociabilidad ya que esto no hace a la distinción con numerosas especies; tampoco su fuerza de trabajo es lo característico, cotejada con la de animales más poderosos; ni siquiera el lenguaje lo define en su esencia, porque sabemos de códigos y formas de comunicación entre diversos animales. En cambio, al encontrarse cada nuevo ser humano con un mundo modificado por otros y ser constituido por ese mundo intencionado, descubro su capacidad de acumulación e incorporación a lo temporal; descubro su dimensión histórico-social, no simplemente social. Vistas así las cosas, puedo intentar una definición diciendo: El hombre es el ser histórico, cuyo modo de acción social transforma a su propia naturaleza. Si admito lo anterior, habré de aceptar que ese ser puede transformar intencionalmente su constitución física. Y así está ocurriendo.»
Para a continuación, derribar el inmovilismo condenatorio inherente al concepto de «naturaleza humana»:
«Si con la idea de «naturaleza» se ha querido señalar lo permanente, tal idea es hoy inadecuada aún si se la quiere aplicar a lo más objetal del ser humano, es decir, a su cuerpo. Y en lo que hace a una «moral natural», a un «derecho natural» o a instituciones naturales encontramos, opuestamente, que en ese campo todo es histórico-social y nada allí existe por naturaleza.»
«Contigua a la concepción de la naturaleza humana, ha estado operando otra que nos habló de la pasividad de la conciencia.», remarcó Silo, tras lo que afirmó:
«En sentido opuesto, nosotros sostenemos la necesidad de arranque desde la particularidad humana; sostenemos el fenómeno histórico-social y no natural del ser humano y también afirmamos la actividad de su conciencia transformadora del mundo, de acuerdo a su intención.»
A continuación, tras detallar con precisión de qué manera actúan en el interior de la conciencia las imágenes que terminan configurando una mirada y un paisaje, en un marco estructural de temporalidad que le es propia, Silo culminaría esa memorable velada, fundamentando la tendencia humana a cambiar desde la necesidad de superar el dolor físico y el sufrimiento mental:
«¿Por qué necesitaría el ser humano transformar el mundo y transformarse a sí mismo? Por la situación de finitud y carencia temporoespacial en que se halla y que registra como dolor físico y sufrimiento mental. Así, la superación del dolor no es simplemente una respuesta animal, sino una configuración temporal en la que prima el futuro y que se convierte en impulso fundamental de la vida aunque esta no se encuentre urgida en un momento dado. Por ello, aparte de la respuesta inmediata, refleja y natural, la respuesta diferida para evitar el dolor está impulsada por el sufrimiento sicológico ante el peligro y está re-presentada como posibilidad futura o hecho actual en el que el dolor está presente en otros seres humanos. La superación del dolor aparece, pues, como un proyecto básico que guía a la acción. Es ello lo que ha posibilitado la comunicación entre cuerpos e intenciones diversas, en lo que llamamos la «constitución social». La constitución social es tan histórica como la vida humana, es configurante de la vida humana. Su transformación es continua pero de un modo diferente a la de la naturaleza porque en esta no ocurren los cambios merced a intenciones.»
A lo que agregará:
«Constituido socialmente en un mundo histórico en el que voy configurando mi paisaje interpreto aquello a donde lanzo mi mirada. Está mi paisaje personal, pero también un paisaje colectivo que responde en ese momento a grandes conjuntos. Como dijimos antes, coexisten en un mismo tiempo presente, distintas generaciones. En un momento, para ejemplificar gruesamente, existen aquellos que nacieron antes del transistor y los que lo hicieron entre computadoras. Numerosas configuraciones difieren en ambas experiencias, no solamente en el modo de actuar, sino en el de pensar y sentir… y aquello que en la relación social y en el modo de producción funcionaba en una época, deja de hacerlo lentamente o, a veces, de modo abrupto. Se esperaba un resultado a futuro y ese futuro ha llegado, pero las cosas no resultaron del modo en que fueron proyectadas. Ni aquella acción, ni aquella sensibilidad, ni aquella ideología coinciden con el nuevo paisaje que se va imponiendo socialmente.»
«Para terminar con este esquema en torno a las ideas que se expresan a través de los volúmenes hoy publicados, diré que el ser humano por su apertura y libertad para elegir entre situaciones, diferir respuestas e imaginar su futuro, puede también negarse a sí mismo, negar aspectos del cuerpo, negarlo completamente como en el suicidio, o negar a otros. Esta libertad ha permitido que algunos se apropien ilegítimamente del todo social. Es decir, que nieguen la libertad y la intencionalidad de otros reduciéndolos a prótesis, a instrumentos de sus propias intenciones. Allí está la esencia de la discriminación, siendo su metodología la violencia física, económica, racial y religiosa. La violencia puede instaurarse y perpetuarse gracias al manejo del aparato de regulación y control social, esto es: el Estado. En consecuencia, la organización social requiere un tipo avanzado de coordinación a salvo de toda concentración de poder, sea esta privada o estatal. Pero como habitualmente se confunde al aparato estatal con la realidad social debemos aclarar que por cuanto la sociedad, no el Estado, es la productora de bienes, la propiedad de los medios de producción debe, coherentemente, ser social.
Necesariamente, aquellos que han reducido la humanidad de otros, han provocado con eso nuevo dolor y sufrimiento, reiniciándose en el seno de la sociedad la antigua lucha contra la adversidad natural, pero ahora entre aquellos que quieren «naturalizar» a otros, a la sociedad y a la Historia y, por otra parte, los oprimidos que necesitan humanizarse humanizando al mundo. Por esto humanizar es salir de la objetivación para afirmar la intencionalidad de todo ser humano y el primado del futuro sobre la situación actual. Es la representación de un futuro posible y mejor, lo que permite la modificación del presente y lo que posibilita toda revolución y todo cambio. Por consiguiente, no basta con la presión de condiciones oprimentes para que se ponga en marcha el cambio, sino que es necesario advertir que tal cambio es posible y depende de la acción humana. Esta lucha no es entre fuerzas mecánicas, no es un reflejo natural; es una lucha entre intenciones humanas. Y esto es precisamente lo que nos permite hablar de opresores y oprimidos, de justos e injustos, de héroes y cobardes. Es lo único que permite practicar con sentido la solidaridad social y el compromiso con la liberación de los discriminados sean éstos mayorías o minorías.
Finalmente, en cuanto al sentido de los actos humanos, no creemos que sean una convulsión sin significado, una «pasión inútil», un intento que concluirá en la disolución del absurdo. Pensamos que la acción válida es aquella que termina en otros y en dirección a su libertad. Tampoco creemos que el destino de la humanidad esté fijado por causas anteriores que invalidarían todo posible esfuerzo, sino por la intención que haciéndose cada vez más consciente en los pueblos, se abre paso en dirección de una nación humana universal.»