El próximo 7 de mayo elegiremos 50 consejeros constituyentes para que propongan a la ciudadanía una nueva constitución a partir de una suerte de borrador elaborado por una comisión de expertos designados por el congreso nacional.
Las características de esta convocatoria obedecen al fracaso del último proceso constituyente donde la izquierda se la farreó (leer). Como siempre ocurre en estos casos, al ir por todo, nos quedamos sin nada. Fuimos por lana y salimos trasquilados. El maximalismo pasó la cuenta. Pasa más a la izquierda que a la derecha. Basta tener dos dedos de frente para saber porqué. La izquierda no tiene brazo armado alguno, la derecha sí, las FFAA. La derecha tiene el sartén por el mango, y cuando se lo quitan, llama a su brazo armado. Así de simple. No hay que ser muy astuto para percatarse de ello. Ejemplos tenemos al por mayor.
Los resultados de los últimos procesos electorales dan cuenta de una realidad política volátil, líquida, de una débil lealtad partidaria, ideológica. Lo ilustra una publicidad basada en sonrisas dentales antes que en un cuerpo de ideas consistentes que expresen proyectos de sociedad. Paradojalmente después nos quejamos de los políticos que tenemos, en circunstancias que son aquellos por quienes nosotros estamos votando. No son ángeles caídos del cielo que se nos han impuesto y por quienes estamos forzados a votar. Son personajes de carne y hueso, mortales como cada uno de nosotros. Tampoco podemos sacarnos el pillo con que nos engañaron porque de ser así habla mal de nuestra capacidad de filtrar, de discernir, de ver lo que se traen bajo el poncho cada candidato.
En este contexto el desánimo en la izquierda ha llegado a un extremo tal que en esta ocasión no pocos están postulando la tesis de anular el voto, tirar la esponja bajo la excusa de no entrar a un juego que se nos impone y cuyas reglas de juego vienen dadas por los mismos de siempre. Esto es, donde todo está cocinado.
Me opongo a esta opción por varios motivos: uno, porque no todo está cocinado, puesto que si así fuera, no habría ganado Boric, ni habríamos sacado la votación alcanzada en el plebiscito de entrada en el proceso constituyente anterior que nos farreamos; y dos, porque creo que hay que dar la pelea, que no podemos darle en bandeja el consejo constitucional a la derecha. No hay peor pelea que la que no se da.
No olvidemos que la derecha lleva 3 listas: la de la ultraderecha representada por los republicanos que le saca jugo a la inseguridad imperante; la de la derecha convencional (UDI, RN y Evópoli) que también explota la inseguridad como si ella no tuviera nada que ver; y la de la derecha populista del tándem Parisi-Jiles que lo combina todo.
Si la derecha logra sacar más del 60% de los consejeros constitucionales armarán una constitución a su pinta, quedando la constitución del 80 como niño de pecho a su lado. Con ello en el plebiscito de salida nos obligarán a rechazar la constitución que salga de este proceso constituyente, y por lo mismo seguiremos con la del 80. Y así seguiremos por los siglos de los siglos.
La lógica de quienes anularán su voto me hace recordar el infantilismo revolucionario que hace ya poco más de 100 años denunciara Lenin y que está asociada a la pequeña burguesía.
Y volvemos al drama que tuvimos en las décadas de los 60 y 70, cuando estaban quienes no querían nada con la democracia burguesa y optaban por una vía armada inconducente. Al final perdimos todos, caímos en el peor de los mundos. Con razón dicen que el ser humano es el único animal capaz de tropezar más de una vez con la misma piedra.
Votaré por un(a) candidato(a) de las listas B o D, en ningún caso anularé mi voto. El candidato que más aprecio está en la lista D, pero mis convicciones ideológicas son más cercanas a las de los partidos que conforman la lista B. En esta reflexión estoy.